“EN VIRTUD DE SANTA –Y CIEGA- OBEDIENCIA”
Fue, y en parte sigue siendo, la fórmula de educación en la que multitud de lectores se formaron en colegios y centros adscritos de alguna manera a la Iglesia, inspiradora de ideas, de comportamientos, estructuras e instituciones. Los/as educadores/as religiosos/as, por oficio, o por vocación, recibieron su aprendizaje para tan importante tarea en el día de mañana, en su vida de escolares y alumnos, ahormados ya desde el principio en sus respectivos seminarios, noviciados o “Casas Religiosas” con programas ascéticos, en los que la obediencia fue clave eficaz e infalible. El título y la misión del educador, por encima de cualquier otro valor, habría de coincidir con el de la obediencia, es decir, con el “cumplimiento de la voluntad de quien manda”, o “mandato del superior especialmente en las Órdenes Religiosas, con sacrosantas referencias gramaticales y semánticas a “superior”, “inferior” y a “orden, o “colocar las cosas en el lugar en el que les corresponde”, lenguaje de difícil –imposible- comprensión para quienes no hubieren consagrado su vida a Dios mediante los votos de “castidad, pobreza y obediencia”.
. “En virtud de santa y ciega obediencia”, con mención expresa para la voluntad de Dios, en consonancia con la fiel y omnímoda interpretación de superior, y de los cánones y artículos de las Constituciones o Reglas dictadas, o reveladas, al santo fundador o fundadora, los aspirantes a educadores en colegios religiosos, no tenían otra opción que la de llevar a la práctica mandatos, reglas, principios, prontuarios y pautas de comportamiento, no pocos de ellos inspirados tan solo en el afán de asentar su autoridad, aún al margen o en contra de la lógica, de la sensatez y hasta del sentido común.
. “En virtud de santa obediencia”, novicios y novicias se vieron obligados a tener que acondicionar las escaleras barriéndolas de abajo arriba y a cederles al superior del seminario un cándido puñado de cerezas rapaceadas sin su permiso de la huerta. En comunidades de religiosos/as se recitaba – y recita- diariamente una oración especial que comprometía a sus educandos a no efectuar absolutamente nada sin el correspondiente permiso, decisión que, tomada al pie de la letra, hasta podría, y debería, interpretarse también en la esfera de los pensamientos y de los sentimientos. Lo de la llamada “dirección espiritual” es capítulo aparte.
. ¡Que nadie imagine que se trata de expresiones o interpretaciones patológicas propias de internados alejados y ajenos a toda clase de influencias pedagógicas, medievalmente enquistados en esquemas y ordenamientos ascéticos, en los que el simple trato con los demás podría ser pecado…¡ La historia de la pedagogía, también religiosa, contiene lamentables capítulos, algunas de cuyas tristes e inmorales consecuencias se hacen presentes en la dirección de empresas y de actividades políticas, sin prescindir asimismo de otras relacionadas con la Iglesia. Una pingüe proporción de los líderes de la corrupción que padecemos fueron educados en colegios religiosos y además con fórmulas no alejadas de las concentradas “en virtud de santa, y ciega, obediencia”.
. A su sombra resulta imposible toda educación. El dogma, y los dogmatismos, no educan y más cuando para su exposición e imposición se hace uso del nombre de Dios, como razón para encubrir perezas, limitaciones y haraganerías intelectuales y mentales. Los dogmatismos, los misterios, los artículos de fe profesados “en virtud de santa- y ciega- obediencia”, acrecientan las tentaciones de la masificación, de la pasividad, del temor y del gregarismo, en los que la idea de “persona” , con sus correspondientes y centelleantes responsabilidades se diluye, imposibilitando el mismo ejercicio de la común- unión, comunidad, síntesis y misión de la Iglesia.
. El uso-abuso del nombre de Dios, como fundamento para asentar y justificar la obediencia, convierte a sus defensores en otros tantos diosecillos que compiten con el “Supremo Hacedor” en cuyo nombre pretenden actuar, aunque siempre al servicio de sus intereses propios o de grupo. Eliminar del sistema educativo todo atisbo de “en virtud de la santa- y ciega- obediencia”, beneficia a la Iglesia y a la comunidad en cualquiera de sus formas y fórmulas convivenciales.
. El “Año Cristiano” está lleno de actos y episodios realizados “en virtud de santa –y ciega- obediencia”, pero de muy dudosa historicidad y cuya ejemplaridad es muy discutida. “Ciega”, “santa” y “obediencia” no elevan de por sí al “honor de los altares”. Sí facilitan el camino los verdaderamente obedientes, gramaticalmente devotos de que tal término procede de “ob” –por delante”, y de “audire o ire”, en razón a la ejemplaridad y compromiso de quienes educan.
. “En virtud de santa y ciega obediencia”, con mención expresa para la voluntad de Dios, en consonancia con la fiel y omnímoda interpretación de superior, y de los cánones y artículos de las Constituciones o Reglas dictadas, o reveladas, al santo fundador o fundadora, los aspirantes a educadores en colegios religiosos, no tenían otra opción que la de llevar a la práctica mandatos, reglas, principios, prontuarios y pautas de comportamiento, no pocos de ellos inspirados tan solo en el afán de asentar su autoridad, aún al margen o en contra de la lógica, de la sensatez y hasta del sentido común.
. “En virtud de santa obediencia”, novicios y novicias se vieron obligados a tener que acondicionar las escaleras barriéndolas de abajo arriba y a cederles al superior del seminario un cándido puñado de cerezas rapaceadas sin su permiso de la huerta. En comunidades de religiosos/as se recitaba – y recita- diariamente una oración especial que comprometía a sus educandos a no efectuar absolutamente nada sin el correspondiente permiso, decisión que, tomada al pie de la letra, hasta podría, y debería, interpretarse también en la esfera de los pensamientos y de los sentimientos. Lo de la llamada “dirección espiritual” es capítulo aparte.
. ¡Que nadie imagine que se trata de expresiones o interpretaciones patológicas propias de internados alejados y ajenos a toda clase de influencias pedagógicas, medievalmente enquistados en esquemas y ordenamientos ascéticos, en los que el simple trato con los demás podría ser pecado…¡ La historia de la pedagogía, también religiosa, contiene lamentables capítulos, algunas de cuyas tristes e inmorales consecuencias se hacen presentes en la dirección de empresas y de actividades políticas, sin prescindir asimismo de otras relacionadas con la Iglesia. Una pingüe proporción de los líderes de la corrupción que padecemos fueron educados en colegios religiosos y además con fórmulas no alejadas de las concentradas “en virtud de santa, y ciega, obediencia”.
. A su sombra resulta imposible toda educación. El dogma, y los dogmatismos, no educan y más cuando para su exposición e imposición se hace uso del nombre de Dios, como razón para encubrir perezas, limitaciones y haraganerías intelectuales y mentales. Los dogmatismos, los misterios, los artículos de fe profesados “en virtud de santa- y ciega- obediencia”, acrecientan las tentaciones de la masificación, de la pasividad, del temor y del gregarismo, en los que la idea de “persona” , con sus correspondientes y centelleantes responsabilidades se diluye, imposibilitando el mismo ejercicio de la común- unión, comunidad, síntesis y misión de la Iglesia.
. El uso-abuso del nombre de Dios, como fundamento para asentar y justificar la obediencia, convierte a sus defensores en otros tantos diosecillos que compiten con el “Supremo Hacedor” en cuyo nombre pretenden actuar, aunque siempre al servicio de sus intereses propios o de grupo. Eliminar del sistema educativo todo atisbo de “en virtud de la santa- y ciega- obediencia”, beneficia a la Iglesia y a la comunidad en cualquiera de sus formas y fórmulas convivenciales.
. El “Año Cristiano” está lleno de actos y episodios realizados “en virtud de santa –y ciega- obediencia”, pero de muy dudosa historicidad y cuya ejemplaridad es muy discutida. “Ciega”, “santa” y “obediencia” no elevan de por sí al “honor de los altares”. Sí facilitan el camino los verdaderamente obedientes, gramaticalmente devotos de que tal término procede de “ob” –por delante”, y de “audire o ire”, en razón a la ejemplaridad y compromiso de quienes educan.