La Iglesia se queda sin enemigos - 12
Un final de camino que comenzó en el Renacimiento y siguió en la Ilustración.
| Pablo Heras Alonso.
Creo que denostar hoy día , bajo postulados creyentes, a la corriente liberal no es de personas juiciosas. Podría haber tenido sentido en el siglo XIX y principios del XX, cuando la Iglesia pensaba que el liberalismo se alzaba contra las esencias cristianas. Hoy liberalismo no es sinónimo de anti clericalismo. Es una corriente política más, ajena a postulados comunistas o fascistas y ajena también a enfrentamientos religiosos.
Dado que Jesús le dijo a Pilato "mi reino no es de este mundo", los liberales podemos pretender que se cumpla esa afirmación y pensar que no queremos su rectoría sobre el mundo. Y sin embargo la Iglesia ha pretendido ser rectora de los pueblos durante muchos siglos; ha laborado para que la política de Occidente siguiera sus dictados, su inspiración y, bien que no directamente, su modo de regir la sociedad. Gracias a la evolución de Occidente las cosas ya no son así ni la Iglesia puede seguir pretendiendo hoy tal rectoría.
Este pensamiento es el que hacía decir a la Iglesia en épocas no tan pasadas que liberalismo, comunismo, socialismo o nazismo eran, en lo esencial, la misma cosa. Y lo esencial se reducía a la frase de Lucas (Lc. 19,14): "No queremos que él [Jesucristo] reine sobre nosotros".
Lo quiera o no, la Iglesia ha tenido que tragar algo que temía pero que no respondía a la realidad. Pensaba y decía en sus Encíclicas que los hombres, sin Dios, se convertirían en dioses, dioses de sí mismos, sin control alguno ni sujeción a las normas divinas. Lo cierto es que era precisamente ella, la Iglesia de otros tiempos, la que venía a decir que era Dios, arrogándose la normativa por la que debía regirse la sociedad.
Es una nueva adaptación del mito del Paraíso Terrenal, donde el hombre adquirió el conocimiento del bien y del mal: en el mito es Dios el que impone su férula y voluntad; en la época en que el hombre hizo valer el poder de su razón, el hombre ha recuperado su entorno, su "locus", ha regresado al Paraíso.
Viendo las cosas desde otro punto de vista, desgraciadamente para la Iglesia los humanos de nuestro tiempo no han pretendido desterrar a Dios, lo que han dicho es que la sociedad funciona mejor cuando las normas de conducta y las leyes que puedan regir la sociedad proceden del propio entendimiento humano.
Hablaba la Iglesia de "leyes naturales", sinónimo éstas de leyes emanadas de Dios. Tales leyes naturales no eran otra cosa que concreción del pensamiento humano: por una parte, emanaciones del sentido común y, por otra, fruto del consenso social. Fue la Iglesia la que se apropió de los principios legales para decir que ella era la reguladora o portadora de los mismos. Algo parecido a la apropiación de las costumbres, de las festividades, de los ritos de paso, del calendario, de los altozanos y hasta de las calles de las ciudades. Y un tal Francisco, de la ecología.
Fue la era Moderna la que se alzó frente a la Iglesia para decirle que el hombre puede andar sin sus muletas, incluso recordarle que el hombre fue creado como ser racional y que era su razón la que le decía esto y lo otro.
En ese sentido, la Iglesia ha sufrido un vacío institucional, no diré que doctrinal, al quedarse sin enemigo al que condenar y contra el que luchar. Ya sabemos que tener un enemigo común une poderosamente a las personas y a las sociedades. La Iglesia se ha quedado sin enemigo porque la sociedad moderna, la nuestra, no pretende tal enemistad ni ése es su propósito. Si la Iglesia dice que sí lo es, allá ella con su tergiversación y confusión mental, hablando de secularismo y otras gaitas.