La imagen de la Iglesia, asociada a la pederastia, es merecida y justa ¿Una imagen fija de la Iglesia? (y III)

Pederastia eclesial
Pederastia eclesial

"La imagen de la Iglesia, asociada a la pederastia, es merecida y justa. Lograda muy a pulso por la propia Iglesia"

"En la Iglesia, ciertamente, no se ha 'actuado bien' con este problema". Claro que no. Diría que se ha actuado muy mal y que ello ha ocasionado un grave daño a los creyentes y a toda persona de una mínima sensibilidad religiosa y social" "¡Extraño modo de proceder si esa era su intención: amparar y tutelar la verdad de lo ocurrido!"

“Aun por encima del papa como suprema expresión de lo vinculante de la autoridad eclesiástica se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera necesario, incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica…” (Joseph Ratzinger)

"Es, en efecto, un muy grave problema social. La tentación fácil, que deberían evitar en la Iglesia, consiste en dejarse de comparaciones con el Estado. Alusiones como las que explicita Mons Prado (‘ojalá otras instituciones estén haciendo lo que se está haciendo en la Iglesia’, ‘hay que mirar las cosas con proporción’, ‘nos lo tenemos que hacer todos mirar’) no le devolverán la credibilidad perdida"

"Pongan, señores obispos, orden en la propia casa, entonces serán creíbles, gozarán de autoridad moral para criticar la casa del vecino y obtendrán el reconocimiento merecido de haber contribuido a superar un grave problema social"

En nuestra primera entrega, aludimos a la posición del obispo de San Sebastián respecto a la pederastia. Ahora ha llegado el momento de su valoración. Un paso importante, sin duda.

Quiero pensar que la posición de Mons Prado refleja además el punto de vista actual de la inmensa mayoría de los obispos españoles. Lo cual conlleva, en mi opinión, la introducción de un elemento trascendental -y no, precisamente, positivo- para construir un relato coherente y creíble sobre la actitud de la Iglesia en torno a la pederastia en España.

No se merece la 'imagen fija', que le asocia con la pederastia.

Me parece una obviedad que tal imagen es una realidad. Una de las imágenes fijas, en efecto, que caracterizan a la Iglesia en España, es su asociación con la pederastia. En este sentido, los obispos han sabido detectar con acierto el ‘punctum dolens’ de su situación en la percepción de la gente, creyente o no. El cúmulo de circunstancias que rodearon la actitud de la Iglesia respecto de tan lamentable fenómeno social ha cristalizado de hecho en una imagen fija: su asociación con la pederastia. Sería inútil negarlo o restarle importancia. Es un hecho y, como tal, indiscutible.

Ahora bien -aquí puede aparecer una pluralidad de opiniones-, ¿tal imagen fija es inmerecida y, por tanto, ‘profundamente injusta’? Nuestros obispos, afectados muy directa e inmediatamente por la misma, están en su derecho de expresar la incomodidad que les produce tal visión de lo ocurrido hasta el punto de entender que no es merecida y, en consecuencia, son libres de calificarla como ‘profundamente injusta’.

Nuestros obispos, asimismo, están en su derecho al ofrecer una explicación de lo ocurrido, que salve su complicidad y responsabilidad. Sin embargo, si ésta fuese, como creo, la visión episcopal, lamento que vuelven a incurrir en tan grave error. Y, todo, porque, en su momento, no quisieron asumir en plenitud la realidad de lo ocurrido ni, sobre todo, su complicidad y responsabilidad. Y, todo -por qué no decirlo- porque siguen estando abrazados y obsesionados con la idea de restar importancia a tanto desvarío como protagonizaron y con la persistencia, como vengo diciendo, de ofrecer y defender una interpretación que los exonere de responsabilidad. Objetivo, por cierto, que no han perseguido en base a una argumentación sólida porque, en el fondo, son también víctimas del ‘perverso clericalismo’.

A mi entender, estamos ante un punto de partida inexcusable, esto es, que no se puede dejar de hacer, tener o fijar, si se quiere recuperar la credibilidad perdida o destruir, con el tiempo, esa imagen que les es tan incómoda, aunque merecida. Son muy libres de no querer reconocerlo, señores obispos. Pero, no olviden que tan hipócrita actitud no modifica la realidad. La sociedad española, creyentes o no, ha contemplado desconcertada los esfuerzos puestos en liza por ustedes para rebajar la verdadera dimensión del entuerto. Las resistencias, incluso activas, fueron, en muchos casos, persistentes, sonadas y escandalosas. La imagen en cuestión, por tanto, no sólo fue merecida y justa, sino que, además, se la ganaron ustedes muy a pulso. No expreso nada que no esté en el ambiente y en el convencimiento social. ¡Es cuestión de su aceptación con humildad evangélica!

No quisimos esconder la verdad

Aunque tarde, demasiado, y en medio de multitud de avatares y resistencias, sólo aparentemente superadas merced a la intervención directa de Francisco, los obispos optaron por dar un paso adelante en positivo. Por fin, reconocieron, como dice Mons Prado, que “en la Iglesia, ciertamente, no se ha ‘actuado bien’ con este problema”. Claro que no. Diría que se ha actuado muy mal y que ello ha ocasionado un grave daño a los creyentes y a toda persona de una mínima sensibilidad religiosa y social.

Las cosas son, en gran parte, como se perciben. Y la percepción de la actuación de la Iglesia en España respecto del abuso sexual frente a menores por parte del clero no ha encontrado explicación alguna positiva y se ha hecho acreedora de un rechazo muy claro. Todo, por desgracia, se ha expresado en términos escandalosamente negativos. ¿Cómo la gente, creyente o no, iba a tener una percepción diferente de la que ha expresado? Los hechos objetivos en que se sustentaba tal percepción no admitían otra interpretación distinta. Así son las cosas, mal que les pese. No admitirlo, o hacerlo, como lo han hecho, con la boca pequeña y muy tarde, sólo sirve para incrementar el daño causado y para que, quien así procede, quede retratado. No insistan en excusas falsas y abandonen las explicaciones que pretenden rebajar su complicidad y responsabilidad manifiestas.

Sin embargo, no hay quien les haga salir de esa especie de círculo vicioso. Aunque, en efecto, “no se ha actuado bien”, ello, asevera Mons Prado, “no quiere decir que quisiéramos esconder la verdad”. ¡Extraño modo de proceder si esa era su intención: amparar y tutelar la verdad de lo ocurrido! Gran parte de la sociedad en España confió sus hijos a la Iglesia. Confianza, absolutamente defraudada, pues algunos fueron abusados. Es cierto que, “cuando este tipo de cosas pasan en las familias, también se mantienen en silencio. Puede ser por miedo, por la imagen que se vaya a dar” (Mons Prieto). Por muchos motivos, ciertamente. Pero, no puede ignorarse que ustedes, señores obispos, procuraron, presuntamente, el silencio de las familias -a veces, incluso, con la connivencia de la autoridad penal del Estado-, así como el encubrimiento correspondiente, con el pretexto de evitar el escándalo, el daño a la propia Iglesia como institución y a ustedes mismos como líderes religiosos. Llegaron a facilitar, que ya es decir, al abusador un nuevo campo de actuación. Actuaron, lo interpreten como quieran, desde el secreto más severo y desde el encubrimiento. ¡Algo vale que no querían esconder la verdad!

"Gran parte de la sociedad en España confió sus hijos a la Iglesia. Confianza, absolutamente defraudada, pues algunos fueron abusados… Llegaron a facilitar, que ya es decir, al abusador un nuevo campo de actuación. Actuaron, lo interpreten como quieran, desde el secreto más severo y desde el encubrimiento"

No dudo que, al actuar como lo hicieron, buscaban salvaguardar el honor de la Iglesia. Las directrices romanas eran coercitivas y muy explícitas respecto a evitar el escándalo y, por tanto, inductoras al encubrimiento. Ustedes, señores obispos, dieron muestras de falta de coraje, de ausencia de amor a la verdad, de escaso respeto a la propia función episcopal, pues la corrompieron, y dieron un contra testimonio evangélico. Quiero pensar que actuaron así poniendo en acción la sumisión y obediencia a Roma. Pues bien, con todos los respetos, tal obediencia no, en modo alguno, era debida.

"Dieron muestras de falta de coraje, de ausencia de amor a la verdad, de escaso respeto a la propia función episcopal, pues la corrompieron, y dieron un contra testimonio evangélico"

Es más, tampoco me extraña, aunque no hagan alusión a ello, que su posición frente al abuso, atendidas las circunstancias concurrentes y al modo concreto como ustedes interpretaron su lucha frente al mismo, apenas tuviese algo que ver con una cuestión de conciencia. Es sabido, aunque no respetado en la Iglesia, que “aun por encima del papa como suprema expresión de lo vinculante de la autoridad eclesiástica se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera necesario, incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica…” (Joseph Ratzinger) – Cfr. G. Delgado, La despedida de un traidor. La búsqueda personal de Dios, Sevilla 2023, pág. 362, en donde reproduzco completo el texto de tan ilustre teólogo, transmitido por H. Küng, La libertad conquistada, 2004, pág. 568-. ¡Ojalá hubiesen entendido esta cuestión como un asunto de conciencia!

En definitiva, creo que “nos lo tenemos que hacer todos mirar” (Mons Prado) en la Iglesia. Pero, muy especialmente, Roma y los obispos en las diferentes Iglesias locales. Aceptar la verdad de lo ocurrido, afecte a quien afecte, y, en el futuro, no tratar jamás de velarla o esconderla. Ésta sí es una exigencia en conciencia.

Un problema social muy grave

Visto el problema en una perspectiva global no debería enfocarse, de modo exclusivo, hacía la esfera eclesiástica. La realidad es que asistimos, como ha subrayado con acierto Mons Prado, ante “un problema social muy grave”. Los esfuerzos por erradicarlo y su tratamiento en profundidad desde muy diferentes perspectivas reclaman la unión, el estímulo y la cooperación de todos.

A partir de aquí, se ha de reconocer, en efecto, que la Iglesia está realizando actualmente muchos esfuerzos para superar el problema. Es su deber y su servicio. Francisco, desde el primer momento, mantuvo una actitud muy diferente a la realizada por sus predecesores, que está dando sus frutos. Ahora las víctimas ocupan, por fin, el lugar preferente que les corresponde: el central.

La tentación fácil, que deberían evitar en la Iglesia, consiste en dejarse de comparaciones con el Estado. Alusiones como las que explicita Mons Prado (‘ojalá otras instituciones estén haciendo lo que se está haciendo en la Iglesia’, ‘hay que mirar las cosas con proporción’, ‘nos lo tenemos que hacer todos mirar’) no le devolverán la credibilidad perdida. Son, en el fondo, formulaciones del viejo “y, tú más”.

Pongan orden en la propia casa, entonces serán creíbles, gozarán de autoridad moral para criticar la casa del vecino y obtendrán el reconocimiento merecido de haber contribuido a superar un grave problema social.

Todos somos víctimas

Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME

Volver arriba