BÁCULO Y BASTÓN DE MANDO
En tan extensos e intensos periodos electorales que políticamente hemos vivido, y vivimos, en España, toda reflexión acerca de los procedimientos democráticos que los sostienen, de su idea, práctica y subterfugios y triquiñuelas para su paráfrasis e interpretación a la medida de intereses personales o de grupo, resultará provechosa, por supuesto que con su correspondiente proyección en las áreas también eclesiásticas y, en general, religiosas. La Iglesia vive y se encarna en las “realidades temporales” y la exención de las mismas demandaría automáticamente su desahucio.
. Como también la liturgia civil se expresa y manifiesta mediante los signos, los actos de substitución y relevo municipales han entrenzado y descrito páginas ricas en singulares y sorprendentes episodios. En alguna corporación municipal, el elegido como primer edil, decidió no aceptar la responsabilidad que entonces se le encomendaba, identificada con el “bastón de mando”, que ritualmente, en todas partes y toda la vida, había representado y sido portador.
. Anécdota como esta sugiere y aporta elementos de juicio como para llegar a la conclusión de que, por encima de todo, los términos “bastón” y “mando”, a la luz de la verdadera política, y más la municipal, no deberían evocarse como referencias convivenciales “al servicio del pueblo”, con exclusión de cualquier gesto, comportamiento y emolumentos que implique “servirse del pueblo”, tal y como desdichadamente parece ser norma de actuación y, para muchos, oficio, sinecura y carrera.
. El tema de los pactos, matrimonios de conveniencia y “contra naturam”, coyundas, conciertos, estipulaciones y componendas partidistas,- las firmadas aún en última instancia-, también es objeto y sujeto de compromiso y reflexión, con el reconocimiento de que los procedimientos democráticos ni son ni podrán ser perfectos, pero sí suficientemente mejorables que el resto de opciones que puedan aportarse, y que a veces se aportan, con fórmulas teocráticas, autárquicas, dictatoriales y absolutistas de alguna manera.
. En el contexto del ejercicio democrático de la autoridad, sobre todo en el momento cumbre de su relevo y condecoración, resultaría de provecho obsequiar a sus responsables máximos con un diccionario, en el que se subrayaran con atractivos e imborrables colores, palabras tales como “autoridad, servicio, pueblo, convivencia, corrupción, diálogo, respeto, poder, dominio, pompa, aparato, gastos de representación, amiguismo, nepotismo, endiosamiento, parentela, audacia, insensatez, prudencia…”
. La Iglesia católica ha vivido, y vive, al margen de cuantas ideas y movimientos puedan inspirarse en principios y procedimientos democráticos. Desde esta posición, que en ocasiones, algunos aspiraron a declarar dogmática, o para- dogmática, la actitud que sustenta, mantiene y adoctrina no es convencidamente favorable a procedimientos electorales, sintiéndose incómoda ante ellos, con alegaciones “teocráticas” enmarcadas en Códigos que imploran revisión evangélica pareja a la ya propiciada por el Papa Francisco, en consonancia con el sentir colectivo de culturas, pueblos y otras Iglesias.
. Aprender algunas lecciones del ejercicio de la autoridad y servicio al pueblo y del cese y substitución de sus máximos responsable políticos, es tarea y lección que los hombres de la Iglesia han de tener sagrada, constructiva y humildemente presentes. Sus facetas son múltiples y de excepcional importancia para el pueblo y para el testimonio de vida y de convivencia con el que se identifica el evangelio.
. En primer lugar, elecciones. Los nombramientos a dedo por muy presente que se prentenda hacer en ellos al Espíritu Santo, en substitución del pueblo – Pueblo de Dios-, están condenados al fracaso. La mujer, por mujer, jamás podrá seguir marginada en la escala jerárquica de la Iglesia. El camino de la integración de los jóvenes, en años y en actitudes, habrá de tornársele mucho más expedito en la Iglesia. En la actualidad estos jóvenes los tienen clausurados, y quienes blanden sus banderas y estandartes apenas si pueden registrarse en su nómina y movimientos. Elecciones intra eclesiales abrirían las puertas de las catedrales, parroquias y actividades religiosas, antes de que los años y graves achaques de los “fieles cristianos” de toda la vida, dictaminen su cierre.
. El gesto del primer edil recusando el bastón de mando “al tomar posesión de su cargo” resultaría impensable en la liturgia de la “entronización en la sede episcopal” - “inthronizatio”-, del nuevo titular diocesano, mediante la entrega del báculo, que en definitiva es su traducción, a la vez que, en rico, lo es de “cayado”, “vara” o “cachava”, pero elaborado en plata y otros materiales nobles y preciosos, convertidos en joyas, obras de arte, objetos y piezas de museo, signos y atributos de dudosa religiosidad evangélica, de “pontificado” y de “Vice-Dios”. Por supuesto que el obsequio de un diccionario, mejor en latín que en castellano, con el subrayado de los términos “jerarquía, autoridad y servicio”, en el momento y lugar de su entrega, junto con la mitra, sería beneficioso para su receptor y para los donantes.
. Como también la liturgia civil se expresa y manifiesta mediante los signos, los actos de substitución y relevo municipales han entrenzado y descrito páginas ricas en singulares y sorprendentes episodios. En alguna corporación municipal, el elegido como primer edil, decidió no aceptar la responsabilidad que entonces se le encomendaba, identificada con el “bastón de mando”, que ritualmente, en todas partes y toda la vida, había representado y sido portador.
. Anécdota como esta sugiere y aporta elementos de juicio como para llegar a la conclusión de que, por encima de todo, los términos “bastón” y “mando”, a la luz de la verdadera política, y más la municipal, no deberían evocarse como referencias convivenciales “al servicio del pueblo”, con exclusión de cualquier gesto, comportamiento y emolumentos que implique “servirse del pueblo”, tal y como desdichadamente parece ser norma de actuación y, para muchos, oficio, sinecura y carrera.
. El tema de los pactos, matrimonios de conveniencia y “contra naturam”, coyundas, conciertos, estipulaciones y componendas partidistas,- las firmadas aún en última instancia-, también es objeto y sujeto de compromiso y reflexión, con el reconocimiento de que los procedimientos democráticos ni son ni podrán ser perfectos, pero sí suficientemente mejorables que el resto de opciones que puedan aportarse, y que a veces se aportan, con fórmulas teocráticas, autárquicas, dictatoriales y absolutistas de alguna manera.
. En el contexto del ejercicio democrático de la autoridad, sobre todo en el momento cumbre de su relevo y condecoración, resultaría de provecho obsequiar a sus responsables máximos con un diccionario, en el que se subrayaran con atractivos e imborrables colores, palabras tales como “autoridad, servicio, pueblo, convivencia, corrupción, diálogo, respeto, poder, dominio, pompa, aparato, gastos de representación, amiguismo, nepotismo, endiosamiento, parentela, audacia, insensatez, prudencia…”
. La Iglesia católica ha vivido, y vive, al margen de cuantas ideas y movimientos puedan inspirarse en principios y procedimientos democráticos. Desde esta posición, que en ocasiones, algunos aspiraron a declarar dogmática, o para- dogmática, la actitud que sustenta, mantiene y adoctrina no es convencidamente favorable a procedimientos electorales, sintiéndose incómoda ante ellos, con alegaciones “teocráticas” enmarcadas en Códigos que imploran revisión evangélica pareja a la ya propiciada por el Papa Francisco, en consonancia con el sentir colectivo de culturas, pueblos y otras Iglesias.
. Aprender algunas lecciones del ejercicio de la autoridad y servicio al pueblo y del cese y substitución de sus máximos responsable políticos, es tarea y lección que los hombres de la Iglesia han de tener sagrada, constructiva y humildemente presentes. Sus facetas son múltiples y de excepcional importancia para el pueblo y para el testimonio de vida y de convivencia con el que se identifica el evangelio.
. En primer lugar, elecciones. Los nombramientos a dedo por muy presente que se prentenda hacer en ellos al Espíritu Santo, en substitución del pueblo – Pueblo de Dios-, están condenados al fracaso. La mujer, por mujer, jamás podrá seguir marginada en la escala jerárquica de la Iglesia. El camino de la integración de los jóvenes, en años y en actitudes, habrá de tornársele mucho más expedito en la Iglesia. En la actualidad estos jóvenes los tienen clausurados, y quienes blanden sus banderas y estandartes apenas si pueden registrarse en su nómina y movimientos. Elecciones intra eclesiales abrirían las puertas de las catedrales, parroquias y actividades religiosas, antes de que los años y graves achaques de los “fieles cristianos” de toda la vida, dictaminen su cierre.
. El gesto del primer edil recusando el bastón de mando “al tomar posesión de su cargo” resultaría impensable en la liturgia de la “entronización en la sede episcopal” - “inthronizatio”-, del nuevo titular diocesano, mediante la entrega del báculo, que en definitiva es su traducción, a la vez que, en rico, lo es de “cayado”, “vara” o “cachava”, pero elaborado en plata y otros materiales nobles y preciosos, convertidos en joyas, obras de arte, objetos y piezas de museo, signos y atributos de dudosa religiosidad evangélica, de “pontificado” y de “Vice-Dios”. Por supuesto que el obsequio de un diccionario, mejor en latín que en castellano, con el subrayado de los términos “jerarquía, autoridad y servicio”, en el momento y lugar de su entrega, junto con la mitra, sería beneficioso para su receptor y para los donantes.