Prepublicación de 'Crucemos a la otra orilla', de Luis A. Gonzalo (Editorial Perpetuo Socorro) La clave… mirar a la otra orilla
'Crucemos a la otra orilla. El diálogo y el cambio de la vida consagrada' es un libro que está dedicado a todos los hombres y mujeres anónimos, que creen en su vocación y hacen de cada día un relato de la cercanía de Dios con la humanidad. Porque no se pierden en grandes proyectos llenos de ego, porque tienen su vida apoyada en el Espíritu.
Es un libro que no se atreve a decir qué hay que hacer. Son o han sido muchos los que se han atrevido a ello. Tan solo se te propone mirar al otro lado, a la otra orilla. Solo eso y nada menos que eso
La situación, vista desde «esta orilla», es compleja y si no la adornamos nos obliga a reconocer que estamos abocados al final de no pocas obras apostólicas, presencias, estructuras y comunidades
Decir Dolores Aleixandre, Maricarmen Bracamontes, Emili Turú, José María Arnaiz, Pascual Chávez o Mathew Vattamattan, es decir hoy, ahora, actualidad. Sus vidas, por lo que comparten y creen son, sin duda, signo de «otra orilla»
Decir Dolores Aleixandre, Maricarmen Bracamontes, Emili Turú, José María Arnaiz, Pascual Chávez o Mathew Vattamattan, es decir hoy, ahora, actualidad. Sus vidas, por lo que comparten y creen son, sin duda, signo de «otra orilla»
Llega a tus manos un libro que no se atreve a decir qué hay que hacer. Son o han sido muchos los que se han atrevido a ello. Tan solo se te propone mirar al otro lado, a la otra orilla. Solo eso y nada menos que eso.
Después de estos años de proximidad con la visión global de los religiosos y religiosas, con toda la vida consagrada, desde la Revista Vida Religiosa, he podido leer miles de páginas y escuchar a muchos protagonistas de su vocación que me dejan como enseñanza que quienes tienen vida y la celebran, son los que saben mirar a la otra orilla. Quienes saben leer la realidad desde Jesús y su proyecto de Reino con la consiguiente relativización de procesos y proyectos; cargos y cargas; coordinaciones y técnicas.
Los años vividos de este siglo veintiuno no son pocos, no lo estamos empezando y, sin embargo, tiene todo un sabor muy provisional. Se debe, en buena medida, a que todavía estamos viviendo un contexto de pandemia para el que ni nosotros ni nuestras instituciones se habían preparado. Pero se debe también a una «resaca» ciertamente angustiosa: se han estrenado muchos intentos que han contribuido, todavía más, a desgastar las disminuidas fuerzas de las instituciones de vida consagrada. Procesos de reorganización abiertos y con difícil resolución o conclusión; estudios y gestión de obras en las cuales resuena nuestro nombre institucional pero no es tan claro que resuene el carismático; compromisos de misión compartida que «duermen» en los estantes con otros acuerdos y decisiones. La situación, vista desde «esta orilla», es compleja y si no la adornamos nos obliga a reconocer que estamos abocados al final de no pocas obras apostólicas, presencias, estructuras y comunidades.
Sin embargo la visión y la fecundidad de la vida consagrada están en la otra orilla. En una decidida y feliz separación de procesos de desgaste para empaparnos de la emoción que nos permita leer la realidad desde la visión y misión de Jesús. Ahí está la clave, en que no desfallezca la búsqueda o el recuerdo de la otra orilla. En que no hagamos todo plano o práctico o medido, porque perderemos el brillo del misterio de una vocación necesaria para vincular los carismas al servicio del Reino. Desde la otra orilla, podemos llegar a intuir y entender que lo nuestro es acercar la Iglesia al mundo; el mundo a la Iglesia; las personas a Dios y Dios al corazón de las personas. Desde esa orilla privilegiada a la que insistentemente nos invita a cruzar el Maestro se ve la vida y se valora como lo que es, el centro; se olvidan los acentos y costumbres porque nos separan y enrarecen; se celebra el encuentro porque aprendemos a valorar lo gratuito; se pierde miedo al empequeñecimiento, la minoridad y el signo, porque –desde esa orilla– cambia el valor de las cosas y los tiempos. Recuperamos el instante, el sentimiento, el envejecimiento y la palabra como dones que acrecientan la fe y no la enrarecen. Desde esa orilla, no es seguro que se nos muestre pautadamente cómo han de ser los cambios, pero seguro que recibimos aliento para embarcarnos en un camino de transformación y confianza.
Hace unos años (2016) titulaba mi selección de artículos breves sobre vida religiosa: Amanece, que es mucho. Sigo convencido de ello. Quien celebra el amanecer, de algún modo se prepara para recibir el regalo del día. Quien sabe leer lo pequeño –el signo– por supuesto está preparado o preparada para el gran cambio… para la transformación. Este libro es la segunda parte. Ahora, en este tiempo, todavía con miedo al contagio, es cuando estamos invitados a cruzar a la otra orilla; a quitarnos la máscara y protección para disfrutar la vida como don y a regalarla como esperanza, para que todos vivan, para que el mundo vuelva a sonreír y además la alegría llegue a todos. Para eso, estoy convencido que hay un grano de arena que tiene reservado Jesús y es la vida de hombres y mujeres, consagrados que ofrezcan con sus vidas hogar, que no estén preocupados de sus cosas y sus propiedades, que compartan lo que saben sin pretender adoctrinar, que destilen fe y que se arriesguen a verlo todo desde la otra orilla.
Lo más gratificante de la «otra orilla» es que es el lugar desde donde muchas personas creativas están ofreciendo novedad para la vida consagrada de este siglo. Dejarte rodear por ellas es contagiarte de su riqueza y luz. En el libro podrían aparecer muchas… muchísimas, tantas que no habría páginas suficientes. Están presentes solo algunas de ellas y en este primer capítulo nos dejan su particular testimonio de la otra orilla. Sus nombres están ligados a las páginas y las iniciativas más lúcidas de nuestro tiempo. Decir Dolores Aleixandre, Maricarmen Bracamontes, Emili Turú, José María Arnaiz, Pascual Chávez o Mathew Vattamattan, es decir hoy, ahora, actualidad. Sus vidas, por lo que comparten y creen son, sin duda, signo de «otra orilla». A ellos y a la infinidad de hombres y mujeres que siguen creyendo y esperando; que entienden la vocación como novedad… «Gracias por las gracias…». Frase que gustaba repetir el maestro Severino Mª Alonso y que, a su vez, había recibido de otro maestro agradecido.
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