Encontrar a Dios en El Ermitage
Así sucede que el célebre cuadro de Rembrandt La vuelta del hijo pródigo se ve y no se ve. Lo ven quizá unos pocos privilegiados cargados de tiempo y de paciencia, o los que se hacen sitio a más o menos disimulados empujones. Los “elegidos” se detienen y se pasman ante la maravilla. De allí no se mueve nadie. La riada de visitantes ha de pasar casi de largo o estirando el cuello para ver apenas la parte superior del cuadro.
Rembrandt, el solitario, el pobre, dejó en este prodigio la culminación de todos los sentimientos de su obra: el amor, el sufrimiento, la compasión, el perdón. Se llama “La vuelta del hijo...” y a quien vemos de frente es al Padre, el rostro y el abrazo del Padre que inclina su consolada vejez sobre el hijo. El Padre que, sin pensar en el perdón, ama.
Jesús dedica muchas de sus enseñanzas a mostrarnos cómo es este Padre. La parábola que inspira el cuadro de Rembrandt es uno de los ejemplos más insignes. Él, que hablaba constantemente con su Padre y se quedaba con él de noche y en lugares apartados, llegó a intrigar a sus discípulos. ¿Qué hacía en la soledad? ¿Cómo oraba? ¿Cómo teníamos que orar los demás? El Padrenuestro es una plegaria para repetir literalmente y, sobre todo, un guión de los mejores sentimientos e ideas para quien quiera hablar con amor con este Padre que, en su versión artística, sigue fascinando a los visitantes de El Ermitage.
La versión libre del Padrenuestro que ofrezco a continuación es una glosa personal desde mi modesta condición de orante, partiendo del propio guión de Jesús.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro que estás en el mundo,
en la vida,
Padre nuestro que estás en nuestras cosas
y en nuestra casas:
tan padre eres, tan nuestro
que estás como en ninguna parte en el hombre.
Padre nuestro que estás en lo cierto,
en lo hermoso, en lo bueno:
que todos los humanos pronuncien con amor tu nombre.
Que proclamen tu gloria con más verdad aún que los astros,
las águilas, los bosques,
esa gloria que pregonan a gritos
hasta las mismas piedras.
Venga a nosotros tu Reino.
Venga la paz como un regalo tuyo.
Venga fresca y desnuda la verdad como un agua clara.
Vengan la risa del amor y el respiro de la justicia.
Entre la vida y salga al fin la muerte.
Salgan la guerra y el odio,
avergonzados, por la puerta falsa.
Venga al fin la hermandad de quienes son tus hijos.
Hágase tu voluntad
para que el mundo gire en tu universo
y seamos por fin
sencillamente buenos,
al lado de tu amor libres e iguales.
Danos el pan. Da pan a los hambrientos,
da la difícil generosidad e inteligencia a los hartos,
trabajo a los parados,
escuela y medicinas a los pobres del mundo.
Perdona nuestras maldades, nuestros errores,
porque también nosotros queremos perdonar a los malévolos,
a los débiles y a los ignorantes.
No nos dejes caer en la tentación
y líbranos
del verdadero mal.
Amén.
(Obra poética, p.367)