La progresión del cangrejo.
Abundando un poco más en lo dicho en días anteriores, reflexionamos sobre ese progresivo y silencioso abandono práctico de la fe en grandes capas de población en España.
| Pablo Heras Alonso.
Todos los informes tanto internos de la CEE como estatales, referidos no tanto a creencias religiosas cuanto a práctica de las mismas constatan la indiferencia religiosa general y el desafecto hacia las mismas que se da en España.
Por el contrario, también confirman una presencia todavía significativa de la religiosidad institucionalizada, es decir, cómo las autoridades religiosas parecen ser imprescindibles en actos oficiales, especialmente bautizos, bodas o funerales.
Por otra parte asistimos a la aparente contradicción de cómo, en esta misma sociedad civil donde se confirma tal indiferencia, la religión, el catolicismo en concreto, es sin embargo un referente cultural imprescindible: la cultura católica que ha conformado la vida espiritual tanto personal como social en siglos pasados, todavía lo sigue haciendo.
Quien no conozca la cultura católica presente en obras pictóricas, edificios, lugares, literatura, museos, espacios naturales, calles, fundaciones… no conoce la historia de España. El abandono o desconocimiento de cualquier referencia a la fe religiosa es la constatación de un hecho, sin necesidad de entrar en valoraciones. Los hechos son los hechos y la estadística suele ser comprobación aséptica de lo que sucede.
Unos dedicarán sus ocios a buscar las causas y analizarán las consecuencias; otros, afectados por el hecho, tratarán de encontrar los remedios. Como decía hace años un documento de la CEE 'la fe religiosa transita por un lado y la experiencia personal por el otro'. Así es y así parece.
España, como Europa en general, según palabras de un extinto papa, es hoy un país de misión. Pero es que tal misión ya ni siquiera la puede hacer efectiva el personal autóctono. Y, por otra parte, hemos constatado que personas creyentes con un bagaje de años elevado, no se sienten a gusto y admiten con reticencia que la “palabra de Dios” sea propagada por un sacerdote de Zaire.
Los jóvenes, por su parte, prescinden tanto de unos como de otros, los unos porque han perdido credibilidad o ya viven al dictado de la biología con edades más que provectas y los otros por ser “más de lo mismo” pero con tez oscura.
Respecto al otro punto, la presencia institucional de la Iglesia, ésta se reduce a actos como los citados, principalmente funerales. Hoy se ven como fuera de lugar manifestaciones puntuales de encuentros multitudinarios en espacios abiertos –fastos como Cuatro Vientos o Valencia o la Pza. de Colón-- donde lo que se buscaba era llamar la atención sobre su existencia con arengas y soflamas del estilo “no tengáis miedo”. Eso sí, las Hermandades y Cofradías han tomado el testigo procesional de la fe convirtiendo todo en folklore y “actos de interés turístico”, como rezan los catálogos turísticos.
Fuera de estos actos, la visibilidad de la Iglesia, especialmente entre las capas jóvenes, desaparece por completo de la vida cotidiana. Y, por su parte, el creyente parece volverse invisible. Más aún, da la sensación de que significarse como creyente en la vida diaria resulta poco menos que incorrecto. Hay miedo de aparecer en el puesto de trabajo como meapilas, santurrón o gazmoño.
La jerarquía, en los últimos tiempos, ha dedicado sus mayores esfuerzos a oponerse al clima social imperante y a cuantas decisiones surgían de nuestra también desnortada clase política: laicismo que parecen asimilar a anticlericalismo, aborto, matrimonios raros, memoria histórica, etc.
Decíamos arriba que sin el conocimiento del catolicismo no se entiende la historia de España. Pero, como decíamos hace días, nos parece que el imperio de la religión sobre la sociedad en siglos pasados, para el progreso de la convivencia y del desarrollo, más cae en la balanza del debe que del haber, a pesar de excepciones, como son las egregias figuras surgidas del ámbito clerical.
¿Pero cómo conjugar la pretendida revitalización de la fe con el rechazo o asepsia constatada respecto a la religión? La Jerarquía aboga por la catequización necesaria en las escuelas, por lo menos como asignatura optativa, teniendo enfrente a la sociedad civil que aboga por una enseñanza libre de teologías y credos, senda ésta por donde caminan las decisiones gubernamentales. Difícil dilema.
Dentro de la Iglesia unos hablan de que ésta se desligue definitivamente de la política; abogan por un diálogo en el que la Iglesia no trate de imponer la propia cosmovisión religiosa. Dicen: “entre la influencia del razonamiento y del convencimiento y el ejercicio más o menos encubierto del poder corre una frontera sutil que la comunidad religiosa no debiera franquear'. “Qui potest cápere, capiat”. No llegamos a comprender el cómo.
Otros defienden el derecho que tiene la Iglesia a esparcir su doctrina por todos los medios posibles y a hacerse visible en la sociedad del modo como secularmente se ha hecho. La respuesta la tienen en sus propios medios de difusión: Radio María es la emisora más potente en amplias áreas del territorio español; la Cope está ahí, pero apenas si tiene espacios "ad ho" para ello.
La Iglesia en España ha nadado entre dos aguas y además guardando la ropa, es decir buscando el beneficio a la sombra del sol que más calienta. Comenzó todo en el último decenio de la época franquista. Aunque relativamente pocos en porcentaje, miembros del clero vasco fueron proclives a defender posturas que lindaban con el terrorismo. Juzgados incluso algunos clérigos por colaboración. Recordemos aquel título, “ETA nació en un seminario”. Dígase lo mismo de Cataluña.
La Iglesia, que por esencia es católica y universal, en regiones de “todavía más misión” se ha significado como nacionalista y defensora del “derecho a decidir”. Pues ahí está el resultado: en esos territorios está recogiendo los frutos de su indefinición.