CUANDO NOS VEAS, SEÑOR RESUCITADO
Cuando nos veas, Señor resucitado,
encerrados entre cuatro paredes
por miedo a los demás,
por miedo a la intemperie o a la vida,
por miedo al miedo,
guardando nuestro miedo con las puertas cerradas,
seguros bajo llave,
susurrando tristezas, viviendo de recuerdos,
buscando a nuestros miedos seguridad de grupo:
Ven, irrumpe en los oscuro,
desde tu luz traspasa las paredes,
preséntate a nosotros y muestra que estás vivo.
Enséñanos tus manos,
descubre tu costado,
acércate, sonríe,
deja que te palpemos,
cólmanos de alegría.
Y cuando nos repongas
de zozobra tan larga,
aliéntanos tu Espíritu
para que nos sintamos
nuevos y decididos
a abrir todas las puertas y ventanas,
libres al aire nuevo
y salir a la luz a proclamar que vives,
que eres la luz, que eres el aire puro,
que eres la vida nueva para el hombre
nuevo,
que te queremos, Dios, y queremos al hombre
y por eso nos vamos
felices a la calle, al fin del mundo,
a vivir en tu amor, a regalarlo
hasta la vida plena,
si necesario fuera, hasta la misma muerte.
Para ser tus testigos.
(De “Cien oraciones para respirar”, Madrid, San Pablo, 1994).