¿Siempre es Viernes Santo?

Siempre. Jesús no fue ni el único ni el último torturado de la historia. Ni el último sometido al terror y a la negrura de la noche. Son continuas las noticias de cristianos a los que les toca pasar por su pasión y su muerte. “Hoy hay más mártires que en los primeros tiempos de la Iglesia”, afirmó recientemente el papa Francisco. Y hay miles de seres humanos que, quizá sin haber conocido a Jesucristo, pasan por las torturas del horror y el abandono antes de morir en su propia cruz. Nuestros pueblos “desarrollados” se desentienden de estas víctimas “de segunda” o “de tercera”, los crucificados de los pueblos más pobres. Por muchas que sean las corazas de que nuestra sensibilidad se cubre, las noticias son implacables.

Jesucristo fue y es el “varón de dolores” cuya historia de pasión y muerte se repite cada día.

FLAGELACIÓN


Sin resuello, esposado,
Traspasado por un largo aullido de fusiles erectos,
se lo tragó el portal como boca de lobo,
cerrándose tras él las cinco puertas de la noche.
Por cinco largas fauces de pasillos
le ofrecieron negruras, laberintos de terror y de mugre,
auroras vacilantes en torno a las bombillas,
esperas devoradas por los gritos en torno.
Por cinco largas muertes desembocó en el pozo
y allí empezó el gritar, el cantar, ay, los nombres,
los lugares, las fechas,
el ojo de la aguja y la raza de víboras,
la lista de corrido de todos los apóstoles,
el nombre sospechoso de María santísima…

Todos los dientes crujen en bocados de acero.
Ruedan todos sus huesos bajo un techo de truenos.
Hierven sobre su espalda granizadas de brasas
y los rayos anudan su cintura aterida.

Pero ya nunca
se encontrará, jamás un rastro de columna, nunca
jamás un hilo de cordeles
(puesto que hoy flagelar las leyes lo prohíben…).
Si preguntan por él, se lo tragó la noche.
Cuando salga
arrastrará los pies, le temblarán las lágrimas,
se arqueará su espalda como un cielo caído.

Quizá algún día valgan de testigos
el ahogo del aire en el Pretorio,
la palidez mortal en las paredes,
las grietas enconadas del negro cielorraso.
Quizá sí sirvan como prueba
la triste convulsión de los papeles,
el pasmo pendular de las bombillas,
los chispazos
de los viejos cordones…

Quizá algún día…

(1976)

(Obra poética, p.235).
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