Señor:Todos somos hijos tuyos. Igual los pequeños que los mayores. Igual los hijos que los padres. Todos somos ante ti niños necesitados de protección y de consuelo.
Hoy, en el Día de la Madre, quiero imaginar a la mía como a una niña querida, protegida, consolada por ti. Es muy mayor, claro, pero qué bien si hoy y siempre la tomaras en tus brazos divinos, la colocaras sobre tus rodillas, la acariciaras, le hicieras olvidar sus trabajos y sus penas, aumentaras la alegría que tantas veces llena su corazón. Con eso no harías (desde luego, de la manera infinitamente superior que tú sabes) sino imitarla a ella cuando nosotros crecíamos, imitar sus gestos de madre que ama, acaricia y llena de consuelo. Después de todo, es ella la que, instintivamente, ha tomado y copiado de ti su repertorio de gestos y el hermoso oficio de amar.
Sé tú, Señor, y para siempre, el Dios consolador, el Dios-Madre de mi madre.
Amén.
(De El Día de la Madre, Madrid, San Pablo, 2003).