¿Por qué a los católicos nos molestará que Dios sea bueno con todos y siempre?
- Alguna evocación.
No están lejos los tiempos en los que nuestros mayores salían muy de mañana a la plaza del pueblo, para que alguien les contratara aquel día para segar en el campo o vendimiar. De sol a sol. Recuerdos semejantes tendrán aquellos cuyos padres y hermanos iban a la fábrica, a la mar, a la oficina, a la mina...
- Dios no es ni un empresario, ni un juez.
No sé por qué mecanismos y recovecos religiosos se nos ha colado en la historia del catolicismo la mentalidad de que Dios es una especie de empresario o de juez o de remunerador cuya misión es premiar a los buenos y castigar a los malos. Es una visión más bien simplista y nada cristiana de JesuCristo y de Dios Padre
Dios no es un empresario. Las relaciones de Dios con los seres humanos, con sus hijos, no son las de esperar al final de la vida o al final de los tiempos para ver la “hoja de servicios” que presentáis, si has trabajado 8 horas o apenas una hora…
Las relaciones de Dios con los hombres no son las de un contrato de trabajo y “tanto trabajes, tanto ganas.
La relación de Dios con los hombres es siempre, siempre, una relación de amor. Dios y la humanidad formamos una familia, no una empresa.
El amor de Dios no está vinculado a nuestras obras (trabajo), a nuestros méritos. Su amor -como todo amor- no es un premio, ni el pago de nuestro trabajo; es un don, su amor es gracia, una entrega.
Dios no es un “tratante” eclesiástico. Dios es padre, y las relaciones de un buen padre con sus hijos no son comerciales, lucrativas.
Sin embargo, nuestra mentalidad, nuestra idea de Dios es esencialmente mercantil y utilitaria. “Tanto trabajo, tanto me das”. Es lo lógico, son nuestros caminos, pero no los de Dios.
Incluso Pedro y los Zebedeos muestran esa actitud: “Nosotros que lo hemos dejado todo, ¿qué paga tendremos?”. Es una mentalidad muy extendida en muchos sectores del campo católico, más proclive a la desgracia del infierno, que a la gracia salvífica.
No es raro escuchar cosas como que: “Nosotros en esta vida nos hemos sacrificado, no hemos disfrutado de esto o aquello y ese hijo tuyo, que diría el hermano mayor de la parábola, lo ha despilfarrado todo y va y resulta que recibe el mismo salario? No puede ser, “aquí el que la hace (o no la hace) la paga”.
- La viña y el amo.
La parábola de hoy, emplea la metáfora de la viña. La viña era Israel, es el Reino de Dios; es decir, aquella realidad, aquella nostalgia de que la humanidad viva en paz y libertad, que cantaba Labordeta:
Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad.
Cuando aquellos hombres salían a la plaza a ganar un real para dar de comer a su familia, a sus hijos, en el fondo estaban trabajando por el Reino de Dios
El propietario, el Señor, tiene mucho interés en que todos vayamos a trabajar (luego haremos lo que podamos). Por eso sale a las 6 de la mañana, a las 9, a mediodía, a las 3 y a eso de las 5 de la tarde y trata de “espabilar” a todos, porque la libertad, el pan, la justicia, etc., no son cuestiones religiosas, sino humanas y del buen Dios.
- Pues va a ser que sí...
¿O es que no puedo ser justo en mis asuntos?
Cuando Dios actúa su justicia, lo que hace es querernos más. Y si no que se lo pregunten al hijo pródigo, a la adúltera, a Zaqueo, al buen ladrón, etc. A veces da la impresión de que vivimos conforme a aquel dicho de un cura rural: lo que salva el evangelio, lo condena la moral.
La cuestión no es lo que yo hago o dejo de hacer; a Dios le importa poco mi “hoja de servicios”. Lo que importa es cómo es Dios. Dios nos mira infinitamente mejor que lo que lo hacemos nosotros.
La justicia de Dios no es la del Derecho laboral o penal o canónico. La justicia de Dios es bondad, gracia, (en términos bíblicos del AT: Alianza). “Dios se muere de amor”.
¿Por qué nos molesta que Dios sea bueno y justo con todos? (La envidia es el único defecto que no hace bien ni al que la tiene, ni sobre quien recae).
El evangelio de hoy, la justicia del Señor es un canto a la grandeza de corazón, a la amplitud de mente, a la libertad de espíritu.
- Dos conclusiones.
- ¿Y al final de todo y del todo?
Sigo creyendo que el mismo Dios de estos labradores, el padre del hijo pródigo, de los pecadores, publicanos y prostitutas, el Dios de misericordia es quien nos acoge a todos y siempre. Con eso basta: con saber que el Dios de Jesús es así, me basta. Hay un salmo que dice: El Señor es bueno, no tiene fin su amor. Con eso me vale y me sobra.[1]
- Ni salir de casa.
Solemos decir que hay días que mejor no salir de casa. No hay solamente días, sino años, etapas en la vida en las que uno no tiene ni ganas ni fuerzas para salir a la plaza a ninguna hora. A veces por la enfermedad física o psíquica o las dos, en otros momentos por la edad, en ocasiones por lo vivido, por la situación política, eclesiástica ¡Tenemos una cansera!
Seguramente que a Dios no le importa mucho lo que hagamos ni lo que cumplimos o dejamos de cumplir en lo eclesiástico. Quienes le importamos a Dios somos nosotros, las personas, sus hijos: cómo estamos de salud, cómo nos va la vida, los sufrimientos. A Dios le preocupa si estás enfermo, si te ha pillado el coronavirus, si tienes trabajo o estás en paro, la realización de la vida matrimonial-familiar, el crecimiento de los hijos, etc. A Dios le preocupa si nos encontramos desanimados, si vamos remontando ciertas situaciones.
Dios está triste no por una cuestión de moralina que huele a naftalina. Dios se entristece, no se enfada, porque no somos solidarios, no damos limosna, estamos enfadados con los hermanos, etc. Dios no va a contar el número de gente que hoy hemos venido o faltado a Misa para ver a cuántos ha de mandar al infierno, Dios está preocupado por el número de parados, con las familias que no llegan a fin de mes, a Dios le preocupa cómo va la pandemia, etc.
Dios nos quiere no por nuestra libreta bancaria espiritual saneada, sino por nosotros mismos.
Que no nos moleste nunca que Dios sea bueno con todos
[1] No siempre las “plantillas” eclesiásticas y la del Evangelio coinciden. En muchas ocasiones son muy, muy diferentes. ¡Y menos mal!