Llamados a vivir como hermanos (10.6.18)

Según el evangelio, Jesús crea una comunidad de seguidores para que estén con èl y para que le ayuden a transmitir la buena noticia: todos somos hermanos. Mucha gente sencilla se aglomera en torno a Jesús; se sienten atraídos por su mensaje. Pero el judaísmo cerrado no lo acepta. Primero sus parientes con mentalidad tradicional piensan que Jesús, saliendo del clan familiar, ha perdido la cabeza. Segundo, los letrados judíos que mantenían ese judaísmo sectario acusan a Jesús de estar endemoniado. Pero Jesús “mirando a quienes estaban sentados en coro a su alrededor”, es decir mirando quienes aceptaban su mensaje de universalidad concluye: esta es mi nueva familia, “mi madre y mis hermanos”.

Este mensaje de fraternidad universal es de actualidad máxima para nuestra sociedad, donde prevalece la obsesión por conseguir el poder y por el gozo inmediato a costa de quien sea y de lo que sea; la tozudez de imperialismo sobre los demás, de creernos los únicos y superiores a los otros no solo genera la injusticia social; también fomenta nuestra relación depredadora con nuestro entorno creacional. El sectarismo y grupismo, el complejo de sentirnos superiores a los otros es lacra que fácilmente agarra en la misma Iglesia que originariamente se llamó fraternidad.

Sin embargo el Espíritu hoy está trabajando tanto a la sociedad como la Iglesia para que nos abranos al evangelio de la fraternidad. El fenómeno de la globalización está diciendo que todos estamos relacionados con los demás, todos formamos la única familia; más aún dado el desarrollo deslumbrante de la técnica, podemos promover o destruir nuestro entorno creacional, esa posibilidad exige que seamos responsables; la globalización y los peligros de nuestro desarrollo técnico pueden ser llamadas saludables del Espíritu. Tratando de responder a la vocación de fraternidad, hoy el Espíritu está rejuveneciendo a una Iglesia en salida; que acabemos con el sectarismo y grupismo dentro de la comunidad cristiana; que la Iglesia salga de su autorreferencialidad para ser pobre y testigo creíble de Jesucristo. Según el evangelio que hoy proclamamos cerrarnos a la llamada del Espíritu es imperdonable.
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