Aportes cristianos para el cambio social "La paz de Colombia pasa por la ruralidad": Carlos Gómez, vicario general de los hermanos de La Salle
"El poder de la educación es crear equidad. Si la educación no genera equidad, sino exclusión, hay que repensarla", manifestó el hermano Carlos Gómez, durante una conversación sobre los aportes de La Salle para la paz de Colombia.
| Miguel Estupiñán, corresponsal en Colombia En Twitter: @HaciaElUmbral
Para el vicario general de los lasallistas “la educación es un trampolín para construir paz, equidad y justicia”. Una convicción madurada por Carlos Gómez en escenarios de conflicto armado y marginación como el Caguán y los Llanos orientales, regiones de su natal Colombia decisivas en su trayectoria de vida. Durante la década de 1990, presenció los impactos de la guerra en el Caguán. En la década siguiente, en los Llanos orientales aportó un modelo para hacerles frente a dichos impactos a través de la educación: Utopía, un proyecto de la Universidad de La Salle ampliamente valorado como referente en materia de construcción de paz.
Mientras el nuevo presidente de Colombia se enorgullece de haber estudiado con los hermanos de La Salle y la Iglesia católica de Colombia ofrece sus buenos oficios para contribuir a una solución política de una multiplicidad de conflictos armados, vale la pena sacar en limpio aportes concretos para el cambio social provenientes del mundo de la vida consagrada. Tal fue solo uno de los temas tratados en esta conversación.
¿Cuál es la prioridad de los hermanos de La Salle a nivel mundial?
Buscar espacios en las periferias para hacer presencia construyendo equidad y justicia por medio de la educación. Obviamente, las periferias son de diverso tipo: existenciales, sociales, educativas y políticas.
¿Qué dificultades tiene que sortear la congregación para ser eficaz en la respuesta a este desafío?
Hay bastantes dificultades, unas internas y otras externas. Internas porque no todo el mundo comulga siempre con estas ideas, posibilidades o prioridades. Siendo una institución tan grande y con tantos años, a veces nos hemos acostumbrado a los colegios gloriosos, a esas obras centenarias que seguramente respondieron en su momento pero no siguen respondiendo. Y, cuando a uno se le pide desinstalarse, esos temas producen dificultades. Pero hemos encontrado también mucha receptividad y una gran creatividad en el instituto. A nivel interno hay mucha disposición para hacerlo.
Las dificultades externas tienen que ver con dificultades en muchos países. Las periferias están relacionadas con violencias y siempre con pobreza. Proveer educación de calidad no es barato. No podemos pensar que el esquema sea pobre educación para los pobres, porque eso perpetúa la pobreza. La buena educación requiere de nuevas posibilidades, de nuevos proyectos y de oportunidades, no por lo bajo, sino para la inclusión. Cuando hay un buen proyecto el buen Dios manda el dinero y eso se puede.
¿Qué ha significado el pontificado de Francisco para ustedes?
Aire fresco, desafíos y cuestionamientos diarios. Hace algunos meses nos encontramos con el Papa y fue claro. Nuestro gran secreto es ser hermanos, pero eso no es un discurso. No somos hermanos porque tengamos un título, sino porque queremos serlo de otro. Y eso es un tema que el Papa nos ha recordado muchas veces. Ser hermanos para qué. Ser hermanos en estos procesos de construcción de equidad y justicia. El hermano es el que va junto con, el que traza, el que crea, el que construye lazos. Ese es el secreto del hermano en el evangelio: sean hermanos unos de otros.
¿Qué está haciendo La Salle por la paz de Colombia?
Muchas cosas. Por decir una sola, Utopía. ¿Quiénes son los destinatarios? Chicos y chicas campesinos de la Colombia profunda afectada por el conflicto. ¿Y cuál es el desafío? La mejor educación, para que regresen a ser protagonistas del desarrollo rural. Cuando todo el mundo hablaba de guerra, Utopía se adelantó a todo esto.
El ministro de educación habla sobre universidades para incluir. El modelo de Utopía sirve, está probado y funciona: los chicos son líderes y han salido de pobres. Eso es suficiente para pensar que puede ser replicado. A eso le apunta el proyecto. Allá, a Yopal, a la sede de Utopía, llegan chicos de toda la ruralidad colombiana, de la ruralidad profunda. Chicos talentosos, pero con mala educación, porque, tristemente, la educación rural en este país no genera oportunidades; cierra puertas. Y ese ha sido el desafío: a los chicos talentosos pero con pobre educación, volverlos los mejores. Y no los mejores porque estemos buscando los mejores puntajes; sino, porque buscamos gente que realmente le apueste al desarrollo rural. Creamos esto con una convicción: la paz de Colombia pasa por la ruralidad. Y la ruralidad pasa por el desarrollo territorial integral. Ese es el compromiso.
¿Le entusiasma que el presidente Gustavo Petro reivindique ser bachiller del colegio lasallista de Zipaquirá?
A mí me entusiasma porque algo tuvo que haberle quedado de su paso por La Salle de Zipaquirá. Pero me entusiasma, de hecho, cualquier colombiano que intente entender la ruralidad y pensar con unos esquemas distintos que generen la oportunidad de que los campesinos sean protagonistas de sus procesos de desarrollo rural y de que la política pública no solo nazca en los escritorios de Bogotá. Si la gente considera que estos son los temas, me siento orgulloso; y si es Petro en este momento, qué bueno. Si fuera otro, también pensaría esto. Porque en este país hay que sumar no restar.
¿Está conforme con el sistema educativo colombiano?
No. Un sistema que no incluye, sino que excluye, no cumple el objetivo. El poder de la educación es crear equidad. Si la educación no genera equidad, sino exclusión, hay que repensarla. Generar equidad es nivelar por lo alto, no por lo bajo. No puede reproducir lo mismo de la sociedad en la que está. La educación siempre tiene que ser un elemento cuestionador, porque se preocupa por generar las condiciones para todos. Yo no estoy contento con un sistema que excluye.
¿Qué le legó el pasó por el Caguán y qué aprendizajes tiene para socializar en este momento en que muchos se preguntan por aportes para una pastoral en favor de la paz?
El Caguán a mí me marcó en muchos aspectos. Primero, en que la educación es el espacio y el motor de muchos procesos. En esos años en el Caguán la escuela era el único lugar seguro para los niños y eso ya, de entrada, es un elemento que tenemos que entender. No puede ser una escuela ajena a los procesos políticos y sociales de los lugares. La escuela jamás debe ser indoctrinadora. Tiene que ser un escenario donde se generen las preguntas que nos ayuden a comprometernos con los procesos de transformación.
El Caguán también me dejó la sensación de que la educación tenía que aportar cosas distintas, porque a veces yo sentía que los chicos iban a la escuela porque no había más para hacer y no porque eso representara una oportunidad para sus vidas. Y las oportunidades siempre están en el sector educativo: avanzar hacia la educación superior. El talento se pierde con mala educación. Y lo que uno ve en esos lugares es talento enorme, capacidad, posibilidad. Eso me dejó el Caguán. También la seguridad de que la pastoral de la Iglesia necesita tener claro unos parámetros políticos. Y cuando digo políticos no estoy hablando de partidistas. Estoy hablando de la política en el sentido real de construir lo público. Y la pastoral tiene que ayudarnos a construir lo público en nuestras diferencias. Es decir, la capacidad que tiene para ayudarnos a pegar sueños comunes en medio de la diversidad y la diferencia. Porque no se trata de que todos sean violinistas, se trata de que armemos orquestas. Y en eso la pastoral tiene una labor fundamental: el evangelio no existe sin realidad y la realidad es lo que uno veía en el Caguán todos los días, desde la misma oración: “Señor, ¿qué va a pasar hoy aquí?”. Si uno no está pendiente de esos procesos, por eso una pastoral escéptica, indoctrinante, sosa, de liturgias eternas que no dicen nada.
Vimos al Papa en Canadá en una peregrinación penitencial. ¿Usted cree que la Iglesia católica en Colombia debe asumir también una actitud penitencial frente a los privilegios que ha tenido y lo mucho que todavía podría hacer para una conversión? ¿Se puede aprender algo de ese mensaje en el escenario de Colombia?
Yo estoy seguro de que si Franciso estuviera en este momento en Colombia hubiera repetido la pregunta que hizo la Comisión de la verdad: ¿Dónde estaban los líderes religiosos y los colombianos? Esa fue la pregunta de la Comisión de la verdad frente a semejante barbarie. Francisco nos estaría diciendo que necesitamos una peregrinación penitencial. Necesitamos ir por el documento de la Comisión de la verdad. La Iglesia tiene que hacerse la pregunta: ¿dónde estábamos?