Cristo la ha vuelto a armar
Pero es al llegar la Semana Santa y la Pascua cuando los líos contigo arrecian. Y sale un grupo de ateos dispuestos a hacer algo así como una procesión por el centro de Madrid el mismo día en que tú celebrabas tu última cena con los doce discípulos, y tus seguidores lo recuerdan cada año en esas calles. O hay una televisión que bromea contigo junto a tu sepulcro en la mismísimo Jerusalén. O aparece un pintor o artista necesitado de fama que te pinta en amarillo y remojado en su orina... O antes unos descerebrados andan al asalto de capillas universitarias en Madrid y Barcelona...
¿Qué pasa este año contigo, Cristo, que hasta el tiempo atmosférico se te ha puesto en contra y la lluvia ha impedido las procesiones multitudinarias de los que quieren honrarte a su manera, cosa que ha arrancado ríos de lágrimas a encapuchados y penitentes? Mal muy menor, en todo caso, este último, si en el amor la procesión iba por dentro...
Tú, desde luego, no eres un personaje vulgar. Sobrepasas todos los cánones. Nadie tiene tantos amigos ni tantos enemigos como tú después de dos mil años de su muerte.
Porque esa es otra. Mueres y resucitas todos los años. Y el hecho de que tus amigos traten de honrarte como buenamente saben en los templos y en las calles, el hecho de que tus enemigos agucen su saña en estos días, parece una prueba irrefutable de que estás vivo. Un escolástico sutil hubiera podido añadir como un argumento más a favor de tu Resurrección el hecho de verte cada día, y más en cada Semana Santa, tan querido por tantos y tan odiado por algunos. Pero, en fin, como lo mío no es la sutileza, yo, modestamente, me atrevo a asegurar que tú, Cristo, como todos los años la has vuelto a armar... y vives. Vives para siempre.