El milagro de la confianza (1.7.18)
“Había una mujer que padecía flujos de sangre; acercándose por detrás a Jesús le toco el manto y quedo curada…"
Pongo puntos suspensivos porque son tantas las curaciones que si las quitamos, nos quedamos sin evangelios. Los beneficiarios de curaciones no solo son judíos, también el hijo de un militar romano y una mujer cananea. Ciegos, paralíticos, leprosos, y tantos otros excluidos por la maldición en aquella sociedad judía religiosamente puritana, en Jesús no encontraron acusación ni desprecio sino sanación.
Más que milagrerías para curar a enfermos con una varita mágica, las curaciones realizadas por Jesús tienen lugar cuando la personas, al entrar en contacto con él, recuperan la confianza en sí mismas y superan la marginación o exclusión que la enfermedad trae consigo. En aquella sociedad judía la mujer que padecía flujos de sangre, era considerada religiosamente impura y excluida socialmente. ¡Que paradoja! considerar impuro y motivo de exclusión al acto por el que una mujer trae nueva vida a este mundo Posiblemente como residuo de la legislación judía, todavía recuerdo de niño que las mujeres, después de dar a luz, para volver a la celebración comunitaria, una purificación ritual a la entrada del templo.
Aquella pobre mujer de que habla el evangelio, como tantas mujeres que ya entonces y también ahora, sufría la exclusión social. Había luchado por curarse, por recuperar su dignidad; había gastado su fortuna para lograr que la reconocieran como persona, pero sus empeños habían sido inútiles. Hasta que recuperó la confianza en sí misma y en su dignidad cómo persona. Logró esa recuperación al encontrarse con Jesucristo revelador de una Presencia de amor que a todos nos fundamenta y garantiza la dignidad inviolable de todos “tu fe te ha salvado” Recibiendo la energía de aquel hombre totalmente permeable -Palabra, Hijo- a la presencia del “Abba”, amor que continuamente se da en todos y en cada uno haciendo que los derechos humanos tengan algo de divino.
Son cada vez más notorios los abusos contra la mujer. Ya es un signo de salud la reacción de la sociedad, no solo de las mujeres contra acciones bochornosas e irritantes como la perpetrada por los jóvenes perdidos y desorientados que han sido calificados de "Manada"; aunque no debería extrañarnos la conducta de estos jóvenes en una cultura de permisividad y relativismo donde todo vale con tal de que procure un placer personal inmediato. También es un signo del Espíritu el clamor de las mujeres para lograr el reconocimiento social como personas con todos sus derechos.
Pero la inspiración y la clave para que sus justas reivindicaciones no mermen o degeneren en ambición de poder sobre los otros, es la experiencia de que toda persona humana, como imagen del Creador, goza de una dignidad inviolable. Es la clave que aporta el Evangelio. Si en nuestra cultura entrara esa clave. quizás las nuevas generaciones encontrarían un sentido, un horizonte nuevo para relacionarse con los otros en el amor y en el respeto ante la dignidad de todo ser humano
Pongo puntos suspensivos porque son tantas las curaciones que si las quitamos, nos quedamos sin evangelios. Los beneficiarios de curaciones no solo son judíos, también el hijo de un militar romano y una mujer cananea. Ciegos, paralíticos, leprosos, y tantos otros excluidos por la maldición en aquella sociedad judía religiosamente puritana, en Jesús no encontraron acusación ni desprecio sino sanación.
Más que milagrerías para curar a enfermos con una varita mágica, las curaciones realizadas por Jesús tienen lugar cuando la personas, al entrar en contacto con él, recuperan la confianza en sí mismas y superan la marginación o exclusión que la enfermedad trae consigo. En aquella sociedad judía la mujer que padecía flujos de sangre, era considerada religiosamente impura y excluida socialmente. ¡Que paradoja! considerar impuro y motivo de exclusión al acto por el que una mujer trae nueva vida a este mundo Posiblemente como residuo de la legislación judía, todavía recuerdo de niño que las mujeres, después de dar a luz, para volver a la celebración comunitaria, una purificación ritual a la entrada del templo.
Aquella pobre mujer de que habla el evangelio, como tantas mujeres que ya entonces y también ahora, sufría la exclusión social. Había luchado por curarse, por recuperar su dignidad; había gastado su fortuna para lograr que la reconocieran como persona, pero sus empeños habían sido inútiles. Hasta que recuperó la confianza en sí misma y en su dignidad cómo persona. Logró esa recuperación al encontrarse con Jesucristo revelador de una Presencia de amor que a todos nos fundamenta y garantiza la dignidad inviolable de todos “tu fe te ha salvado” Recibiendo la energía de aquel hombre totalmente permeable -Palabra, Hijo- a la presencia del “Abba”, amor que continuamente se da en todos y en cada uno haciendo que los derechos humanos tengan algo de divino.
Son cada vez más notorios los abusos contra la mujer. Ya es un signo de salud la reacción de la sociedad, no solo de las mujeres contra acciones bochornosas e irritantes como la perpetrada por los jóvenes perdidos y desorientados que han sido calificados de "Manada"; aunque no debería extrañarnos la conducta de estos jóvenes en una cultura de permisividad y relativismo donde todo vale con tal de que procure un placer personal inmediato. También es un signo del Espíritu el clamor de las mujeres para lograr el reconocimiento social como personas con todos sus derechos.
Pero la inspiración y la clave para que sus justas reivindicaciones no mermen o degeneren en ambición de poder sobre los otros, es la experiencia de que toda persona humana, como imagen del Creador, goza de una dignidad inviolable. Es la clave que aporta el Evangelio. Si en nuestra cultura entrara esa clave. quizás las nuevas generaciones encontrarían un sentido, un horizonte nuevo para relacionarse con los otros en el amor y en el respeto ante la dignidad de todo ser humano