Qué horror de puertas cerradas (II Domingo de Pascua)


Miedo, ¿no? Horror de puertas cerradas en aquellos hombres que iban a tragarse el mundo. Pero Jesús resucitado rompe los esquemas y las paredes. Saluda con la paz, como Dios y la cortesía judía mandan. Les prueba bien quién es mostrándoles las llagas. Los llena de alegría. Vuelve a saludarlos con la paz. Les da su aliento y su Espíritu.
Como el miedo es bastante más general de lo que el buen tono suele ocultar, y menos “libre” que lo que el dicho popular afirma, no estará de más que los seguidores de Jesús –entre ellos, tantos miedicas-, le pidamos su paz, su presencia y su aliento.

CUANDO NOS VEAS, SEÑOR RESUCITADO


Cuando nos veas, Señor resucitado,
encerrados entre cuatro paredes
por miedo a los demás,
por miedo a la intemperie o a la vida,
por miedo al miedo,
guardando nuestro miedo con las puertas cerradas,
seguros bajo llave,
susurrando tristezas, viviendo de recuerdos,
buscando a nuestros miedos seguridad de grupo:
Ven, irrumpe en los oscuro,
desde tu luz traspasa las paredes,
preséntate a nosotros y muestra que estás vivo.
Enséñanos tus manos,
descubre tu costado,
acércate, sonríe,
deja que te palpemos,
cólmanos de alegría.

Y cuando nos repongas
de zozobra tan larga,
aliéntanos tu Espíritu
para que nos sintamos
nuevos y decididos
a abrir todas las puertas y ventanas,
libres al aire nuevo
y salir a la luz a proclamar que vives,
que eres la luz, que eres el aire puro,
que eres la vida nueva para el hombre
nuevo,
que te queremos, Dios, y queremos al hombre
y por eso nos vamos
felices a la calle, al fin del mundo,
a vivir en tu amor, a regalarlo
hasta la vida plena,
si necesario fuera, hasta la misma muerte.
Para ser tus testigos.

(De “Cien oraciones para respirar”, Madrid, San Pablo, 1994).
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