El prelado de origen catalán cumple 100 días al frente de la diócesis de Coira, Suiza Joseph Marie Bonnemain: “Quiero ser un obispo lo más cercano posible a la gente”
“No me veo sentado detrás de mi escritorio viendo pasar el tiempo. Quiero sentir las alegrías y las angustias del pueblo de Dios"
“El tiempo es demasiado escaso para todo lo que me gustaría hacer y ante los grandes retos a los que se engfrenta la diócesis"
"Hay que establecer prioridades, y lo más importante es poner al ser humano en el centro y que todos los fieles se movilicen, con alegría, en el seguimiento de Cristo"
"Hay que establecer prioridades, y lo más importante es poner al ser humano en el centro y que todos los fieles se movilicen, con alegría, en el seguimiento de Cristo"
| Jordi Pacheco
Cien días después de ser nombrado obispo de la diócesis de Coira (Suiza), Joseph Marie Bonnemain (Barcelona, 1948) se considera “un obispo apurado pero feliz”. Así se expresaba el prelado en una entrevista concedida recientemente en Zurich al portal católico Cath.ch. El nuevo cargo no le deja apenas tiempo libre y tampoco le permite "dormir tan bien como antes", pero le da la oportunidad de conocer en profundidad el territorio diocesano y sus gentes.
Bonnemain ejerció como sacerdote hospitalario durante 36 años en la capital económica de Suiza, una experiencia que le llevó a enfrentarse a muchas situaciones de emergencia y a veces dramáticas. Por eso, asegura el periodista Raphaël Zbinden, el obispo está bien curtido para afrontar los retos que se le plantean al frente de la diócesis a la que llegó el pasado 19 de marzo.
Testigo directo de las convulsiones que ha vivido el obispado durante los últimos 40 años (ha trabajado en la pastoral de Coira desde que se hizo sacerdote), Bonnemain conocía mejor que nadie a qué se enfrentaba cuando aceptó la misión que le encomendó el papa Francisco. El tiempo dirá si es la persona adecuada para ocupar el cargo, pero de entrada el prelado reúne puntos fuertes. El primero de ellos: su agudo sentido de la complejidad. “Cuando me enfrento a una situación, mi primer reflejo es preguntarme si hay otra forma de hacer las cosas”, sostiene ante Cath-ch.
De origen catalán y miembro del Opus
De su infancia en Barcelona, admite, le marcó el gusto por la diversidad y la cultura. No en vano, el hecho de ser hijo del director de un gran estudio cinematográfico le dio la oportunidad de ver películas varias veces a la semana. Por las obras que vio dedujo que “el hombre es fundamentalmente un ser de relación”. Fue esta visión positiva de la humanidad la que le condujo “al camino de Cristo”.
Leyó biografías ilustradas de grandes personajes de la historia. Benefactores e inspiradores de la humanidad, santos, políticos, científicos y médicos. El descubrimiento de figuras como Albert Schweitzer, que pusieron su vida al servicio de los demás, le hizo decantarse por los estudios de medicina. Sus padres, explica, eran “normalmente" practicantes”, y su vocación religiosa la encontró “poco a poco”.
En Barcelona conoció a otros jóvenes vinculados al Opus Dei y, en 1967, tras asistir a una misa celebrada por Josemaría Escrivá de Balaguer, se unió a la prelatura. “Lo que me conmovió especialmente fue su mensaje de que lo que ocurre en el mundo no nos aleja de Dios, sino que nos acerca a él”, confiesa. Fue precisamente el fundador de la Obra quien le persuadió para que, una vez concluida su carrera de medicina, estudiara teología en Roma. De modo que Bonnemain se doctoró en derecho canónico en 1980, dos años después de ser ordenado sacerdote en la capital de Suiza.
“Puedo entender a la gente que tiene una opinión negativa del Opus Dei. Creo que debería asumir la responsabilidad de lo que ha hecho mal, y tener el valor de mirar su lado oscuro. Pero creo que el Opus Dei ha hecho mucho por explicar lo que realmente es y cuáles son sus objetivos, que son, como su nombre indica, llevar a cabo ‘la obra de Dios’”, asegura el prelado preguntado por la mala prensa de la prelatura iniciada por el oscense Escrivà de Balaguer.
Obispo entre la gente
"Quiero ser un obispo lo más cercano posible a la gente. Como dijo el Papa, 'un pastor que huele a sus ovejas'", confiesa Bonnemain, que tiene claro que lo que le hace sentirse con alegría y fuerza es el hecho de estar entre los fieles. “No me veo sentado detrás de mi escritorio viendo pasar el tiempo. Quiero sentir las alegrías y las angustias del pueblo de Dios. Y he podido conocer a muchas personas, especialmente jóvenes, que buscan sinceramente a Dios. Pude hablar con los feligreses, pero también con los agentes de pastoral, con personas implicadas en la Iglesia, y me entusiasmó el hecho de que todos son ‘personas" en el Señor’”, admite ante Cath-ch.
Su enfoque al frente de la diócesis es beneficioso pero requiere tiempo. “El tiempo es demasiado escaso para todo lo que me gustaría hacer y ante los grandes retos de la diócesis”, comenta. Ante esta realidad, hay que establecer prioridades. Y para Bonnemain lo más importante es “poner al ser humano en el centro”. “Es necesario que todos los fieles se movilicen, con alegría, en el seguimiento de Cristo”, afirma.
Bonnemain asegura que está trabajando activamente para “tender puentes” en la diócesis. Un objetivo que está al alcance “si nos centramos primero en lo que nos une a Cristo”. Concretamente, el prelado pretende reactivar los órganos de consulta diocesanos. Los Consejos de Sacerdotes, Diáconos y Teólogos deben ser convocados de nuevo. “A través de la renovación de las instituciones, será posible hacer que las diferentes corrientes se pongan de acuerdo”, explica.
Llamada a la alegría
El nuevo obispo tiene especial interés en fomentar las vocaciones al seminario y a la facultad de Teología de Coira. Sabe que esto es "al menos en parte trabajo de Dios". Se trata de asegurar la sucesión y el futuro del servicio pastoral. Un reto que no es específico de Coira, insiste, sino que también afecta a las demás diócesis de Suiza. "Con el empuje y el espíritu alegre de todos los fieles", asegura, "emprendemos el viaje sinodal". Para Bonnemain, esta movilización debe producirse en primer lugar en el seno de las familias, lugar por excelencia donde se descubre y alimenta la fe.
Es un programa exigente, para el que el obispo necesitará toda la fuerza física, mental y espiritual. Pero está convencido que la misión merece la pena, ya que, según afirma, “a través de la renovación de la Iglesia, el mundo puede ser más pacífico, más humano y más feliz”.
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