Pensamientos al borde de la muerte.
Para leer y meditar los días 1 y 2 de noviembre.
| Pablo HERAS ALONSO
Llegan días en que se obliga al vulgo a pensar en la muerte. Para muchos, el único pensamiento que puede salir de sus labios se concreta en refranes, porque no les llega generar la mínima filosofía sobre la muerte: la muerte es estupefacción, romanza sin palabras, vivencia de lo que falta y piensan que la muerte sólo... “se vive”. Y menos mal que ya hubo otros que “refranizaron” el aciago momento para que ellos verbalizaran lo que es puro sentimiento. Miles de refranes, pastillas de pensamiento que hasta parecen tautologías:
A cada pez le llega su vez.
En este mundo matraca de morir nadie se escapa
Amor y muerte, nada más fuerte.
Unos mueren para que otros hereden.
Antes de mil años, todos calvos.
Vale más un cobarde en casa, que un valiente en el cementerio.
Comamos y bebamos, que mañana moriremos.
Muerta la gata, los ratones bailan.
Pero al ser la muerte un hecho ineluctable y cierto, al tener una morfología tan variada como lo es la vida de cada persona, ha generado una literatura tan monumental, y bella, que todas la humanidad se ha sentido siempre y en todas partes subyugada por sus consideraciones.
Los que creen, suponen que esta vida que se escapa no muere, se transforma. Eso dice el prefacio de la misa de difuntos. ¿Piensa así la mayoría de la gente, también los creyentes? Creo que no. O quizá lo que los creyentes no admiten, y por eso lloran, es que “esta vida” desaparezca en su tipología terrenal, mientras que la transformación que la fe preconiza no se sabe “de qué va”. Si el convencimiento de lo que no se conoce fuera tan determinante, tan innegable y, también, tan emotivo, los “deudos” creyentes saltarían de gozo cuando desaparece la persona querida. ¿O no? ¿o este pensamiento es simplista?
Si lo miramos con asepsia, la muerte para quien muere de repente, no existe. Más todavía, la mayor parte muere "durmiendo" o "durmiéndose". Y, por otra parte, vamos muriendo cada día porque nuestro físico se va desgastando, van muriendo los proyectos, el horizonte cada vez se encoge más. Y llega un momento para muchos en que sólo viven de recuerdos... ¡y que pesados se ponen! Es muerte no tener futuro, no encontrar energía para crear, el que todo les dé lo mismo sin aliciente por lo que se le presenta cada día.
Alguien decía que la perspectiva de la muerte no deja de ser un desafío, nos está diciendo que no perdamos el tiempo, que vivamos cada minuto, que encontremos personas a las que dar los buenos días y entregar nuestra sonrisa y ser capaces de decir a la persona a la que hemos querido que la seguimos queriendo...
En la orilla opuesta y en esos que parecen ser los últimos años, se encuentran aquellos que sienten el rechazo de los demás, que sienten como si fueran odiados por todos, más todavía viendo cómo otros son aceptados y queridos. ¿Dónde está la causa? En que uno recoge lo que ha sembrado: egoísmo, haber buscado el éxito a cualquier precio, haber vivido en la ambición perpetua, haber sido ingratos... Cuando la soledad les aprieta, viven en una muerte prematura.
La antesala de la muerte, la vejez, está llena de temores. No podemos suprimirlos. Sin embargo, dejarse llevar por ellos es añadir el féretro a esa antesala. Frente a ello deben prevalecer los deseos, las ansias por encontrar sendas nuevas por donde caminar. Los deseos siempre son inmortales.
El instinto nos lleva a rechazar y huir de la muerte. Y durante la vida parece que laboramos buscando la “eternidad”, o sea, la “inmortalidad”. Ese instinto de supervivencia es motor de grandes gestas, de actos generosos, de obras de arte inmortales, de fundaciones, de obras literarias... Pero los hay que buscan la inmortalidad siendo genocidas, acaparando bienes que pervivan por él, sometiendo a otras naciones (o a los demás) ... Y para la gente del común, ¿dónde está la inmortalidad? Mi respuesta, irónica quizá, es que la inmortalidad suele durar hasta la muerte de los nietos, como mucho los bisnietos.
Un pensamiento de Marco Aurelio ante el miedo a la muerte: La muerte nos sonríe a todos; todo lo que un hombre puede hacer es devolverle la sonrisa.