No adoro a Messi...
Admiro a los grandes ases del deporte que, a veces, colmados de millones en plena juventud, aclamados como los dioses antiguos, presentes cada día en las teles, radios y periódicos, asediados por las más animosas bellezas femeninas, no se vuelven tarumbas, mantienen su equilibrio personal y se mueven en el sentido común.
Ha comenzado la Liga de fútbol y arrancan los carruseles, los puntos pelotas, los cuadernillos, las secciones y los programas futboleros exhaustivos, el desatado entusiasmo de comentaristas y narradores.
Quien esto escribe no es precisamente un enemigo del fútbol. Paga su abono de un Club de Primera. Pero nunca llegó a pensar que lo que en este y en otros deportes se ventila fuera algo que se aproxima a los valores supremos.
El valor más alto que tenemos los humanos es nuestra condición de tales. Nuestra mayor riqueza somos nosotros mismos, nuestra propia persona. Viene luego el resto de las añadiduras, algunas, por cierto, bastante menos importantes.
Lo acaba de decir hace unos días el papa Francisco en la reciente audiencia a las selecciones de fútbol de Argentina e Italia: “Antes que campeones sois hombres, personas”. Este papa argentino sigue, como se ve, en la línea del sentido común y de la sabiduría.
Uno, seguro que mucho menos sabio, lo tiene escrito y publicado hace tiempo en un poema que titulé precisamente “CAMPEÓN (Nada menos que hombre)”. Me ahorraré la cita completa de unos versos un tanto académicos e inspirados en el recuerdo de los clásicos. Transcribiré únicamente el remate. Acabado lo pasajero del deporte de alta competición, al triunfador le queda sólo y nada menos que lo principal:
...Desde tu juventud,
libada en ebriedad de copa en copa,
de triunfo en triunfo,
gnozi se autón, memento, goza, acuérdate:
Más temprano que tarde
se aflojarán las piezas de tu cuerpo,
la firme trabazón de tu escultura,
y serás finalmente
sólo
y nada menos que hombre.
(Obra Poética, p. 512).