"El cambio vendrá de Latinoamérica, pero ¿qué cambio?" (III) La teología política y el debolismo de Vattimo y Francisco
"Dorothee Sölle (poeta y teóloga protestante alemana) afirmó que la teología política es una teología de la liberación antiimperialista. Para Sölle la teología debe tener un compromiso práctico en el mundo"
"Si Moltmann se hacía la pregunta si aún era posible hacer una teología después de Auschwitz, Sölle responde muy segura que sí, pero reflexionando sobre nuestra historia"
"Es aquí donde un autor que aprecio y admiro mucho, Gianni Vattimo, juega sus cartas en el asunto. Para Vattimo, el nihilismo positivo y optimista es un producto de la secularización del cristianismo y no una pérdida de significado, sino la asunción del pensamiento heideggeriano. Ni la ciencia es la casa de la verdad ni la historia el camino del progreso hacia la emancipación, sino la cáritas"
"No es cuestión de exponer aquí su filosofía cristiana al completo porque, aunque sería increíblemente interesante, nos llevaría muchísimas páginas. Pero sí creo que se pueden aportar algunas pinceladas hermenéuticas que conectan estrecha y profundamente con los entresijos del asunto que estamos intentando desliar"
"Es aquí donde un autor que aprecio y admiro mucho, Gianni Vattimo, juega sus cartas en el asunto. Para Vattimo, el nihilismo positivo y optimista es un producto de la secularización del cristianismo y no una pérdida de significado, sino la asunción del pensamiento heideggeriano. Ni la ciencia es la casa de la verdad ni la historia el camino del progreso hacia la emancipación, sino la cáritas"
"No es cuestión de exponer aquí su filosofía cristiana al completo porque, aunque sería increíblemente interesante, nos llevaría muchísimas páginas. Pero sí creo que se pueden aportar algunas pinceladas hermenéuticas que conectan estrecha y profundamente con los entresijos del asunto que estamos intentando desliar"
En un artículo que apareció en la edición impresa en El País, el jueves, 27 de octubre de 1977, Dorothee Sölle (poeta y teóloga protestante alemana) afirmó que la teología política es una teología de la liberación antiimperialista. Para Sölle la teología debe tener un compromiso práctico en el mundo, debiendo liberar a los países víctimas de la explotación imperialista. Aunque protestante, su visión era más cercana a la teología católica de Metz y a su «mística de los ojos abiertos» que a la de Bultmann, ya que al primero le influye —como a ella— enormemente la voz de las víctimas.
Para esta teóloga, nadie puede salvarse solo, ya que «la fe no es un negocio particular», no es una propiedad privada como la fe burguesa pretende vendernos oponiéndose al reino de Dios. Así, llega a afirmar Sölle que es un proceso histórico, pues «el Reino de Dios es terrestre, es como un horizonte que nos acompaña siempre, pero no es todavía una realidad». Y así en otro momento de su entrevista en El País llega a reconocer que ella continúa esa tradición alemana que comienza en Hegel y termina en Nietzsche, entendiendo «la muerte de Dios» —como en cierto modo lo entiende el Filósofo italiano Gianni Vattimo— como la encarnación de Jesús en nosotros.
Jesús —afirma Sölle— nos representa porque nos ha hecho cristianos. En cierto modo, en la teología política está presente Bloch (El principio esperanza), ya que el cristianismo implica mantener viva la esperanza de que otro mundo es posible, comprometiéndonos a construir —allá donde haga falta— la utopía de un reino de justicia y paz, defendiéndolo, como Jesús, hasta la muerte. Si Moltmann se hacía la pregunta si aún era posible hacer una teología después de Auschwitz, Sölle responde muy segura que sí, pero reflexionando sobre nuestra historia.
Es aquí donde un autor que aprecio y admiro mucho, Gianni Vattimo, juega sus cartas en el asunto. No es cuestión de exponer aquí su filosofía cristiana al completo porque, aunque sería increíblemente interesante, nos llevaría muchísimas páginas. Pero sí creo que se pueden aportar algunas pinceladas hermenéuticas que conectan estrecha y profundamente con los entresijos del asunto que estamos intentando desliar.
Para Vattimo existe una relación entre la «muerte de Dios» (de Nietzsche) y el «final de la metafísica» (en Heidegger) que podemos relacionar con el dios débil de Vattimo y el amor como límite cristiano–hermenéutico. El nihilismo positivo y optimista es un producto de la secularización del cristianismo y no una pérdida de significado, sino la asunción del pensamiento heideggeriano. Ni la ciencia es la casa de la verdad ni la historia el camino del progreso hacia la emancipación, sino la cáritas. El amor cristiano supone y representa la no necesidad del relato violento y fuerte para que las cosas funcionen; en este sentido significa el fin de la modernidad.
Así pues, la relación que existe entre ser y Dios es que la historia de la secularización sería para Vattimo parte de la historia de la salvación. El cristianismo cobra importancia histórica por haber aportado el punto de inflexión para la disolución metafísica que termina en el proceso de secularización como inicio del pensamiento contemporáneo. Vattimo crea entonces un nuevo significado de secularización: el «pensamiento débil». El regreso de la religión es ahora bienvenido desde el sentido débil de la cáritas. El mayor logro filosófico a raíz de la secularización consiste, pues, en el regreso de la experiencia religiosa pero basada necesariamente en el respeto, el amor y la caridad [nunca en la imposición de un argumento fuerte, metafísicamente impositivo].
"Este Papa me quita la vergüenza de llamarme católico" (Vattimo)
Y, en medio de este retorno religioso al corazón de un cristianismo que podríamos llamar «hermenéutico», una ventana se abre en esta nueva construcción: aparece en escena el Papa Francisco. Bergoglio está siendo para nuestro autor un claro ejemplo de por dónde debe caminar la auténtica Iglesia de Jesús en su visión teológico–política y pastoral. Tanto es así que Vattimo declaró en Julio del 2018 en la sección digital del periódico La Stampa (que privilegia las noticias relevantes sobre el Vaticano), cito textualmente palabras de Vattimo: «Este Papa me quita la vergüenza de llamarme católico».
El Papa Francisco, a través de un amigo en común: el humanista argentino Luis Liberman (director de la Cátedra del Diálogo y la Cultura), recibió una copia del último libro de Vattimo: Essere e Dintorni. Francisco le devolvió la atención con una llamada telefónica donde mantuvieron una amena conversación sobre Iglesia y filosofía y la necesidad actual de zambullirse en el pensamiento heideggeriano. Este simple gesto de conversar un ratito con el Papa Francisco ha supuesto un salto cualitativo en su relación y actitud con la Institución.
No es la primera vez que la sencillez y cercanía de Francisco han logrado estrechar las relaciones y acortar distancias para favorecer el encuentro… Vattimo también hizo su parte y contribuyó de alguna forma a ello regalándole, con intención, su último libro. Lo más curioso es que Vattimo no sólo no se sintió juzgado sino, incluso, comprendido en la necesaria regeneración de la teología católica para llegar a dar una seria respuesta al mundo actual. Sentimiento muy diferente al que personalmente tuvo en otras ocasiones en el seno de la Iglesia católica en su difícil relación con los dos anteriores Pontífices.
Para Vattimo, que siempre se sintió comunista católico, el Papa Francisco ha sido un bálsamo y confirmación de que vale la pena ser católico porque la buena noticia de Jesús vuelve a su sitio tras el estancamiento ocurrido en el último Concilio. Una nueva primavera eclesial ha surgido de la mano de Bergoglio; es más, Vattimo entiende que Francisco ha salvado a la Iglesia de su propia autodestrucción, «del suicidio al que la estaban empujando sus antecesores en base a la lectura literal de las Sagradas Escrituras y los dogmas, lo que a fin de cuentas, históricamente sólo ha servido para alejar a la comunidad de la Iglesia».
Y es que para Vattimo funcionamos como verdadera Iglesia cuando caminamos hacia una comunidad de hermanos más circular que piramidal, una Iglesia–asamblea basada en el servicio. Para él, la cuestión se debe jugar más en el campo de la conciencia comunitaria de sus miembros que de quiénes puedan dirigir con mayor o menor acierto la Institución. Es interesante aquí ver cómo Vattimo, al igual que el Concilio Vaticano II, desea una Iglesia más «Pueblo de Dios», más comunidad, menos jerárquica. El papa Francisco, que está potenciando la sinodalidad dentro de la Iglesia está, a su vez, acercando a Vattimo hacia la comunidad eclesial, aunque ya sabemos que el turinés no se deja atrapar, así como así, con simples clichés.
El debolismo kenótico–caritativo que propone Gianni Vattimo posee un compromiso efectivo con la realidad, con los pobres y con los pueblos crucificados, tal y como también afirma Sölle. Es por ello que a Francisco se le ha señalado como marxista, aunque él declaró —al hilo de una entrevista en EEUU donde le preguntaron con mucha intención sobre su continuo mensaje de igualdad y justicia— que son los comunistas quienes piensan [en algunos aspectos] como los cristianos. En dicha entrevista sentenció: «Cristo ha hablado de una sociedad en la que decidan los pobres, los débiles y los excluidos.
Para obtener igualdad y libertad debemos ayudar al pueblo, a los pobres con fe en Dios o sin ella, y no a los demagogos o a los barrabás». Nunca viene mal recordar aquellas palabras proféticas que sentenció Helder Cámaray que hoy podríamos perfectamente extender a Francisco, nuestro primer Papa latinoamericano:
Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista (...) Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista (...) Siempre que busqué defender a los pobres, la iglesia me acusó de hacer política (...) Los que tratamos de tomar la antorcha y seguir los pasos de Jesucristo, no debemos descansar hasta que los muros de la injusticia, la exclusión y la mentira caigan en nuestra preciosa tierra americana ancha y enajenada.
Así, el pensamiento débil en Vattimo es, a su vez, un pensamiento «de los débiles», y aquí también toca directamente con el corazón del mensaje cristiano: no sólo que el núcleo y la esencia del cristianismo es un Jesús humilde, kenótico, como bien muestran los pasajes de los Evangelios, sino también un Dios cercano a las mujeres y hombres, especialmente de aquellos que la sociedad y la política marginan. Esta es una clave significativa que Gianni Vattimo nos brinda para una propuesta filosófica en orden a construir un mundo mejor, que ayuda bastante a acercar posturas con la Iglesia, muy especialmente a partir de Francisco.
Como tantas veces predica Teresa Oñate, la ontología hermenéutica es una ontología de las diferencias. Así, los otros pueblos y culturas, los otros marginados: homosexuales, mujeres, niños, indios, negros, pobres, enfermos, vencidos, locos, parados, drogadictos, viejos, refugiados... piden también hoy la palabra para ser escuchados. Para lograr esta tarea de recuperar los posibles pasados, santificar y rehabilitar el presente y acercar el futuro posible, las personas y pueblos crucificados han de ser desclavados de la cruz del eterno sufrimiento que padecen por la injusticia y la tozudez del hombre. Nuestro Dios no es un Dios sádico sediento de dolor. La Buena Noticia de Jesús se injerta, pues, en la historia del hombre dignificándolo, salvándolo de la esclavitud y liberándolo de falsos e institucionales pesos alienantes. Su propuesta y su programa es el Sermón del monte y las Bienaventuranzas: creyentes activistas en el amor, el perdón, la honestidad, la inclusión y el servicio para construir en la tierra el reino de Dios.
Cuando con nuestras palabras y obras traducimos «Dios» por «Amor» los universos de comprensión de los interlocutores se conectan, y hay que agradecer que salga a la luz desde voces críticas menos clericales y ortodoxas, como es el caso de Vattimo. Ya san Juan nos dejó escrito de forma indeleble que «Dios es amor» (Jn 4, 8), y san Pablo clarificó y esclareció qué connotaciones conlleva hablar de amor, hablar de Dios (1 Cor 13, 1–13). Este lenguaje, bien explicado, es todavía hoy universal y bien acogido. Por ello, lo que en principio pudiera parecer debilidad (en su sentido más negativo), se convierte, potencialmente para los creyentes, en una preciosa oportunidad.
¿Por qué renegar de la postmodernidad, de esta época en la que nos ha tocado vivir y dar respuesta como fieles creyentes? ¿Por qué querer encontrarnos con tiempos pasados, si tampoco fueron ejemplares? Es una obligación de toda la Iglesia saber leer los signos de los tiempos y, sin traicionar la esencia del mensaje de Jesús, traducirlo adecuadamente a los oídos, las mentes y los corazones de las personas que habitan nuestro mundo. ¿O es que acaso el mensaje de Dios ya hoy no tiene la misma validez? (Véase para una mayor profundidad: Jesús Lozano Pino. El último Vattimo. Lección inaugural 2019-20 de los Centros Teológicos de la Diócesis de Málaga).
Vattimo ha buscado y ha encontrado en Dios el camino a la verdad, es más —tal y como él mismo afirmó hace un par de años en El País— «para elegir a Jesucristo, debo dejar perderse la verdad, al menos en el sentido en que este término se ha aplicado en el lenguaje filosófico que hemos heredado de esa misma tradición [metafísica]».
No se trata de hipotecar la verdad para mantener la fe en Jesús, sino muy al contrario, encontrar el sentido verdadero que Jesús promueve (en espíritu y en verdad) con sus palabras y gestos. Esto hoy, en cierto modo para Vattimo, se materializa en la propuesta de revolución medioambiental y anticapitalista (anti–metafísica e inconformista) que encarna el Papa Francisco, como cuando incita a los jóvenes (al futuro posible, podíamos decir) a nadar contracorriente, y salir a las calles para «armar lío», pero ayudando «a organizar el lío que hacen» promoviendo “una especie de apelación a la revolución permanente” porque la radicalidad del Evangelio está en su propia libertad y entrega, en su propuesta de una Iglesia fresca, alegre y cercana, anti–imperialista (como tantas que he visto en Latinoamérica) que no miran por su supervivencia institucional sino que con valentía salen a las calles, a los barrios, a las plazas, a las selvas y a las universidades para gritar que no nos salvamos solos, pues no existe verdad ni progreso sin amor ni respeto, sin contar los unos con los otros. Curiosamente en nombre de la verdad se han cometido muchas injusticias y barbaridades, al igual que en nombre de Dios. Pero para Vattimo Dios es Jesús, el hombre que pasó por el mundo haciendo el bien.
Así pues, profundizando en Jesús de Nazaret encontramos razones para seguir creyendo que el amor es la única religión humanamente aceptable. Jesús representa la nueva racionalidad espiritual pacífica y constructora, una racionalidad de la caridad que nos libera y dignifica en la ternura del amor y el perdón. Ello implica debilidad, ofrecimiento, nunca imposición. El pensamiento débil de Gianni Vattimo ofrece, así, una praxis filosófico–política que intenta entrelazar respetuosamente libertad y justicia: el debilitamiento de las estructuras de poder de toda institución política, social, económica o religiosa con el objeto de servir al hombre y no servirse de él. Si no caemos en el derrotismo, ni en la pura fragmentación, si se encuentra sentido de historia de salvación, podrán ser luces en el horizonte hermenéutico. Este contexto cultural, sin caer en nacionalismos extremos, nos ofrece muchísimas oportunidades para nuestro encuentro con Dios, la cultura y las posibles políticas de acción social.
"Si no caemos en el derrotismo, ni en la pura fragmentación, si se encuentra sentido de historia de salvación, podrán ser luces en el horizonte hermenéutico"
"Abran surcos y siembren amor" (Francisco de Asís)
Hay muchísimos retos que surgen con Vattimo, Francisco y otros intelectuales y personas de buena voluntad. Estos ponen todo su empeño y responsabilidad señalándonos, con sus voces y ejemplo, el camino alternativo para que juntos podamos continuar viviendo en este hermoso planeta sin necesidad de pensar igual ni destruirnos. Es verdad que no nos lo ponen fácil los intereses mercantilistas, los poderes fácticos o las mentes estrechas e irracionales de algunos que, aupados, llegan a alcanzar el poder, pero la tarea es nuestra y la victoria también. En este contexto cobra especial valor el mensaje esperanzador que encarnó Francisco —de Asís—, cuyo nombre asumió a conciencia Bergoglio en su Pontificado, y cuya historia fue un verdadero canto a la vida:
Hijos míos, salgan al mundo con las antorchas en las manos.
Donde haya hogueras, pongan manantiales.
Donde haya espadas, pongan rosas.
Transformen en jardines los campos de batalla
Abran surcos y siembren Amor.
Planten banderas de libertad en la patria de la Pobreza.
Y anuncien que llega pronto la era del Amor, de la Alegría y de la Paz.
(Ignacio Larrañaga. Contraportada de El hermano de Asís)
“Política teológica y Teología política cristo-latinoamericana” (Parte II de “El cambio vendrá de Latinoamérica, pero ¿qué cambio?”), publicado en 2021 en la Edit. Dykinson. Véase también: Pandemia Globalización Ecología, de la Edit. UNED.
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