Prohibido leer la Biblia por si acaso da que pensar.
Los textos sagrados son el sustento de las fantasías y prácticas de millones y millones de personas que los siguen como ideario vital. Esos textos, no todos, por supuesto, son administrados, "expurgados" y comentados por aquellos que "han estudiado".
Decimos "no todos" porque el lenguaje directo de muchos de ellos haría pensar en exceso a quien se atreviera a pensar y haría caer en la cuenta a muchos de su inverosimilitud.
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E insistimos también en algo que cualquier mente que piense no puede admitir, cual es la unión del mensaje al personaje de fantasía.
Todos los tratadistas independientes de los credos están de acuerdo en afirmar que Jesús puede que existiera, cosa que importa poco; lo que desde luego no existió más que como personaje de ficción, es el portento formulado por Pablo de Tarso.
Volviendo y revolviendo en los textos del Nuevo Testamento que crean la ficción “Cristo”, es sintomática la existencia de miles y miles de páginas descartadas por la Iglesia y que se conocen como “evangelios apócrifos”. Sí, es cierto que fueron descartados porque no constituían el discurso unívoco sobre Jesús que la Iglesia oficial buscaba. Pero en ese ambiente mistificador y también mitificador ¿por qué se rechazan ésos y los otros no? ¿Por qué no se rechazan también los canónicos, si están igualmente plagados de contradicciones inasumibles?
Los próceres de la Iglesia se dieron cuenta, cómo no, de las contradicciones o falsedades históricas que se encuentran en los cuatro Evangelios y ése fue uno de los motivos por los que negó la posibilidad de que los fieles leyeran de manera directa la Biblia sin la previa interpretación oficial de la misma. Los que tenemos “cierta” edad lo sabemos: nos estaba prohibido leer la Biblia en fechas tan cercanas como los años cincuenta. Tal como suena. Hoy es el libro más editado… y menos leído, aunque por otras causas.
Las inmensas tragaderas del creyente ingieren por su fauces crédulas que una virgen quede preñada por un espíritu y sin embargo no aceptan “verdades” que se escribieron de Jesús en los llamados apócrifos, escritos de la misma época que los Evangelios canónicos. Unos leves retazos: Jesús, vegetariano como en la tradición crédula oriental, le devuelve la vida a un pollo asado para un banquete; Jesús niño estrangula pajaritos para luego resucitarlos; cambia el curso de un arroyo al imperio de su voz; en su cándida niñez modela pajaritos con arcilla y les da vida como hizo el Creador con el hombre; cura picaduras mortales soplando en el lugar donde hincó sus colmillos la víbora… ¿Son menos creíbles estos milagros que su resurrección?
Y si hablamos de contradicciones o hechos inadmisibles que se encuentran en los Evangelios, llegamos a la conclusión de que éstos son más falsos que un euro de cartón. Los detalles causan mayor impacto que las conclusiones, de ahí que nos detengamos en algunos de ellos. Si alguien quiere verlas “in extenso” lea el libro “Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica”.
En un hecho tan fundamental para la fe cristiana como su pasión y muerte, algo en lo que todos debieran estar absolutamente de acuerdo, los detalles traicionan la verosimilitud del relato. De nuevo los pequeños detalles, que resultan nimios dentro del relato general, pero que no lo son tanto. Por ejemplo el “títulus” o placa que indicaba el motivo de la condena de Jesús: Mateo dice que se colocó encima de su cabeza; Juan dice que se clavó en la cruz; Lucas afirma que se colgó en su cuello. El texto, aunque muy similar, es distinto en los cuatro evangelistas. Cargó con su cruz, dicen, aunque otros afirman que la cruz la llevó Simón de Cirene. Las apariciones “post mortem” no coinciden en ninguno de ellos, ni en cuanto a las personas que lo ven ni en cuanto a los lugares.
Y si pensamos en el relato de su juicio y condena resulta de todo punto inverosímil el interrogatorio o conversación de Pilato con Jesús, algo que se escribe con una única finalidad, exculpar a los romanos y hacer recaer la culpa en los judíos: así interesaba en el momento en que el cristianismo pasa a ser religión oficial del Imperio. Es un dato que incide en la fecha de redacción de los evangelios. ¡Entre otras cosas, los únicos que podían condenar a muerte a Jesús eran los romanos, como autoridad suprema de Palestina!
El trato amable y benévolo de Pilato hacia Jesús contradice los datos que otras fuentes ofrecen sobre este personaje, conocido por su crueldad, su cinismo, su ferocidad y por la represión ejercida durante su mandato en Judea, algo por otra parte y por necesidad, común entre los gobernadores de territorios conquistados.
¿Alguien puede creer que todo un gobernador del Imperio Romano pueda rebajarse a mantener un parlamento con un vulgar profeta sedicioso, un delincuente ramplón? ¡Para eso estaban los tribunales! Además la legislación era bien clara para quien se hacía titular “rey de los judíos” y llevarlo a efecto portando armas. La sedición, unida al empleo de armas (Pedro la tenía) se castigaba con el tormento de la cruz.
¿Y el diálogo? Sí, es posible que tuvieran traductor, pero el Evangelio de Juan no da opción a tales menudencias: Jesús en arameo y Pilato en latín se entendían perfectamente. Y además de inmediato se dio una empatía admirable entre ambos. El relato del juicio no se sostiene de pies a cabeza.
Otro “detalle” sin importancia pero que da noticia de fechas sobre la redacción de los Evangelios es que Pilatos no pudo ser procurador de Judea sino “prefecto”, ya que el título de “procurador” no existía antes del año 50.
Otras ficciones que chocan contra los usos de esa época sobre los ajusticiados son la crucifixión y la sepultura. En primer lugar las acusaciones de los judíos habrían sido castigadas con la lapidación. El hecho de morir en la cruz demuestra que Jesús fue condenado por sedicioso y rebelión contra el imperio. Los reos, como sucedió en la rebelión de los esclavos, eran dejados en la cruz hasta su muerte o hasta que perros y aves terminaban con el cadáver. Los restos eran luego arrojados a una fosa común.
Y continúan las contradicciones y hechos inverosímiles.