| Gemma Morató / Hna. María Nuria Gaza
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia. Sí, serán saciados en el Reino de Dios, pero son ya dichosos aquí: Felices y sedientos.
La samaritana en el Evangelio de San Juan tenía sed. Todos tenemos la experiencia feliz de beber agua fresca, de desalterarnos después de una jornada de trabajo o después de hacer deporte. Sin la sed, esta experiencia feliz de beber agua no la tendríamos, pero la sed tiene un precio, por ello la samaritana no quiere ir más al pozo a sacar agua bajo el tórrido sol de Palestina. Y si el agua es escasa y viene a faltar demasiado tiempo puede llegar la muerte, por ello el cuerpo nos la reclama.
El deseo del agua material conduce a la mujer samaritana a otro deseo, el deseo del agua viva, la del Dios verdadero. Dos escuellos a evitar: La indiferencia, es decir no desear el bien, y pensar que el agua viva es inaccesible.
Jesús desvela nuestro deseo en el pozo y, en la cruz, tiene sed porque está animado de un gran deseo: quiere comer y beber en nuestra mesa, entrar en comunión con nosotros y desalterarnos con su amor.