"En la cuestión de los abusos, los obispos debieron secundar la propia conciencia como criterio seguro de actuación" La casa sigue sin barrer
"Muchos obispos se temían que tuviese que ver con '…la muy criticada gestión de los casos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia en España, y se especulaba con un tirón de orejas,…'"
"Error grave de percepción que alteró, desde el inicio, su disposición anímica"
"La costumbre romana y eclesiástica de “silenciar” ciertas cosas era, en realidad, una verdadera debilidad, que ha acabado por generar males mayores"
"La gestión de los abusos, llevada a cabo, derivó de hecho y propició un gravísimo escándalo, un contra testimonio pastoral, una inadmisible marginación del Evangelio, un desprecio a la realización de la justicia en la Iglesia y un empujón a numerosos fieles hacia el abandono de la misma"
"Los obispos implicados directamente no han tenido el coraje de irse a casa, fueron víctimas del sistema y también de sí mismos"
"Ya es hora de dar carpetazo definitivo al tema. No se puede seguir como hasta ahora: Unos por otros, la casa sigue sin barrer"
"La costumbre romana y eclesiástica de “silenciar” ciertas cosas era, en realidad, una verdadera debilidad, que ha acabado por generar males mayores"
"La gestión de los abusos, llevada a cabo, derivó de hecho y propició un gravísimo escándalo, un contra testimonio pastoral, una inadmisible marginación del Evangelio, un desprecio a la realización de la justicia en la Iglesia y un empujón a numerosos fieles hacia el abandono de la misma"
"Los obispos implicados directamente no han tenido el coraje de irse a casa, fueron víctimas del sistema y también de sí mismos"
"Ya es hora de dar carpetazo definitivo al tema. No se puede seguir como hasta ahora: Unos por otros, la casa sigue sin barrer"
"Los obispos implicados directamente no han tenido el coraje de irse a casa, fueron víctimas del sistema y también de sí mismos"
"Ya es hora de dar carpetazo definitivo al tema. No se puede seguir como hasta ahora: Unos por otros, la casa sigue sin barrer"
Todos los obispos españoles fueron convocados, un 28 de noviembre de 2023, a un encuentro en Roma con los responsables de la Congregación para el clero. Tenía por objeto, al decir de José Lorenzo (RD), “abordar la situación de los seminarios españoles tras la visita apostólica efectuada en enero y febrero de 2023 por dos obispos uruguayos”. Encuentro muy necesario a fin de impulsar, de una vez por todas, una posible solución al acuciante problema de la falta de vocaciones sacerdotales y al subsiguiente de su formación a tenor de los signos de los tiempos.
Muchos obispos, sin embargo, se temían que tuviese que ver con “…la muy criticada gestión de los casos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia en España, y se especulaba con un tirón de orejas,…” (Ibidem). Error grave de percepción, que alteró, ya desde antes del inicio del encuentro, el estado de ánimo y la disposición con la que comparecieron al mismo. La gestión de los abusos, desde luego, había sido “errática y errada” y, por ello, se explica que muchos obispos temiesen “la bronca” vaticana. En su mente atormentada por lo ocurrido aparecía el recuerdo, estoy seguro, del “antecedente de los obispos chilenos, también convocados de manera expedita y que salieron del Vaticano con la petición de dimisión de todos ellos por su nefasta gestión de los abusos en la Iglesia” (Ibidem).
A mi entender, hay situaciones, actitudes y modos de hacer y gestionar, tanto a nivel individual como colectivo, frente a los que no siempre son recomendables los paños calientes. La costumbre romana y eclesiástica de “silenciar” ciertas cosas goza, en efecto, de una muy vetusta tradición. A ella alude Gregorio VII, en Carta del 9 de marzo de 1078 a su Legado Hugues de Die. Pero, ese ‘silenciar’ lo ocurrido, instrucción que procedía de las más altas esferas vaticanas, era, en realidad, una verdadera debilidad, que ha acabado por generar males mayores, verdaderos contra testimonios de carácter patológico (antievangélico).
Esta circunstancia, por cierto, nada menor, ha sido silenciada entre otros motivos por la cobardía episcopal. Siguen sumisos y obedientes y muy lejos de poner sobre la mesa la autonomía funcional, salvada la unidad esencial, sobre la Iglesia que supuestamente presiden. En el pecado han llevado la penitencia: han sido señalados como los verdaderos responsables de la pésima gestión de los abusos cuando la realidad fue otra muy diferente.
La gestión de los abusos, llevada a cabo, derivó de hecho y propició un gravísimo escándalo, un contra testimonio pastoral, una inadmisible marginación del Evangelio, un desprecio a la realización de la justicia en la Iglesia y un empujón a numerosos fieles hacia el abandono de la misma. Esta es la realidad, por increíble que pueda parecer. Se intentaron toda clase de tapujos a fin de rebajar la carga explosiva inherente en tan lamentables comportamientos en la Iglesia. Todo fue inútil. Se ha vuelto a cumplir la enseñanza de Jesús: “no hay nada escondido que no se haga manifiesto, ni nada secreto que no sea conocido ni llegue a manifiesto” (Lc 8, 17). ¿Acaso nuestros obispos pensaron que todo permanecería en secreto? Es muy posible. Si hubiese sido así, se equivocaron de medio a medio.
Lo cierto es que Francisco, al parecer, ni aludió al tema en este encuentro. Un ejemplo de tolerancia y buen hacer, ciertamente. Tengo mis dudas, sin embargo, de si tan generoso gesto no fue, más bien, una debilidad manifiesta. En todo caso, creo que se ha de lamentar la ausencia de un paso adelante, un gesto testimonial y de grandeza moral de los obispos. Me refiero a la renuncia voluntaria de aquellos obispos personalmente implicados en tan vergonzosa y nefasta gestión. Ninguno de éstos, que sepamos, ha tenido el coraje de solicitar su retirada. ¿Cómo, a partir de esta actitud, osan seguir presidiendo una comunidad de creyentes en Jesús, como si nada hubiese ocurrido?
En 2020, en mis reflexiones sobre la Cumbre antiabusos de febrero de 2019 (La verdad silenciada) ya lamenté que, en cualquier caso, los propios obispos también hubiesen sido víctimas del sistema. ¿Por qué aceptaron o dieron por buena y cierta su exclusiva responsabilidad de lo ocurrido? ¿Acaso no obedecían instrucciones, muy severas, por cierto, de las más altas instancias vaticanas? ¿Por qué no se ha reconocido y señalado con el dedo la responsabilidad atribuible a quienes cursaban tales instrucciones a los obispos diocesanos? ¿Hasta dónde llega, o dónde se detiene, si lo hace, tal implicación? Incluso se ha llegado a hablar de los sucesivos Papas, responsables últimos del gobierno pastoral en la Iglesia. ¿Conocían la situación y las instrucciones que se cursaban para poner fin a tan gravísima lacra, verdadero ‘culto sacrílego’? ¡Madre mía, qué lío!
No dudo de la angustiosa situación que bastantes obispos tuvieron que afrontar y padecer. ¿Qué podían hacer? Seguir el dictamen de la propia conciencia que les afeaba tal comportamiento o mirar para otro lado y obedecer las instrucciones vaticanas? Situación compleja, sin duda. Siempre he entendido que la propia conciencia, bien formada, era el criterio correcto de actuación a seguir en la vida en todo tipo de cuestiones. ¿Por qué, en este caso, muchos obispos no se atrevieron a seguirlo?
Sinceramente, creo que han sido víctimas de sí mismos y de la concepción del cristianismo que recibieron en su día como religión de creencias. En ella, rige un criterio esencial: la sumisión y obediencia plenas (jerarquía). Sin embargo, a todos ellos habría que recordarles que en esta cuestión tan trascendental no venían obligados a la obediencia. Es más, el gran teólogo Ratzinger ya había fijado tiempo atrás que “aún por encima del papa como suprema expresión de lo vinculante de la autoridad eclesiástica se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera necesario incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica. En esta determinación del individuo, que encuentra en la conciencia la instancia suprema y última, libre en último término frente a las pretensiones de cualquier comunidad externa, incluida la Iglesia oficial, se halla a la vez el antídoto de cualquier totalitarismo en ciernes y la verdadera obediencia eclesial se zafa de cualquier tentación totalitaria, que no podría aceptar, enfrentada con su voluntad de poder, esa clase de vinculación última”. Les faltó el coraje necesario para acogerse a tan liberador y seguro criterio, plenamente coherente con las responsabilidades que conlleva el ejercicio de la función pastoral en la Iglesia particular que presidían. Al mismo tiempo, hubiese significado poner encima de la mesa un testimonio evangélico de primera magnitud.
En definitiva, déjense de ir lloriqueando y de poner falsas excusas. Ya es hora de dar carpetazo definitivo al tema. No se puede seguir como hasta ahora: Unos por otros, la casa sigue sin barrer.
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