“POR ODIO A LA FE”

La letanía de los nombres que en su día, y con todos los requisitos rituales de su beatificación o canonización, completarán el listado oficial, es todavía ancha y dolorosa, también por lo que hace relación a España y a su “cruzada”. No hay diócesis, Orden o Congregación Religiosa, pueblo, ciudad o familia, cuyas colectividades no alienten la esperanza de ser convocadas por el correspondiente dicasterio romano y sus ramificaciones, para instruir causas, acelerar procesos, recabar nuevos datos y, por fin, convocar a la cita masiva de las “solemnes ceremonias que tendrán lugar” en la Plaza de San Pedro o en otros recintos sagrados de la cristiandad

Creo no faltar al respeto debido, y a recuerdos y determinaciones, ritmos, protagonistas y co-protagonistas de los hechos, al expresar mi pensamiento de que algún día –lo más prestamente posible-, habrá que dar por clausurado este capítulo de la historia de la Iglesia.

. Causas y motivos para tomar tal decisión, aún en los casos en los que ya se está en vísperas de su feliz y “aureolada” conclusión, son muchos, entre los que destacan algunos. Y es que, por ejemplo, lo de “oportuna e inoportunamente” no siempre, ni mucho menos, es medida cristiana de evangelización en el esquema de la ascética y en los medios y métodos para su ejercicio.

. La constatación del requerido “martirio” sobre la base de la provocación exclusiva, o fundamental, del “odio a la fe”, exige la presencia y actividad de perpetradores, a quienes la condición de “martirizadores” resultara justa su atribución. “Odio” es término ferozmente inhumano. Se cultiva, aún con frecuencia, vocación y regocijo “religioso”, sobre todo en fundamentalismos, y de tal complacencia, recompensa y orgullo “espirituales” alardean, y “por siempre jamás” alardearán muchos, dentro y fuera del grupo de familiares, amigos y congéneres.

. Vivir, y arrebatarles a otros la vida, por “odio” a la fe, o a cualquier otro valor o “disvalor” humano o divino, convoca, y hace presentes y activas, palabras y actitudes tales y tan ignominiosas e impronunciables, estrechamente relacionadas con ellas, como “aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea, repugnancia natural o instintiva e incompatibilidad a que no se detiene y conforma con las fronteras de las palabras, sino que insta a pasar a los hechos, aunque este propósito lleve consigo la muerte ajena y, en ocasiones, la propia”

. “Odio”, y además, y lógicamente, administrado al margen de las leyes humanas, adquirido y al que se cree “vocacionado” por convencimientos que se dicen “religiosos”, es y será, fuente de mártires, a cuyas causas será imprescindible hallarles otras explicaciones, además de las incuestionablemente patológicas, que imposibilitan, extingan y maten de raíz parte de la responsabilidad y, por supuesto, toda convivencia.

. “Odio” y “fe”, en el ordenamiento práctico de los comportamientos humanos, se prestan a no pocas interpretaciones, algunas de las cuales será de justicia homologar con generosidad provinciana y misericordiosa, que, en su descargo, acreciente aún más la infinitud del perdón, que misteriosamente entraña, supone y testimonia el compromiso cristiano.

. La declaración oficial de la condición de “mártires” por parte de la Iglesia, con la solemnidad y testificación universal del ceremonial al uso, es posible que precise de una revisión convencida y razonad, como parte inherente a la propia idea del término y actitud “martiriales”, en el marco hispánico, en el que “martirizados” y, por tanto, “martirizadores”, escribieron capítulos de tanta relevancia, sin descartar que algunos no desechen la posibilidad de avivar los rescoldos, que precisamente están para eso…

. Dejar ya en paz a los “santos” de cualquiera de los lados en los que la geografía, la religión, lo política o el misterio ubicaran en su día, es sensata, audaz y evangélica obra de piedad y de misericordia, anticipo y síntesis del Año Santo, de cuya convocatoria y ejecución es su máximo inspirador y protagonista el Papa Francisco. Crear, re-crear y aderezar “mártires”, aún con la más sacrosanta intención, es tarea que pedagógica y prácticamente corre pareja, y contribuye, a la de engendrar y motivar “martirizadores”. Lo del piadoso y “tupido velo” es – o puede ser- también aquí, “primicia evangélica”.
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