Unos remedios funcionan, otros no.

Siempre el mal, siempre presente, siempre buscando sus porqués y la forma de atajarlo. Y de tal refriega perpetua, surgen unas u otras sociedades. 

Hemos oído de labios clérigos justificaciones de las malas conductas en personas que, por profesión, han de ser buenas --obispos ladrones, curas pederastas, clérigos embaucadores, canónigos lascivos...—, diciendo que son humanos y que se debe perdonar.

Lógicamente deberían entender del mismo modo, justificar y perdonar la maldad del hombre normal. Lo mismo que el estamento clerical,la gente normal es buena, sin hacer profesión de serlo y también lucha contra el mal esparcido por el mundo.

Contra esta maldad lidia más eficazmente la racionalidad que impregna la  convivencia humana, que deriva en leyes. Estas leyes tienen su fuente, en esencia, en una  primera,  podríamos decir el sentido común o la conciencia social o la necesidad de preservar la convivencia; su consecuencia final son el Código Penal y demás códigos.

Dicha racionalidad lleva a ver el bien y poner los medios para generarlo; y lucha contra el mal, con leyes que pretenden ser justas, aunque el mal esté presente y se regenere en sus múltiples formas, fruto de los “intereses” y “egoísmos” particulares o sociales.

Me reafirmo en lo que pueden calificar de “simpleza”, repetido alguna que otra vez aquí, aquello de “más de cinco mil años constatados de creencia frente a doscientos de racionalidad” como origen o no de sociedades más organizadas, justas, equilibradas, progresistas, pacíficas, etc. 

Volviendo a pensamientos de días pasados, inútil es discutir sobre si Europa es lo que es ahora gracias o a pesar de la credulidad cristiana. Es cuestión de puntos de vista. ¡Claro que la Europa actual deriva de la Europa cristiana! ¡No había otra, secuestrada por la religión!  Cuando aquel papa dijo que “España ha sido fecundamente cristiana” alguien, o sea yo, le contestó: “¿Pero dejaron que fuera otra cosa?”.

Creo que está bien claro que tanto credulidad como humanismo denuncian el mal, pero sólo la racionalidad pone el remedio REAL y EFECTIVO para superarlo.  Encomendarse a Dios, que no es sino expresar deseos, y pedir perdón, que es un brindis a la irresponsabilidad, no curan al mundo. En otras palabras, la organización social por leyes racionales y estados laicos, FUNCIONA; la organización social limosnera, caritativa y orante, NO FUNCIONA.

¡Que la Iglesia denuncia el mal…! Por supuesto, lo hace.  Pero no basta con eso, hay que poner los medios y remedios necesarios para cercenarlo. En tiempos de quema de herejes, la Iglesia recurría al brazo secular para no mancharse. Ahora también, pero, referido a la solución de problemas, viene a decir que sea el Estado el que saque las castañas del fuego.

Vox clamantis in deserto…Me surge la duda sobre la funcionalidad actual de la Iglesia: quizá tengamos que ser nosotros los que cambiemos de pensamiento respecto a lo que es, ni más ni menos que una ONG del grito denunciador.

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