Usar la cabeza… pero la propia.

Vital para la vida desarrollar la capacidad crítica. Y más en estos tiempos de saturación, de líderes de pacotilla, de modas de un día. 

Sí. Es posible una vida más "digna", más "plena" y más "satisfactoria" sin tener que recurrir a los subterfugios religiosos. La religión no añade nada a la vida. Solamente sustituye. Secuestra. Es más posible la “regeneración vital” de psiquismos perturbados sin tener que acudir al consultorio profiláctico de los sanadores por la fe. 

Hay un presupuesto, una confianza, y es la de que el hombre se basta a sí mismo si sabe educarse a sí mismo, potenciando las actitudes constructivas de la mente. Quizá necesite ayuda para ello, pero no la tendrá cuando quieren desviarle por sendas tergiversadas que a ningún sitio “humano” conduce. 

El principio general del que debe partir la conducta de una persona es su “racionalidad”. Siempre hay que usar la cabeza, la única que puede generar una percepción correcta de todo. La actitud racional de pensar las cosas produce ponderación y mesura en los juicios que aportarán actitudes y acciones equilibradas. Si a alguien lo de “racionalidad” le produce escozores mentales, pongamos “sentido común”.

Hablar de ese “uso de la razón” en todo, podría parecer algo huero y genérico, sin relevancia en la vida diaria porque, dicen, siempre “se usa” la razón por defecto. Pues… no es así. No se suele aplicar la crítica racional a lo que hacemos, no caemos en la cuenta de nuestras acciones ni hacemos crítica de lo que hacemos. Y la mayor parte de las veces no prevemos anticipadamente las acciones a llevar a cabo.

Racionalizar la vida conlleva, como corolario obligado, el encontrar el necesario control de la inseguridad: a lo largo de la vida nos vamos a ver zarandeados, sacudidos, quebrados incluso... Nunca la racionalidad se deberá sentir quebrada por más que sienta ofuscación a veces.  

La razón, como el vigor, la fuerza muscular, la capacidad auditiva, es constitucional pero también mejorable; es producto a la vez de la herencia y  de una estimulación continuada. El ejercicio de la razón, sobre todo en edades de formación, condiciona su ser posterior. Cuanto más se analicen las cosas, los hechos, los sucesos, los acontecimientos diarios, lo que nos dicen, las noticias que nos llegan… mayor capacidad tendrá la mente para discernir en momentos de inestabilidad emocional o vital.

La religión tiene un sucedáneo de este “ejercicio de racionalidad” en lo que llaman “meditación” u “oración interior”. No por ser “religioso” vamos a denigrar tal práctica: buena es la interiorización, el penetrar en uno mismo… pero sirve de poco si todo se relaciona con alguien ajeno a nuestro propio yo.

Consecuencia del ejercicio de la razón es la capacidad de penetración, uno de sus efectos beneficiosos. Es como la adquisición de nuevos niveles cognitivos, o una capacidad intuitiva pronta y certera.

Es la percepción rápida de los problemas que sólo tiene aquel que se ha habituado a considerar una y otra vez los distintos aspectos de la realidad. Es la educación para la agudeza, la perspicacia, la sutileza… en definitiva, la clarividencia.

En este sentido, los padres tienen una enorme influencia en los hijos a la hora de hacerles ver el porqué y las consecuencias de sus actos; si les enseñan a juzgar conductas de los demás; si les saben hacer ver dónde está la verdad o el subterfugio en las soflamas de los líderes; si les enseñan a hacer crítica de todo…

Formarán personas con un criterio firme, seguro, personal, difícilmente influenciable por las opiniones o las modas. Y en determinadas profesiones, esto es de un valor añadido extraordinario.

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