Siempre disponible, siempre explorado sin la admiración de su integralidad, de su armonía, de su belleza, de su poder de seducción, de su identidad exclusiva. El cuerpo del enfermo es mirado desde el silencio del paciente, desde la objetivización, desde la cosificación, desde una cierta farmacopornografía.
El riesgo de la deshumanización también está ahí: en el silencio del paciente. Cuando el paciente no habla se retira, cierra la tienda de la propia humanidad, se entrega a las duras manos de la ciencia que lo quiere recuperar para una identidad desconocida, para una personalidad no interesante en el acto médico.
Me comprometo a describir la variedad de identidades del cuerpo humano y el riesgo de no reconocerle en él en su bella expresión de la legítima rareza de cada quien. Me comprometo a pensar en el cuerpo que nace, el cuerpo que muere, el cuerpo herido, el cuerpo violado, el cuerpo desfigurado, el cuerpo dormido, el cuerpo abierto, el cuerpo dolido, el cuerpo explorado interiormente. Pero también en el cuerpo embellecido, seductor, juguetón, el cuerpo engalanado, el cuerpo que danza, el cuerpo que hace la paz y el amor para humanizar.