Dios a la vista, queridos ateos
Yo aquí no me propongo hacer apologética. Menos, apologética barata. El poema que ofrezco a continuación lo escribí, lo viví, hace varios decenios y sigo encontrándome en él como en mi casa. Es más, es uno de los poemas a los que tengo mayor apego. Es una afirmación incondicional y entregada a la existencia y a la omnipresencia amorosa de Dios.
Por cierto, mi fe en Dios y mis convicciones religiosas me llevan a rezar continuamente por todos los hombres, incluidos, cómo no, los ateos y agnósticos. Además, en mi condición de sacerdote,
Ahí va mi poema de Dios y su permanente presencia amparadora.
ALLÍ ESTÁS TÚ
Si subo a las montañas o si hojeo los libros,
si bajo a mi memoria o me interno en el bosque,
si me baño en el mar o si abro las ventanas
que dan sobre los hombres,
me topo con tu esfera
de tiempo transparente,
multiplico mis manos
al palparte en el día.
Si aliento, si me quejo, si llevo mi palabra
hacia algo dolorido,
allí estás Tú.
Si monto sobre los siete días de la semana,
si se me paran de tedio los lunes,
si se me caen de fatiga los martes,
si me trotan animosos los miércoles,
si se me quedan sin aliento los jueves,
si se me arrasan de lágrimas los viernes,
si se me desbocan de deseos los sábados,
si tal vez me relinchan de gozo los domingos,
allí, allí estás Tú.
En enero, en febrero, en la luz del verano,
en las cuatro estaciones, en los mil calendarios,
en los faros marinos, en los mapas sin límites,
tras la última lente de los mil telescopios,
allí estás Tú.
Cuandoquiera que ame, que recuerde, que gima,
como quiera que grite, me levante o alumbre,
dondequiera que vuele, me desmaye o pregunte,
allí,
allí estás Tú.
(Obra poética, p. 250)