Creo que soy notablemente tradicionalista. Y partidario, en principio, de conservar las tradiciones. Pero algunas se deberían eliminar.
Me dice un placentino que en aquella hermosa ciudad extremeña, cuya visita a todos recomiendo pero una vez que hayan concluido las obras de la catedral pues es el monumento más emblemático y la última vez que estuve allí no se podía acceder a la catedral nueva, que pervive una tradición que no se sabe de cuando viene y que confirma el absurdo que se viene dando en muchos sitios de que autoridades acatólicas, cuando no abiertamente anticatólicas, reciben de la Iglesia un trato muy distinto que el que ellas le dan.
Así, cuando en misas celebradas en la catedral a las que asiste el alcalde, hoy alcaldesa del PSOE, en representación oficial del Ayuntamiento, es incensado en la eucaristía individualmente después de que se inciensa al obispo y al clero y antes de que se haga al pueblo.
Puedo entender que en aquellos tiempos de Cristiandad en los que se miraba a la autoridad civil como vicaria de Cristo en lo temporal se hiciera esa distinción a la misma. Pero hoy cuando tantas de esas autoridades hacen gala de una abierta hostilidad contra Dios y su Iglesia, aprobando leyes inicuas, retirando los crucifijos, educando a la juventud en principios abiertamente en oposición con la moral cristiana, etc., etc., me parece una burla a los católicos y a la misma Iglesia ese proceder en la catedral.
Creo por tanto que el cabildo placentino y el obispo de la diócesis deberían considerar la supresión de esa tradición que hoy resulta no ya incomprensible sino también irritante.