| Gemma Morató / Hna. María Nuria Gaza
Sin embargo, Cristo nos invita, al contrario, a escoger la puerta estrecha, la puerta baja, diminuta. Él dijo a los discípulos de Emaús: “¿No era preciso que el Mesías sufriera estos padecimientos para entrar en la gloria?”.
Lo mismo nos ocurre a nosotros, es preciso que el hombre viejo muera para dejar espacio al hombre nuevo. Entremos por las puertas grandes del cielo para compartir su gloria. Todo lo que es viejo, seco, estrecho, debe ser arrancado, quemado. Las escorias de nuestro egocentrismo deben ser saneadas por el fuego. No es fácil, no es una prueba agradable. Dios vendrá a permanecer en nuestra morada interior.