Estamos de enhorabuena. La humanización de la asistencia sanitaria es requerida aquí y allá, en un continente y en otro. Parece que nos reclamamos recíprocamente la necesidad de reconocernos con una dignidad particular. Advertimos el riesgo de cosificarnos, despersonalizarnos en las atenciones en salud. Nos damos cuenta, permanentemente, de cosas que podrían ser de otra manera: reconocemos la distancia entre el ser y el deber ser. Y por eso reclamamos humanización.
Nada hay más humano que ser profesional de la salud. Los profesionales de la salud son una expresión de la ternura de los pueblos ante la vulnerabilidad y fragilidad humana. Son una expresión de la motivación compasiva, intrínsecamente humana. Es excepcional encontrar en la historia profesionales de la salud que no han trabajado por la vida, por la calidad de vida, por el acompañamiento y el consuelo.
Pero entre los dedos se nos cuelan variables de mucho valor. Injusticia en el reparto de recursos si echamos una mirada global, correctivos de tiempos de espera, accesibilidad no igualitaria, riesgo de que la tecnología (donde ha llegado) desplace la bondad y olvide el poder del encuentro humano, de la escucha, la mirada, el contacto… Nos amenaza el peligro de invasión de un modelo biologicista, a todas luces reductivo, más veterinario que humano. Así se justifica la necesidad de humanizar, reclamar lo específico del ser humano, el mundo biográfico, ético, espiritual, de los valores, de las emociones, honrando así que lo biológico está cargado de un sentido nuevo en nosotros.
Es muy bienvenida la macrotendencia a la humanización de la asistencia sanitaria. ¡Ojalá que no se quede en palabras, ni en humo! En algunos países, se está convirtiendo en políticas, estrategias, medidas muy concretas, capacitación específica en competencias blandas. Y yo, me apunto.