"¿Por qué otros pueblos no tienen el mismo derecho a una nación?" Del silencio monástico a los presos políticos o la cuestión palestina
Juan Pablo II declaró en la ONU: “La Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada en 1948, ha tratado de manera elocuente de los derechos de las personas; pero aun no hay un acuerdo análogo internacional que afronte de manera adecuada los derechos de las naciones. Se trata de una situación que ha de ser atentamente considerada por las cuestiones urgentes que plantea sobre la justicia y la libertad en el mundo contemporáneo”
En la misma línea que Pizzaballa, el pasado 27 de septiembre, el papa Francisco pedía que los problemas se resuelvan “por medio del diálogo y la negociación”
"Hay algunas voces entre los obispos que defienden que la Iglesia no puede hacer política, por ejemplo por lo que respecta a los presos independentistas (una situación que se habría de resolver con una amnistía), aunque sí que se hace política cuando apoyan la trayectoria del rey emérito"
"Hay algunas voces entre los obispos que defienden que la Iglesia no puede hacer política, por ejemplo por lo que respecta a los presos independentistas (una situación que se habría de resolver con una amnistía), aunque sí que se hace política cuando apoyan la trayectoria del rey emérito"
“No se puede decir a los palestinos que no tienen derecho a una tierra y a una nación”. Esto afirmó hace unos días (Religión Digital, 22 de octubre de 2020) el nuevo Patriarca Latino de Jerusalén, Jeanbattista Pizzaballa, en relación al conflicto palestino-israelí; al derecho de Palestina a tener una nación propia.
Nombrado nuevo Patriarca Latino de Jerusalén por el papa Francisco el pasado 24 de octubre, las declaraciones de monseñor Pizzaballa están en la línea de lo que afirmaba Juan Pablo II, el papa de los derechos de las naciones, que revitalizó, de una manera especial, esta dimensión de los derechos humanos y desarrolló un amplio magisterio sobre estas cuestiones, que han sido recogidas en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.
Son muchas las citas y los pronunciamientos destacados de Juan Pablo II que recogieron magistralmente mossèn Antoni Mª Oriol Tataret y mossèn Joan Costa Bou. De todos los pronunciamientos del papa Juan Pablo II, hace falta recordar el importante discurso del papa polaco en la Asamblea General de la ONU, el 5 de octubre de 1995, ahora ha hecho 25 años, un texto de una gran claridad, concreción y concisión, que tuvo un gran eco internacional. En el punto 6 de su discurso, el papa afirmaba: “La Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada en 1948, ha tratado de manera elocuente de los derechos de las personas; pero aun no hay un acuerdo análogo internacional que afronte de manera adecuada los derechos de las naciones. Se trata de una situación que ha de ser atentamente considerada por las cuestiones urgentes que plantea sobre la justicia y la libertad en el mundo contemporáneo”.
En su discurso, el papa Juan Pablo, concretamente en el punto 8, afirmaba el derecho de las naciones a su existencia. El papa decía: “Su derecho a la existencia es ciertamente el presupuesto de los otros derechos de una nación: Nadie, por tanto (ni un estado, ni otra nación, ni una organización internacional) no tiene nunca derecho a creer que una determinada nación no sea digna de existir”.
Por eso han sido tan importantes las declaraciones de monseñor Jeanbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén, hablando del conflicto palestino-israelí. Jeanbattista Pizzaballa, en la conferencia, “Tierra Santa y Oriente Medio”, dijo que “no se puede decir a los palestinos que no tienen derecho a una tierra y a una nación”. Lamentando la situación de estos dos pueblos en estos momentos, Pizzaballa decía que la solución, “dos pueblos, dos estados”, “ahora es muy difícil de conseguir porque no hay diálogo entre las dos partes”. El nuevo Patriarca de Jerusalén de los Latinos pedía a Israel y a Palestina, “gestos que puedan reconstruir la confianza mutua en el territorio”. Pizzaballa decía también que “existe una población de millones de personas que esperan una palabra clara como pueblo y como nación”. Por eso Pizzaballa defendía “una solución digna para los palestinos”. En la misma línea que Pizzaballa, el pasado 27 de septiembre, el papa Francisco pedía que los problemas se resuelvan “por medio del diálogo y la negociación”.
Hay algunas voces entre los obispos que defienden que la Iglesia no puede hacer política, por ejemplo por lo que respecta a los presos independentistas (una situación que se habría de resolver con una amnistía), aunque sí que se hace política cuando apoyan la trayectoria del rey emérito. Pero hace falta recordar a los que se oponen a una declaración en relación a los presos políticos, que el pasado 18 de octubre, el papa Francisco pidió la liberación de los pescadores detenidos en Libia y dirigía una palabra de ánimo y de apoyo a estos pescadores detenidos desde hace más de un mes y a sus familiares.
El papa decía que había “llegado la hora de detener cualquier forma de hostilidad favoreciendo un diálogo que lleve a la paz”. Y aunque el obispo Francesc Pardo, de Girona, pueda ser acusado de hacer política, hace falta valorar muy positivamente sus palabras en la homilía de la fiesta de San Narciso, cuando decía que los cristianos “ejercemos nuestra misión como Iglesia de Jesús, cuando defendemos los derechos humanos, la libertad de los pueblos y de los grupos humanos para tomar decisiones y cuando se piden medidas de gracia”.
Y en este sentido, sobre si los obispos hacen o no hacen política con sus declaraciones, es importante recordar unas palabras del obispo Pere Casaldàliga cuando decía: “Se ha de hacer política, sí señor, y no se puede hacer verdadera religión, sobretodo religión cristiana, si no se hace también política. Si no me preocupo de la tierra, de la salud, de la educación, de las comunicaciones, no me estoy preocupando de la vida humana, porque yo me he de preocupar de la vida en este mundo: la vida en el otro mundo es un asunto de Dios que él resolverá muy bien”.
Y por eso, en medio del debate de si la Iglesia ha de hacer política o no, el monje cisterciense, Francisco Rafael de Pascual, del monasterio de Viaceli, decía: “No creo que nadie me diga que me meto poco en política. Ser monje es también una opción política”. Tampoco se mantuvo neutral (y se declaró partidario de hacer política), el monje trapense Thomas Merton, que decía: “Hago de mi silencio monástico una protesta contra las mentiras de los políticos y cuando hablo es para negar que mi fe y mi Iglesia puedan estar alineadas con estas fuerzas de injusticia y de destrucción”. Y es que en su compromiso social a favor de la paz, Merton afirmaba: “Es mi intención hacer de mi vida un rechazo, una protesta contra los crímenes y las injusticias de la guerra y de la tiranía política. Por medio de mi vida monástica, digo no a los campos de concentración, a los juicios políticos, a los asesinatos judiciales, a las injusticias económicas y a todo el aparato socioeconómico que no parece encaminarse sino hacia la destrucción global”.
Volviendo al discurso del papa Juan Pablo II en la ONU, ahora hace 25 años, el papa polaco, en el punto 11 de su discurso distinguía diversas formas de nacionalismos, así: “En este contexto haría falta tener en cuenta la diferencia esencial entre una insana forma de nacionalismo, que predica el desprecio por las otras naciones o culturas, y el patriotismo que, al contrario, es el justo amor por el propio país de origen. Un verdadero patriotismo no busca nunca promover el bien de la propia nación a costa de otro. Eso, de hecho, acabaría por perjudicar también a la propia nación y produciría efectos perjudiciales tanto para el agresor como para la víctima”. Y el papa Juan Pablo II continuaba así: “El nacionalismo, especialmente en sus expresiones más radicales, está, por tanto, en la antítesis con el verdadero patriotismo, y hoy en día hemos de trabajar por hacer que el nacionalismo exacerbado no continúe proponiendo en formas nuevas las aberraciones del totalitarismo”. Y el discurso del papa acababa así: “Es un compromiso que vale obviamente cuando se asume, como fundamento del nacionalismo, el mismo principio religioso, como por desgracia pasa en ciertas manifestaciones del llamado fundamentalismo”.
Hace falta recordar que el catalanismo y el valencianismo social, cultural y político, ha sido siempre un movimiento patriótico que nada tiene a ver con el “nacionalismo exacerbado” que denunciaba Juan Pablo II, aunque desde posiciones “unionistas” se ha lanzado contra los nacionalistas valencianos y catalanes esta acusación de nacionalistas “exacerbados”, cosa del todo falsa. Lo curioso es que los que ven la paja en los ojos de los nacionalistas catalanes y valencianos, no ven la biga en los suyos, como nacionalistas españoles.
Como ha dicho el pensador israelí Yuval Noa Harari, “el nacionalismo es darse cuenta de que tu nación es diferente, única”. Por el contrario, como dice Harari, “el fascismo es pensar que tu nación es superior y, en nombre suyo, puedes pisotear a los otros. Las naciones más prósperas y pacíficas (como Suiza y Suecia) son muy nacionalistas”, concluye Harari. Y el País Valenciano, Cataluña, Euskadi o Galicia están en la línea de Suiza o Suecia.
Si el nuevo Patriarca Latino de Jerusalén, Jeanbattista Pizzaballa decía que Palestina tiene derecho a una tierra y una nación, ¿por qué otros pueblos no tienen el mismo derecho a una tierra y a una nación?
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