Arte y educación popular para la memoria El viento de Casaldáliga continúa: iconografía vital de un poeta
El artista colombiano Carlos Lima publicó recientemente un libro en memoria de Pedro Casaldáliga
La obra reúne pinturas inspiradas en el legado del antiguo obispo de San Félix de Araguaia (Brasil)
La publicación coincide con los 50 años de la carta pastoral sobre una Iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social
La publicación coincide con los 50 años de la carta pastoral sobre una Iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social
Miguel Estupiñán, corresponsal en Colombia
El artista colombiano Carlos Lima acaba de publicar un libro en memoria de Pedro Casaldáliga. La obra, titulada Pero el viento continúa, reúne, a modo de iconografía vital, pinturas inspiradas en el proyecto pastoral promovido en la Amazonía brasilera por el antiguo obispo de São Félix do Araguaia.
Su publicación contó con el apoyo de varias instituciones, entre ellas la provincia claretiana de Colombia oriental y Ecuador, las Hermanas del Santo Ángel y Kairós Educativo. Mejor conocida como KairEd, esta última organización, de la que hace parte el artista, se ha propuesto hace años rendir homenaje a personas que participaron muy activamente de la recepción del Concilio Vaticano II en América Latina; hombres y mujeres cuyo compromiso encarnó, además, los propósitos de un acontecimiento eclesial de primer orden para el subcontinente: la asamblea episcopal llevada a cabo en Medellín en 1968.
La idea del libro surgió hace cinco años, durante una conversación con Cecilia Naranjo, religiosa del Sagrado Corazón. Desde ese momento, Carlos Lima se puso manos a la obra con la ayuda de varias personas, especialmente el teólogo Fernando Torres. Este le sugirió basarse en una semblanza biográfica de Casaldáliga escrita por Benjamín Forcano. En trato con dicho texto, el pintor diseñó una colección de 199 íconos, mediando para cada uno un proceso de contemplación no solamente sobre la vida del obispo poeta de Araguaia, sino también sobre “la caminada” que desató su labor y cuyo protagonismo comparten hombres y mujeres de base que construyeron junto al prelado un modelo revolucionario de Iglesia.
Al cumplirse el primer año de la muerte del obispo, el libro de Carlos Lima coincide, además, con los 50 años de la aparición de Una iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social, la carta pastoral divulgada por Pedro Casaldáliga, con ocasión de su consagración episcopal en 1971. En su momento, dicho documento ofreció un análisis pormenorizado del contexto en el que el misionero llevaba a cabo su labor: un territorio al que había llegado tres años atrás y que estaba sometido a la voracidad del gran terrateniente favorecido por la dictadura militar, algo muy semejante a lo que ocurre en la Amazonía brasilera en los actuales tiempos del presidente Jair Bolsonaro.
Escenario de la explotación del indígena y del pequeño trabajador agrícola sin tierra, aquel rincón del Mato Grosso, en que había sido fundada la prelatura de Sao Félix do Araguaia apenas un año antes, fue el lugar en el que nació una experiencia de Iglesia que tomó distancia del pasado colonial de la institución religiosa en la región y que materializó lo mejor de una teología de la liberación todavía por escribirse y a la que Casaldáliga le inyectaría poesía; un proceso de base en el que el protagonismo del laicado y particularmente de las mujeres marcaría un hito, como referente para cristianos en otras partes de Brasil y de toda América Latina (Carlos Lima, uno de ellos).
En la década de 1980 el artista colombiano participaba en un proceso de articulación cristiana a favor de la vida, mientras se recrudecían en Colombia los efectos de la denominada guerra sucia, un fenómeno de violencia propiciado por sectores del Ejército nacional y del establecimiento político aliados con narcotraficantes y otros señores de la tierra en oposición a los intentos de hacer las paces con las guerrillas. Ciertamente, un antecedente para entender lo que ocurre hoy en el país, en medio de la multiplicación de asesinatos contra defensores de derechos humanos, entre ellos activistas ambientales. En dicho escenario, al igual que otros artistas como Ana Mercedes Pereira, Poncho Franco, Guillermo Valero y Jafeth Gómez, Carlos Lima cultivó su trabajo al servicio de las causas populares. Fueron los años en los que por primera vez oyó hablar de Pedro Casaldáliga y en los que abrazó el cristianismo como parte de su vocación artística al servicio de la educación popular y de otras formas de resistencia social.
Desde ese tiempo su estilo se ha alimentado, además, de la investigación y de la reflexión estética. El arte rupestre, el simbolismo de las catacumbas, los códices prehispánicos de Mesoamérica, los vitrales de las grandes catedrales, así como el arte abstracto y el popular son fuentes de su búsqueda como pintor; datos que Carlos Lima pone en diálogo con las realidades que históricamente han interpelado su conciencia política e, incluso, inclinado sus técnicas decididamente hacia lo primitivo, lo nativo y lo naif, en un esfuerzo por relatar con imágenes y apelar no a la erudición, sino a la profundidad existencial de un espectador capaz de conmoverse, por ejemplo, con la imagen de un misionero que enfrentó su pecho a las balas de los latifundistas para defender a los indígenas amazónicos del etnocidio; o con un retrato, como los suyos, que buscan en el rostro del otro, en su mirada, lo que Van Gogh buscaba en los matices de las noches estrelladas, en los colores de los campos de trigo que se extienden hacia el horizonte como olas de un mar en reposo: un mensaje proveniente de este bosque de símbolos que es el mundo y en el que un personaje como Pedro Casaldáliga sintetiza la vida de tantas otras personas que han puesto de su parte para que la primavera del abrazo entre derechos humanos y cristianismo florezca en América Latina.
“El molino ya no está, pero el viento sigue allí”, le escribió el autor de Los comedores de patatas a su hermano Theo, en una carta de 1884. Hace años que esa extraña expresión de Van Gogh ha servido también para pensar en el legado del antiguo obispo de São Félix do Araguaia, fallecido en agosto de 2020. Hoy su testimonio está en manos de redes de solidaridad en todo el continente, como memoria viva que no se agota en el campo eclesial, sino que, como explica Fernando Torres, alimenta movimientos sociales promovidos por gente de muy diversa índole: los sin tierra, los defensores del agua y, entre otros, las juventudes que reclaman su derecho a un mejor presente levantando banderas de todos los colores. Los mismos colores que Carlos Lima ha usado para pintar a Casaldáliga, retratando, al mismo tiempo, la esperanza.