No se trata de un camino ilusorio o utópico, sino real y posible El contestado refrendo de Francisco
"Nuestro grito debiera resonar rotundo y gozoso: soy libre. La libertad forma parte del ADN de todo hombre y del cristiano, de su propia identidad"
"Francisco sugiere leer la Comedia como un itinerario, como un camino (‘interior antes que exterior’), como un viaje, como una peregrinación (‘que nunca se detiene hasta que no llega a la meta’), para una transformación en lo personal, social y eclesial, a fin de ‘alcanzar una nueva condición’ en la vida de tal forma que quede ‘marcada por la armonía, la paz y la felicidad’"
"El destino de cada persona, creyente en Jesús o no, depende de las concretas elecciones de libertad que llevemos a cabo y desarrollen a lo largo del camino de la vida"
"Esta elección originaria es básica y esencial. Se adopta en plena libertad y determina posteriormente nuestros valores, nuestra conducta concreta y nuestras elecciones parciales, que llevamos a cabo a diario. Este núcleo básico y esencial ha de tenerse absolutamente claro e indubitado en la vida"
"El destino de cada persona, creyente en Jesús o no, depende de las concretas elecciones de libertad que llevemos a cabo y desarrollen a lo largo del camino de la vida"
"Esta elección originaria es básica y esencial. Se adopta en plena libertad y determina posteriormente nuestros valores, nuestra conducta concreta y nuestras elecciones parciales, que llevamos a cabo a diario. Este núcleo básico y esencial ha de tenerse absolutamente claro e indubitado en la vida"
1. A modo de introducción
Como he subrayado recientemente (La despedida … cit., págs. 341 y ss.), a partir del texto revelado, particularmente del relato de la creación, no debiera existir (…) duda alguna sobre el origen, la raíz y el fundamento de nuestra dignidad, sobre la fuente de nuestra grandiosa capacidad para buscar lo trascendente, para encontrar, venerar o adorar a Dios, ni tampoco sobre la libertad esistencial, verdadero don divino, que Dios siempre respeta. Esto supuesto, nuestro grito debiera resonar rotundo y gozoso: soy libre. La libertad forma parte del ADN de todo hombre y del cristiano, de su propia identidad. Nada se nos da ni se nos ofrece, ni siquiera la salvación, sin que deba ser aceptado en libertad. Dios, nuestro creador, así lo quiso y así lo respeta La libertad de los hijos de Dios, verdadero ‘documento de identidad del cristiano’.
Sin embargo, no fue ésta una enseñanza aislada de Francisco. Unos más tarde, con motivo del VII Centenario de la muerte de Dante Alighieri, el papa hizo pública la Carta apostólica, Candor Lucis Aeternae, de 25 de marzo de 2021. En ella descubrió una dimensión del poeta florentino en torno a la libertad y las decisiones del ser humano para abandonar “la erilla que nos hace tan feroces” (Par. XXII, 151) y alcanzar una nueva condición.
Existe toda una tradición papal, que resume el propio Francisco en la referida Carta apostólica (Benedicto XV, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI) a propósito del poeta de la transición del pensamiento medieval al renacimiento. Con esta Carta, Francisco expresaba el deseo de que “la figura de Alighieri y su obra sean nuevamente comprendidas y valoradas; y proponía leer la Comedia ‘como un gran itinerario, es más, como una auténtica peregrinación, tanto personal e interior como comunitaria, eclesial, social e histórica’; en efecto, ‘ella representa el paradigma de todo auténtico viaje en el que la humanidad está llamada a abandonar lo que Dante define ‘la erilla que nos hace tan feroces’ (Par. XXII, 151) ‘para alcanzar una nueva condición, marcada por la armonía, la paz, la felicidad’. Por tanto, señaló, afirma Francisco, la figura del gran poeta a nuestros contemporáneos, proponiéndolo como “profeta de esperanza, anunciador de la posibilidad del rescate, de la liberación, del cambio profundo de cada hombre y mujer, de toda la humanidad”.
Francisco es claro en su propósito. No expresa inconveniente alguno respecto de la ‘comprensión y valoración’ en positivo de la obra de Dante. Y, en coherencia con ello, sugiere leer la Comedia como un itinerario, como un camino (‘interior antes que exterior’), como un viaje, como una peregrinación (‘que nunca se detiene hasta que no llega a la meta’), para una transformación en lo personal, social y eclesial, a fin de ‘alcanzar una nueva condición’ en la vida de tal forma que quede ‘marcada por la armonía, la paz y la felicidad’. Francisco, en definitiva, propondría, en la encíclica Lumen Fidei, 29 de junio de 2013, a Dante como “profeta de esperanza, anunciador de la posibilidad del rescate, de la liberación, del cambio profundo de cada hombre y mujer, de toda la humanidad”. Con su Carta apostólica, busca además manifestar ‘tanto la actualidad como la perennidad’ de la obra del poeta y “aprovechar las advertencias y reflexiones que hoy continúan siendo esenciales para toda la humanidad, no solo para los creyentes”.
“La obra de Dante, en efecto, es parte integrante de nuestra cultura, nos remite a las raíces cristianas de Europa y de Occidente, representa el patrimonio de ideales y valores que también hoy la Iglesia y la sociedad civil proponen como base de la convivencia humana, en la que todos podemos y debemos reconocernos como hermanos” (Francisco). Valores, plenamente evangélicos, muy presentes en el estilo de vida de Jesús, que, como discípulos suyos, hemos de imitar y realizar en nuestra propia vida (cfr. Delgado, La despedida … cit., págs. 227-244: Los relatos de humanización en la vida de Jesús).
2. La libertad en el itinerario existencial
Como subrayó Francisco en su Carta apostólica, “Dante se convierte en paladín de la dignidad de todo ser humano y de la libertad como condición fundamental tanto de las opciones de vida como de la misma fe”. Así, al narrar en la Comedia las historias de los más variados personajes, ilustres o poco conocidos, al situar a cada uno de ellos en el Infierno, en el Purgatorio o en el Paraíso, nos enseña que “el destino eterno del hombre (…) depende de sus elecciones, de su libertad” (Francisco). Esta idea o esta realidad, fuente de la dignidad humana, es “el mayor don que Dios ha dado al hombre para que pueda alcanzar su destino final” (Francisco). Como afirma Beatriz, “el bien mayor que Dios, en su largueza, hizo al crear, fue el más adecuado a su bondad, y amó más su grandeza, fue el del libre albedrío, limitado a las criaturas que hizo inteligentes, pero siempre y a todas otorgado” (Par. V, 19-24. Cfr. Purg. I, 71-72).
Se hace preciso insistir en esta idea: el destino de cada persona, creyente en Jesús o no, de todos y cada uno de los seres humanos, en la que todos podamos, sin excepción posible alguna, alcanzar la felicidad, “entendida sea como plenitud de vida en la historia o como bienaventuranza eterna en Dios” (Francisco), depende de las concretas elecciones de libertad que llevemos a cabo y desarrollemos a lo largo del camino de la vida. Depende del ejercicio que hagamos de nuestra libertad, don divino otorgado en el principio de la creación (Evangelio según Tomás, n. 18). Somos, en consecuencia, dueños de nuestro destino. Cada uno de nosotros deberá marcar el rumbo de su vida, lo que quiere hacer con ella, el estilo y la orientación que desea que la presida, la inspire y la impregne. Cada cual ha de responsabilizarse de su propia vida.
En el Convite analiza precisamente el dinamismo del deseo: “El sumo deseo de toda cosa, dado en primer lugar por la misma naturaleza, es el retorno a su principio. Y como Dios es el principio de nuestras almas y creador de las que a Él se asemejan (…) el deseo principal de esa alma es retornar a Dios” (Trat. IV, XII). Todo ello recuerda y remite al momento de la creación (Gen. 1, 26-27), al Evangelio según Tomás (nn. 18, 24, 50, 70) y sintoniza y se aviene con el pensamiento muy posterior de Francisco.
"El itinerario de Dante, particularmente el que se ilustra en la Divina Comedia, subraya Francisco, es realmente el camino del deseo, de la necesidad profunda e interior de cambiar la propia vida para poder alcanzar la felicidad y de esta manera mostrarle el camino a quien se encuentra, como él, en una ‘selva oscura’ y ha perdido ‘la recta vía’”. Es , digamos, el punto de partida. Es el deseo del ‘retorno a su principio’, a Dios creador (Trat. IV, XII), punto de llegada. Es el camino de la propia vida, tan real como ella misma, que reclama una conversión interior mediante la realización, en sucesivas elecciones, de los relatos de humanización de Jesús.
Hace apenas dos meses, expresé mis ideas a este respecto. Todo hombre, también el seguidor de Jesús, vive en permanente estado de elección. Siempre está tomando decisiones y eligiendo cosas de muy diferente naturaleza y trascendencia. Lo hacemos todos los días y de modo muy intenso. Pero todo ello ha de encontrar, a mi entender, su explicación y orientación en una elección originaria esencial. Aquella que fija lo que queremos ser en la vida, cómo deseamos que se desenvuelva nuestra existencia y cuáles son idealmente nuestros objetivos y utopías que satisfacer en ella. Este núcleo, esta elección originaria es básica y esencial.
Se adopta dicha elección en plena libertad y determina posteriormente nuestros valores, nuestra conducta concreta y nuestras elecciones parciales, que llevamos a cabo a diario. Este núcleo básico y esencial ha de tenerse absolutamente claro e indubitado en la vida. Es el que le otorga sentido a la misma. Todo, absolutamente todo, dependerá, posteriormente y de alguna cierta forma, de la claridad y consistencia de esta elección definitoria de uno mismo. Una vez efectuada esta elección definitoria en libertad, es necesario que sea respetada, ga- rantizada e impulsada por la comunidad de creyentes a que se pertenezca —Iglesia católica, por ejemplo, y por sus líderes—.
“No se trata, continúa Francisco, de un camino ilusorio o utópico sino real y posible, del que todos pueden formar parte, porque la misericordia de Dios ofrece siempre la posibilidad de cambiar, de convertirse, de encontrarse y encontrar el camino hacia la felicidad. A este respecto, son significativos algunos episodios y personajes de la Comedia que manifiestan que ninguno en la tierra es excluido de dicho camino” (Par. XX, 94-99; Purg. III, 118-123; Purg. V, 107).
Conductas humanas que “no sólo muestran la infinita misericordia de Dios, sino que confirman que el ser humano siempre puede elegir, con su libertad, el camino a seguir y el destino que ha de merecer” (Francisco). Es más, “incluso los gestos cotidianos y aparentemente insignificantes tienen un alcance que va más allá del tiempo, se proyectan en la dimensión eterna” (Ibidem). Eso sí, el recorrido es duro, puede aparecer ‘el miedo y el cansancio’. De ahí que convenga recordar la palabra de Jesús en el Evangelio según Tomas: “el que busca no debe dejar de buscar hasta que encuentre” (n. 2).
3. Y, sin embargo, ha sido la cenicienta
La existencia de la libertad de los hijos de Dios en el interior del cristianismo, en todas y cada una de sus múltiples manifestaciones, no debiera admitir falsas, mundanas e hipócritas discusiones, ni ser objeto de ningún tipo de duda. Existe para reconocerla, respetarla, protegerla y vivirla. Y, como, con gran acierto y oportunidad, ha destacado Francisco, “nadie nos puede privar de esta identidad”. En efecto, somos hijos de Dios, somos libres y, a partir de esta realidad, don divino, ya nada se puede cambiar.
El hombre, el creyente y seguidor de Jesús, es su libertad. No pertenece a nadie. Es su libertad. Todo, cualquier acción que planifique o se le ofrezca entre varias, puede, necesariamente, ser aceptada o negada y rechazada. El hombre, aunque sea creyente, sigue la ley de su propia naturaleza, y ha de elegir su camino, convencido plenamente de que su elección es enteramente suya y respetada incluso por su Creador. Y sólo así, esto es, sólo porque es suya, la asume, se identifica con ella y se responsabiliza de la misma.
Lo lamentable es que, en la historia del cristianismo en su forma católica, no haya sido acogida, respetada y protegida en plenitud. En realidad, nunca lo fue. La iglesia oficial se esforzó, ciertamente, en asegurarse su propia libertad exterior, su capacidad de actuación en libertad, en cuanto institución diferenciada del poder de este mundo, en sus diferentes manifestaciones y formas organizativas a través de la historia. No siempre lo consiguió, ciertamente. Pero lo intentó con todas sus fuerzas. Abandonó, por el contrario, la libertad del creyente en su relación con el poder eclesiástico constituido, como forma organizativa de la Iglesia. En este sentido, se ha asistido a un verdadero contra testimonio, a una pérdida a chorros de credibilidad, a una increíble desconfianza en Jesús, a una manifiesta falta de fe.
Ahora, que estamos empeñados en reformas orgánicas en la Iglesia, todos deberíamos centrar nuestros esfuerzos en la propia transformación personal pues la verdadera reforma que necesita la Iglesia ha de comenzar por nosotros mismos (Francisco). ¿Por qué no abrazamos esta enseñanza esencial para su devenir futuro? ¿Por qué, todos, fieles y clero, dispersamos nuestras energías y esfuerzos hacia objetivos puramente instrumentales? ¿Por qué la clerecía, en todos sus niveles, no se hace eco e impulsa su realización efectiva? ¿Por qué la inmensa mayoría de los obispos en activo guardan silencio o miran para otro lado al respecto?
En este marco de marginación del Evangelio -que ya es decir, si hablamos de la Iglesia católica-, hay que seguir con la conocida denuncia profética que ya hiciera Yves Congar, aunque, como tantas otras en la Iglesia, silenciada según la también sabida costumbre romana. Se predica el servicio a Dios, el cumplimiento de la voluntad divina, pero, en realidad, se anula la libertad de los hijos de Dios. ¡Vaya manera de testimoniar el mensaje de Jesús! En vez de ‘esclavizar a las conciencias’ (Congar) y manipularlas o en vez de ‘controlar’ (Congar) las relaciones personales del creyente con Jesús, se debería estimular e impulsar que cada cual decida por sí mismo, que ejercite su libertad, don divino, que saque ‘lo que hay dentro de vosotros’, pues ‘esto que tenéis os salvará’ (Evangelio según Tomás, n. 70).
¿De verdad, en los tiempos que corren, pueden seguir enseñando, a quienes quieren ser discípulos de Jesús, ‘una religión por procuración a cargo del clero’? ¿De verdad están seguros que la gente se sentirá atraída y estimulada a favor de una propuesta existencial, abiertamente en contradicción con la cultura imperante en las sociedad en que convive? ¿Cómo quieren obtener acogida en la juventud si no se le ofrece el protagonismo para completar la obra de la creación?
Si se evangeliza con el testimonio de la propia vida, ¿cómo pretenden llevarla a cabo si la gente percibe que la ‘forma de vida’ que exhiben y aprecian en tantos y tantos “reduce la espiritualidad a apariencia” (Henri de Lubac)? Quizá, por esta razón, su credibilidad está bajo mínimos. Sobran, sin duda, las buenas maneras, todas las apariencias aunque se sustenten en motivaciones religiosas. Falta Evangelio y vivir conforme a sus exigencias. Es urgente el respeto efectivo a la libertad de cada cual para responsabilizarse de su vida.
Etiquetas