Y Dios estaba allí

No es necesario ser “un santo de atar”, ni un místico elevado al quinto cielo. Ellos nos alumbran el camino y escriben, por ejemplo: “Que bien sé yo la fonte que mana y corre / aunque es de noche... / Sé que no puede ser cosa tan bella / y que cielos y tierra beben de ella, / aunque es de noche... / Su claridad nunca es escurecida, / y sé que toda luz de ella es venida, / aunque es de noche...” (Juan de la Cruz ). Dios. Dios, origen y presencia. De la fe y el amor que a Dios le llevan dice el mismo altísimo poeta en otra de sus famosas piezas: “...sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía. / Aquesta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía...”.

Pero no. No está al alcance de todos escalar alturas casi imposibles. Y Dios quiere comunicársenos a todos. El sentido de su presencia en el mundo, en nuestro entorno, en las personas que alcanza nuestra vista, en el interior de cada uno de nosotros es algo a lo que, supongo, llega mucha, mucha gente. Vivir la presencia de Dios, recordarla al menos con alguna frecuencia es básico en una actitud creyente. Presencia no de ceñudo inquisidor, sino de Padre, sabia y protectora. Modestamente lo llevo a la oración partiendo de la bella plantilla del salmo bíblico 139.

SEÑOR, TÚ ME SONDEAS Y ME CONOCES


Señor, tú me sondeas y me conoces.
Te suena mi palabra
antes que nazca y vuele de mi mente.
Antes que abra la boca,
ya has visto tú mi corazón por dentro.


Desnudo estoy, Señor, en tu presencia.
Y tu pupila sabia y protectora,
tu luz total traspasa
mi presente y futuro
y mi arriba y mi abajo
y lo más alejado o escondido.


¿Dónde me ocultaré que no me veas?
¿En qué rincón del mundo y de la noche
no estarás tú, Señor, para abrazarme?


Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me meto en el centro de la tierra,
me toparé con tu presencia amiga;


si vuelo a la frontera de la aurora,
me invadirá tu luz, surgente y pura;
si me traslado a donde el mar se acaba,
allí empiezan tus aguas sin orillas;


si viajo a donde arranca mi memoria
o al último final de mi esperanza,
allí estás tú, Señor, allí tus ojos,
allí tu eternidad, tu amor amando.


¡Qué incomparables encuentro tus designios!
¡Qué incomparable tú! ¡Qué sin medida
son los espacios de tu cielo mío!


Desde mi ser que tiembla
y se arrastra pequeño hacia la muerte,
te pido con amor, Amor primero,
Padre sin tiempo, sol, cenit y aurora
de la vida total:
Condúceme hacia ti, dentro de ti,
y guíame por el camino eterno.


(De Salmos de ayer y hoy, Estella, Verbo Divino, 2008).
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