Una Iglesia que ora "Espíritu, ¿hacia dónde guías nuestras Iglesias?"
"Una semana más, glosamos y comentamos aquellos rasgos más esenciales a la pregunta que nos hacemos los obispos, en el documento Espíritu"
"Los obispos, haciéndonos eco del magisterio de san Juan Pablo II, afirmamos: 'Nuestras comunidades tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración” (Novo millennio ineunte, 33)'"
"De ahí que 'recomendamos que en las parroquias, en la medida de sus posibilidades, se celebren comunitariamente y en la Iglesia las principales oraciones de las Horas'"
"Lo importante es que el Espíritu nos guíe a la oración confiada y sincera. En este pórtico de la Semana Santa que es el domingo de Ramos, pidámoslo de todo corazón al Señor"
"De ahí que 'recomendamos que en las parroquias, en la medida de sus posibilidades, se celebren comunitariamente y en la Iglesia las principales oraciones de las Horas'"
"Lo importante es que el Espíritu nos guíe a la oración confiada y sincera. En este pórtico de la Semana Santa que es el domingo de Ramos, pidámoslo de todo corazón al Señor"
Estimados y estimadas,
Una semana más, glosamos y comentamos aquellos rasgos más esenciales a la pregunta que nos hacemos los obispos, en el documento Espíritu, ¿hacia dónde guías nuestras Iglesias?, con motivo del vigésimo quinto aniversario del Concilio Tarraconense.
En el intento de respuesta, debemos decir que el Espíritu nos guía hacia una Iglesia que ora y celebra la fe. Precisamente, los obispos en el apartado que dedicamos en el documento sobre el Pueblo de Dios que comunica el Evangelio, decimos: «Todos los bautizados, incorporados a la Iglesia como pueblo de Dios, son discípulos de Cristo que perseveran en la oración y el testimonio». Y añadimos: «La Iglesia es el Pueblo que Dios ha reunido [...] para formar la comunidad de fe y de amor que alaba la Trinidad santa, de modo que se convierta en el pueblo sacerdotal santificado por la Palabra y los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, constitutiva de la Iglesia, y viva un amor universal y concreto en la persona de los más pequeños».
Y, más adelante, haciéndonos eco del magisterio de san Juan Pablo II, afirmamos: «“Nuestras comunidades tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración” (Novo millennio ineunte, 33)». Además, de constatar «la presencia de realidades de grupos de oración y de adoración en nuestras Iglesias», los obispos subrayamos que «la Palabra de Dios debe tener un papel fundamental en toda oración auténticamente cristiana». De ahí que «recomendamos que en las parroquias, en la medida de sus posibilidades, se celebren comunitariamente y en la Iglesia las principales oraciones de las Horas».
Quienes somos seguidores de Jesucristo podríamos explicar nuestra personal vivencia sobre la propia manera de orar. Hay quien lo hace como la cosa más natural del mundo y quien lo consigue a duras penas. Hay quien lo practica de manera esporádica y quien se ejercita de forma regular. Hay quien lo vive en solitario y quien lo comparte con otros; quien ora en silencio y quien se expresa en voz alta; quien reza con palabras espontáneas y quien recurre a formas estereotipadas. Hay quien necesita aislarse de todo y quien prefiere sumergirse en el ruido cotidiano. Hay quien se acoge a horas y lugares convenidos, como la parroquia, en la liturgia comunitaria de las Horas, o espacios de adoración del Santísimo Sacramento..., y quien aprovecha los momentos más inverosímiles: cocinar, pasear, ir en coche, mirar por la ventana... Hay quien ora temprano para ofrecer el día y quien lo hace de noche para poder dar gracias. Hay quien siente la oración como una fuente de paz y quien encuentra en ella un estímulo para seguir adelante. Hay quien encuentra a Dios y quien, de paso, se encuentra a sí mismo.
Lo importante es que el Espíritu nos guíe a la oración confiada y sincera. En este pórtico de la Semana Santa que es el domingo de Ramos, pidámoslo de todo corazón al Señor y, a pesar de la pandemia, procuremos llevarla a la práctica especialmente en estos días santos. Que nuestra oración esté siempre impregnada de la Palabra de Dios, para que, como Cristo, podamos «vencer la soberbia del enemigo» y «celebrar el misterio de nuestra redención» (Prefacio del domingo de Ramos).
Finalmente, en cuanto a mí, debo confesaros que me encuentro muy reflejado en lo que se expresa en el poema de un buen amigo y poeta. Dice así: «No siempre la plegaria me llega muy adentro: a menudo es rutinaria, escéptica, cansada, tediosamente cargada de costumbres y desengaños. Pero rezo cada día, enlazando un día con el otro con este hilo de palabras tenaces, de deseos perseverantes, de fracasos superados, con el resplandor de una luz que me impactó para siempre y que aún me acoge» [David Jou, Poemes de Nadal i de Setmana Santa- (traducción libre)].
¡Santos días!
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