"En una sociedad injusta la violencia acaba siendo inevitable, aunque tampoco esté justificada" A propósito de Pablo Hasel: ¿Libertad de expresión o necesidad de desesperación?
Para resolver un problema lo más importante es plantearlo bien
Muchos jóvenes van acumulando un malestar creciente día tras día, sintiéndose además culpabilizados por nuestra cultura falsamente meritocrática. Y un día ese malestar estalla.
El rapero no ha sido la causa sino solo la ocasión, o la excusa, para una rabia que llevaba tiempo hinchando cuerpos y queriendo explotar
El rapero no ha sido la causa sino solo la ocasión, o la excusa, para una rabia que llevaba tiempo hinchando cuerpos y queriendo explotar
| José I. González Faus teólogo
Nos enseñaban en aquellos días difíciles de las matemáticas del bachillerato que, para resolver bien un problema, no basta con saber hacer las operaciones: lo más importante era plantearlo bien. Me temo que, en el caso de los alborotos por Pablo Hasél, lo que falla es precisamente el planteamiento del problema. Veamos:
En España hay un elevado número de jóvenes que no pueden independizarse: siguen viviendo en casa de (y a veces gracias a) sus padres. No encuentran más que breves trabajos precarios y saben que, cuando lleguen a mayores, tendrán una pensión bajísima pues hoy están cotizando muy poco. Fundar responsablemente una familia es una meta que se les va complicando cuando tratan de acceder a ella.
Este panorama, que llevaba tiempo siendo una amenaza, se convirtió en una realidad fatal, cuando la injusta y cruel ley de reforma laboral de don Mariano Rajoy. Tan injusta que inmediatamente, requirió otra “ley mordaza” (ley antiprotestas) para poder sobrevivir.
Pues bien: estas situaciones son una especie de “embarazo negativo”: muchos jóvenes van acumulando un malestar creciente día tras día, sintiéndose además culpabilizados por nuestra cultura falsamente meritocrática. Y un día ese malestar estalla y es dado a la luz.
Si, como temo, algo de eso es lo que está ocurriendo con las violencias de estos días, atribuirlas a la entrada en prisión de P. Hasél, me parece un falso planteamiento del problema. Pasa algo parecido a lo de aquella huelga de tranvías de Barcelona en 1951 (y que se extendió también a otros lugares de España): la subida del billete no fue la verdadera causa sino una ocasión oportuna para manifestar un malestar mucho más hondo y amplio contra la dictadura.
El mismo P. Hasél parece uno de esos jóvenes irritados, más que un verdadero artista: como poeta es de esos facilones que riman borbones con cabrones; y como músico parece que su escala solo tiene sostenidos (teclas negras) y su ritmo está hecho solo de fusas y semifusas (con alguna negra quizá, pero nada de blancas o de redondas y silencios). Sus insultos van dirigidos preferentemente a gentes de izquierdas, cono si fueran de Vox (que le explote el coche a Patxi Sánchez y le claven un piolet en la cabeza a José Bono); y sus argumentos prueban tan poco como los de Casado (que los GRAPO mataban “en defensa propia”….).
Le deseo una pronta salida de las rejas, por supuesto. Pero, al menos, que aproveche ese tiempo para leer El tazón de hierro, del ex-grapo Félix Novales, o para ver la película sobre el asesinato de Yoyes y estudiar un poco de poesía y música. En el libro del ex-grapo podrá leer que “matábamos porque estábamos llenos de odio” (p. 107), porque la desesperación “disparaba hasta extremos insospechados el enfrentamiento contra lo dado” (p. 48). Y eso explica “cómo la ideologización, el mesianismo y el odio pueden llevar a un joven de veinte años por los caminos del terrorismo” (p. 238).
Pero dejemos al rapero y volvamos a nuestro análisis. Decíamos que quizá lo que está ocurriendo es que una juventud sin futuro ha decidido dejarnos a nosotros sin presente. Si las cosas son así, cuando Pedro Sánchez proclama una de sus evidencias mal aplicadas (“en una sociedad democrática la violencia es inadmisible”), quizá se le pueda responder con otra evidencia: “en una sociedad injusta la violencia acaba siendo inevitable” (con alusión incluso a Francisco en La alegría del evangelio, n. 59).
Pretender entonces que los destrozos y barbaridades de estos días son solo loable “lucha antifascista”, es otra simpleza indigna de un político: ¿no es mucho más probable que se trate solo de rabias descontroladas, aprovechadas por extremistas de uno y otro lado? Recordemos también que, en el campo de la ética social, hay veces en que no se puede decir lo que se dice, viviendo donde se vive. Y quien sea cofrade que tome candela…
A lo mejor podría ayudar a todos visionar la película El juicio de los 7 de Chicago, sobre los disturbios en EEUU cuando la guerra del Vietnam. No quiero decir que nosotros tengamos una guerra de Vietnam: no tanto. Pero sí tenemos una guerra de vivienda, una guerra de vianda y, simplemente, una pequeña guerra de la vida. Sí: una verdadera guerra: ojalá nuestros políticos tuvieran obligación de ir (al menos un día por semana) a los comedores de Cáritas o a las residencias de Arrels y charlar un poco con aquellas gentes. Se enterarían de cosas muy útiles y de manera no teórica. Y a lo mejor, la izquierda volvía ser una izquierda de cabeza y corazón, y no una izquierda de cintura para abajo.
Lleguemos a la secuencia final de esa película cuando, en el juicio y con desesperación del juez, comienza a leerse la lista de los casi 5000 jóvenes fallecidos en Vietnam: “Fulano de tal, veintitantos años, natural de Minnesota, Mengano de cuál, 30 años, de profesión tornero”… E imaginemos qué pasaría si un día, en esta democracia que creemos tan consolidada, se proclamase, desde todos los medios posibles, una monótona lista parecida a la de la película citada: “Fulano de tal, 30 años, vive con sus padres porque con la miseria que gana no puede pagarse un piso; Mengano de cuál 22 años con título universitario: sobrevive gracias a las pensiones de sus padres; Fulanita, enfermera titulada, tuvo que emigrar a Londres tras la ley de reforma laboral que la dejó en la calle; y hoy hace buena falta aquí, por eso de la pandemia”… No sería una lista tan amarga como la de los caídos en Vietnam, pero sí que podría ser igual o más larga.
Y no olvidemos la lección que más se niegan a aprender nuestros políticos: en la historia los sucesos no se gestan de la noche a la mañana, sino que van incubándose lentamente hasta que un día estallan. De modo que “paz para hoy” puede significar muchas veces jaleos para mañana. Pero ellos parecen pensar: yo lo que quiero es quedar bien, aunque mañana esto esté peor: porque mañna yo ya no estaré.
Y aquí estamos.