Prepublicación: "La vecina de Jesús", de Toño Casado (Martínez Roca) 'Absolutamente confidencial: el Informe DA’MIANA'
"Tienes en tus manos el índice de los informes secretos de la Damiana, la mayor agente de información clasificada que se mueve en Tierra Santa en el año 30. Junto con su equipo, la Pura y la tía Manuela, ha conseguido reunir todos los detalles de la vida de Jesucristo, el chiquito ese de Nazaret que no parecía gran cosa y que ahora le han hecho hasta no sé cuántas catedrales"
"Desde hace unos días el pueblo está raro. Yo, que me huelo la tostada, no sé qué se barrunta, pero creo que tiene que ver con un chico desmelenado que viene de Nazaret, Jesús creo que se llama. Y de Nazaret no puede venir nada bueno, que esos viven en las montañas como los sarracenos. «Jesús», como cuando se estornuda; ¡qué poco original!"
Compra aquí 'La vecina de Jesús' (Martínez Roca) de Toño Casado
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Tienes en tus manos el índice de los informes secretos de la Damiana, la mayor agente de información clasificada que se mueve en Tierra Santa en el año 30. Junto con su equipo, la Pura y la tía Manuela, ha conseguido reunir todos los detalles de la vida de Jesucristo, el chiquito ese de Nazaret que no parecía gran cosa y que ahora le han hecho hasta no sé cuántas catedrales.
Aquí te va todo al detalle en esta muy seria, veraz y descacharrante recopilación. Por favor, no se lo digas a nadie.
- D.: Aunque recibió una esmerada educación en el colegio de las Madres Esclavas de Nabucodonosor centrada en el «pitipuá» y en llevar las labores del hogar, la «señá» Damiana tiene un curioso modo de hablar, «asín» de pueblo, que se come las letras, junta las palabras o no tiene mucho respeto por la gramática en general, pero si pasas tus ojos benevolentes por encima de tanta originalidad estilística, se le entiende clarito clarito como el agua.
- D. de la P. D.: Léase el libro moviendo la barbilla de vez en cuando hacia adelante, abriendo los ojos como un búho y levantando las cejas. Y con humor. Los avinagrados tómense antes un «wiskis». De nada.
1.- la damiana y su comando
Y tú, ¿de quién eres?
Pues aquí lo primero presentarme, no se vayan a creer ustedes que soy una cualquiera sin oficio ni beneficio. Yo soy Damiana Cocrucho Martín, para servir a Dios y a usté, de la señá Encarna y el señor Sito, el sastre, el de las túnicas, los dos queenpazdescansen, que ya me los llevó Dios al otro barrio, qué buenas personas eran, con principios y muy buen saber estar.
Mi madre, una santa. Que no dio un dequéhablar en la vida; vayas torrijas que nos hacía, como el Titanic de grandes, y vaya manos, cómo bordaba pitipuás y ganchillos. Teníamos la casa preciosa con mantelitos hasta para el papel higiénico; parecía el hombre araña soltando mantelitos por todas partes, qué maravilla. Mi padre, pues sastre también, sastre de túnicas judías; un señor muy educado, con las manos finitas pero firmes encima del tablero haciendo patrones; jamás dio una voz. Era un poquito escuálido, con tono de vicetiple, y a mi madre la trataba como a una reina, pero reina de las de antes, no como esta de ahora, que estaba un poquito divorciada.
Somos de Cafarnaúm de toda la vida, no como esos extranjeros que nos están invadiendo, llenando las calles de mantas repletas de bolsos y calzoncillos. Nuestros padres nos llevaban a mí y a mis hermanos como un batallón, que éramos dieciséis, un montón, que mis padres eran de muchos principios, pero, claro, no había tele, pues eso… y nos mandaban todos los sábados a la sinagoga a escuchar al rabino don Celso.
A mí don Celso me daba un poquito de asco, porque había que besarle la mano y el hombre olía a pis con Varón Dandy que no había judío que lo resistiese. Yo, aunque siempre he sido muy devota, cuando le veía venir me iba con la Manuela y la Pura por la calle de al lado y nos escondíamos detrás de los contenedores, aunque la Pura, que tenía vocación de mártir macabea, a veces nos traicionaba y se iba a besar la mano de don Celso cerrando los ojos como si se tragase la espada de un faquir. Venía triunfante, pero con los ojos llorosos como si hubiese pelao cebollas; debía de ser el tufo a amoniaco más que la devoción.
En la sinagoga nos portábamos muy bien, allí escuchando el catecismo de don Celso. Los bancos eran duros y pasábamos un poquito de frío, que se nos quedaban los mocos secos, pero yo iba ahí con mis leotardos y mi falda plisada. ¡Qué ratos tan hermosos escuchando la Historia Sagrada! Yo me pirriaba cuando llegaba lo de Dios achicharrando a los sodomitas, o lo de la estatua de sal de la mujer de Lot, vaya cotilla, no le estuvo mal. Es que el Antiguo Testamento de antiguo nada, porque es la vida misma, qué verdad. Lo de las serpientes, qué asco me daba; la del Edén con Adán y Eva en cueros, que yo creo que por eso les echaron del paraíso, vaya indecencia, con las vergüenzas al aire como los indios sin bautizar o las suecas esas que van a Torremolinos con las pechumbres al aire como huevos fritos.
Pero, vamos, a lo que iba, que se me va el hilo. Que éramos una familia muy religiosa, judíos de toda la vida, que rezábamos por la noche el rosario en familia e íbamos al templo, a la sinagoga y a todos los templos marianos del mundo conocido, que no le cabían a mi madre los dedales en casa, que hacía colección. Mi hermano Caramillo se los ponía en las manos para hacer de Fredy Kruguer. Eso, hasta el día que mi madre le pilló y le dio un soplamocos que se oyó por toda Galilea; claro, ahí todavía no había miedo a las denuncias y no ahora, que el hijo te lleva preso en cuanto le quitas el móvil, cómo estamos…
Estudié en las Madres Esclavas de Nabucodonosor, unas monjas esenias que nos enseñaban labores, cómo llevar el hogar y ser unas buenas judías, educadas y preparadas para llevar bien la casa y ser madres de los hijos que nos mandase Dios, que normalmente nos mandaba todos.
Del seso pues no se estilaba hablar, solo cuando se hablaba del sexto mandamiento y no como ahora que van a los institutos ahí a llevarles preservativos y con catorce años ya saben latín y hasta etrusco, cómo estamos, esto es el Apocalisis, que cualquier día viene Dios y nos ahoga a todos en el mar Rojo, como el tío Pepe ahogaba los gatitos en el agua de un cubo, qué bruto siempre fue el hombre.
Conocí a mi esposo, un santo, un santo, en la verbena de San Antonio. Yo creía que iba a por la Pura, pero no, al final me tiró los tejos a mí, y yo, en cuanto me enteré de cómo era la familia y si tenía posibles, pues le dije que sí, e inmediatamente, tras quince años de noviazgo, nos casamos. Tuvimos unos cuantos hijos, media docena, que los llevaba yo como pinceles, tanto por lo guapos como por lo firmes. Ya se sabe que al árbol hay que enderezarlo desde pequeño, que si no se tuerce y ya no lo arreglas ni con el programa ese de la Supernanny o el Superhermano. A los hijos todos carrera que les dimos. Y bueno, tras cuarenta años de matrimonio, mi marido, un santo, hija, un santo, pues que se murió ahí en el sillón como un pajarito.
Desde que enviudé me puse de negro y voy disfrutando la vida limpiando la lápida de mi difunto, poniéndole las flores de los chinos y jugando al cinquillo con la Pura y la tía Manuela en casa de la Pura, que está justo al lado del puerto. Desde allí, hija, eso es como el palco del Real, es que lo vemos todo todo. Y, claro, una, aunque no es de fisgar, pues tiene que estar enterada, no te pase lo que en Madrid, que igual tienes de vecino a un terrorista o al Bárcenas y no te has enterao.
Desde hace unos días el pueblo está raro. Yo, que me huelo la tostada, no sé qué se barrunta, pero creo que tiene que ver con un chico desmelenado que viene de Nazaret, Jesús creo que se llama. Y de Nazaret no puede venir nada bueno, que esos viven en las montañas como los sarracenos. «Jesús», como cuando se estornuda; ¡qué poco original!
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