En las Vísperas de conclusión de la semana de la unidad, en San Pablo Extramuros El Papa Francisco recuerda que "dividir nunca es de Dios, sino del diablo" y abogó por el ecumenismo del amor

Vísperas en San Pablo Extramuros
Vísperas en San Pablo Extramuros

"Hacer para heredar, hacer para tener: he aquí una religiosidad distorsionada, basada en la posesión más que en el don, donde Dios es el medio para obtener lo que quiero, no el fin a amar con todo el corazón"

"Sólo este amor, que no vuelve al pasado para poner distancia o señalar con el dedo; sólo este amor, que en nombre de Dios antepone el hermano a la férrea defensa del propio sistema religioso, nos unirá"

"Rezar es una tarea santa, porque es estar en comunión con el Señor, que rogó al Padre ante todo por la unidad. Y sigamos rezando también por el fin de las guerras, especialmente en Ucrania y en Tierra Santa"

En la tarde del 25 de enero, se celebraron las vísperas de la Conversión de San Pablo y la conclusión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos en la Basílica papal dedicada al Apóstol de los Gentiles, San Pablo Extramuros. En su homilía, el Papa Francisco hizo un canto a la unidad de los cristianos, porque "todos componemos la 'sinfonía de la humanidad', de la que Cristo es primogénito y redentor". 

A su juicio, ésta es la clave de la unidad de los cristianos: el amor. Porque sólo un amor que "en nombre de Dios antepone el hermano a la férrea defensa del propio sistema religioso, nos unirá". Y, porque "dividir nunca es de Dios, sino del diablo".

Por eso, concluyó dando las gracias al Primado de la Iglesia anglicana y al Metropolita Policarpo, en representación del Patriarcado Ecuménico, asi como a los líderes de las demás confesiones cristianas presentes en la ceremonia. "Rezar es una tarea santa, porque es estar en comunión con el Señor, que rogó al Padre ante todo por la unidad. Y sigamos rezando también por el fin de las guerras, especialmente en Ucrania y en Tierra Santa", recordó, una vez más.

Campaña en defensa del Papa: Yo con Francisco

Vísperas en San Pablo
Vísperas en San Pablo

Homilía del Papa

En el Evangelio que hemos escuchado, el doctor de la Ley, aunque se dirige a Jesús llamándolo «Maestro», no quiere dejarse instruir por él, sino «ponerlo a prueba». Pero una falsedad aún mayor emerge de su pregunta: «¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?» (Lc 10,25). Hacer para heredar, hacer para tener: he aquí una religiosidad distorsionada, basada en la posesión más que en el don, donde Dios es el medio para obtener lo que quiero, no el fin a amar con todo el corazón. Pero Jesús es paciente e invita a ese doctor a encontrar la respuesta en la Ley de la que era experto, que prescribe: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10,27). 

Entonces aquel hombre, «queriendo justificarse», plantea una segunda pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Si la primera pregunta corría el riesgo de reducir a Dios al propio “yo”, esta trata de dividir: dividir a las personas entre las que se deben amar y las que se pueden ignorar. Y dividir nunca es de Dios, sino del diablo. Jesús, sin embargo, no responde teorizando, sino con la parábola del buen samaritano, con una historia concreta, que nos involucra también a nosotros. Porque, queridos hermanos y hermanas, quienes se comportan mal y con indiferencia, son el sacerdote y el levita, que anteponen a las necesidades del que sufre la tutela de sus tradiciones religiosas. 

El que da sentido a la palabra “prójimo” es, en cambio, un hereje, un samaritano, porque se hace prójimo: siente compasión, se acerca y se inclina tiernamente sobre las heridas de ese hermano; se ocupa de él, independientemente de su pasado y de sus culpas, y lo sirve con todo su ser (cf. Lc 10,33-35). Esto permite a Jesús concluir que la pregunta correcta no es “¿quién es mi prójimo?” sino: “¿me hago yo prójimo?” Sólo este amor que se convierte en servicio gratuito, sólo este amor que Jesús proclamó y vivió, acercará a los cristianos separados los unos a los otros. Sí, sólo este amor, que no vuelve al pasado para poner distancia o señalar con el dedo; sólo este amor, que en nombre de Dios antepone el hermano a la férrea defensa del propio sistema religioso, nos unirá. 

Hermanos y hermanas, entre nosotros nunca deberíamos preguntarnos “¿quién es mi prójimo?”. Porque todo bautizado pertenece al mismo Cuerpo de Cristo; y más aún, porque toda persona en el mundo es mi hermano o mi hermana, y todos componemos la “sinfonía de la humanidad”, de la que Cristo es primogénito y redentor. Como recuerda san Ireneo, que tuve la alegría de proclamar “Doctor de la unidad”: «el amante de la verdad no debe dejarse engañar por el intervalo particular de cada tono, ni suponer un creador para uno y otro para otro […], sino uno sólo» (Adv. Haer. II, 25, 2). Entonces, no digamos “¿quién es mi prójimo?” sino “¿me hago yo prójimo?” Yo y también mi comunidad, mi Iglesia, mi espiritualidad, ¿se hacen prójimos? ¿O permanecen atrincheradas en defensa de sus propios intereses, celosas de su autonomía, encerradas en el cálculo de sus propias ventajas, entablando relaciones con los demás sólo para obtener algo de ellas? Si así fuera, no se trataría sólo de errores estratégicos, sino de infidelidad al Evangelio. 

“¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” Así comenzó el diálogo entre el doctor de la Ley y Jesús. Pero hoy esta primera pregunta también da un vuelco gracias al Apóstol san Pablo, cuya conversión celebramos en esta Basílica a él dedicada. Pues bien, precisamente cuando Saulo de Tarso, perseguidor de los cristianos, encuentra a Jesús en la visión de luz que lo envuelve y le cambia la vida, le pregunta: «¿Qué debo hacer, Señor?» (Hch 22,10). No “¿qué debo hacer para heredar?” sino “¿qué debo hacer, Señor?” El Señor es el objetivo de la petición, la verdadera herencia, el sumo bien. Pablo no cambia de vida según sus propósitos, no se vuelve mejor por realizar sus proyectos.

Su conversión nace de un cambio existencial, donde el primado ya no le pertenece a su perfección frente a la Ley, sino a la docilidad para con Dios, en una apertura total a lo que Él quiere. Si Él es el tesoro, nuestro programa eclesial no puede sino consistir en hacer su voluntad, en conformarse a sus deseos. Y Él, la noche antes de dar la vida por nosotros, oró ardientemente al Padre por todos nosotros, «que todos sean uno» (Jn 17,21). Esa es su voluntad. 

Todos los esfuerzos hacia la unidad plena están llamados a seguir el mismo itinerario de san Pablo, a dejar de lado la centralidad de nuestras ideas para buscar la voz del Señor y dejarle iniciativa y espacio a Él. Lo había comprendido bien otro Pablo, gran pionero del movimiento ecuménico, el sacerdote Paul Couturier, quien rezando solía implorar la unidad de los creyentes “como Cristo la quiere”, “con los medios que Él quiere”. Necesitamos esta conversión de perspectiva y ante todo de corazón, porque, como afirmó hace sesenta años el Concilio Vaticano II: «El verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior» (Unitatis redintegratio, 7). Mientras oramos juntos reconozcamos, cada uno, que necesitamos convertirnos, dejar que el Señor nos cambie el corazón. Esta es la vía: caminar juntos y servir juntos, poniendo la oración como prioridad. En efecto, cuando los cristianos maduran en el servicio a Dios y al prójimo, crecen también en la comprensión recíproca, como declara asimismo el Concilio: «Porque cuanto más se unan en estrecha comunión con el Padre, con el Verbo y con el Espíritu, tanto más íntima y fácilmente podrán acrecentar la mutua hermandad» (Ibíd.). 

Metropolita ortodoxo
Metropolita ortodoxo

Por eso estamos aquí esta noche provenientes de diferentes países, culturas y tradiciones. Me siento agradecido con Su Gracia Justin Welby, Arzobispo de Canterbury, con el Metropolita Policarpo, en representación del Patriarcado Ecuménico, y con todos ustedes, que hacen presentes a muchas comunidades cristianas. Dirijo un saludo especial a los miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, que celebran el XX aniversario de su camino, y a los Obispos católicos y anglicanos que participan en el encuentro de la Comisión internacional para la Unidad y la Misión.

Es hermoso que hoy con mi hermano, el Arzobispo Justin, podamos conferir a este grupo de Obispos el mandato de seguir testimoniando la unidad querida por Dios para su Iglesia en sus respectivas regiones, caminando juntos «para difundir la misericordia y la paz de Dios en un mundo necesitado» (OBISPOS IARCCUM, Walking Together, Roma, 7 de octubre de 2016). Saludo también a los estudiantes becarios del Comité para la Colaboración Cultural con las Iglesias ortodoxas del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y a los participantes en las visitas de estudio organizadas para jóvenes sacerdotes y monjes de las Iglesias ortodoxas orientales, y para los estudiantes del Instituto Ecuménico de Bossey del Consejo Ecuménico de las Iglesias. 

Juntos, como hermanos y hermanas en Cristo, imploremos con Pablo diciendo: “¿Qué debemos hacer, Señor?”. Y al hacer esta súplica ya tenemos una respuesta, porque la primera respuesta es la oración. Rezar por la unidad es la primera tarea de nuestro camino. Y es una tarea santa, porque es estar en comunión con el Señor, que rogó al Padre ante todo por la unidad. Y sigamos rezando también por el fin de las guerras, especialmente en Ucrania y en Tierra Santa. Saludo asimismo al amado pueblo de Burkina Faso, en particular a las comunidades que allí prepararon el material para la Semana de Oración por la Unidad. Que el amor al prójimo sustituya la violencia que aflige a ese país. 

«“¿Qué debo hacer, Señor?”. Y el Señor —narra Pablo— me dijo: “Levántate y ve a Damasco”» (Hch 22, 10). Levántate, nos dice Jesús a cada uno de nosotros y a nuestra búsqueda de unidad. Levantémonos entonces, en nombre de Cristo, de nuestros cansancios y de nuestras costumbres, y continuemos, vayamos adelante, porque Él lo quiere, y lo quiere «para que el mundo crea» (Jn 17,21). Oremos, pues, y sigamos adelante, porque esto es lo que Dios desea de nosotros. 

Vísperas en San Pablo
Vísperas en San Pablo

Discurso de saludo al Santo Padre por Su Eminencia el Card. Kurt Koch
Prefecto del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos

Santo Padre,
Al concluir las Vísperas solemnes de la fiesta de la Conversión del apóstol san Pablo y al término de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, le dirijo un cordial saludo también en nombre de los numerosos cristianos que viven en las diversas Iglesias y comunidades eclesiales de Roma, y en nombre de los huéspedes, particularmente numerosos, que este año se han reunido aquí, en la basílica de San Pablo Extramuros, para orar junto con usted por la unidad de los cristianos. En nombre de todos los presentes, os agradezco profundamente que hayáis presidido también este año la celebración de las Vísperas, demostrando así, una vez más, lo cercano que está a vuestro corazón el compromiso ecuménico.

Estamos reunidos en oración. El importante exégeta reformado y ecumenista Oscar Cullmann definió bellamente la oración como "uno de los grandes dones de amor de Dios para el ser humano "1. Si podemos hablar con Dios en la oración, se lo debemos al hecho de que Dios mismo no es mudo, sino que es el primero en hablarnos y mostrarnos así su amor. Por nuestra parte, la primera respuesta a su amor sólo puede ser el amor: amor a Él y, por tanto, amor al prójimo. Porque quien ama a Dios amará también a sus criaturas, a sus hijos e hijas. Y sólo cuando amamos a nuestros semejantes como Dios los ama, demostramos que somos imagen de Dios.

Welby
Welby

Este misterio fundamental de la fe cristiana es recordado por el tema de la Semana de oración por la unidad de los cristianos de este año: "Ama al Señor tu Dios... y ama a tu prójimo como a ti mismo" (Lc 10,27). Esta frase de la Biblia, elegida por un grupo ecuménico de Burkina Faso, pone de relieve que el amor es particularmente importante en todos los esfuerzos ecuménicos. De hecho, este empeño vive del diálogo de la fraternidad y la amistad, que con razón lleva el nombre de "ecumenismo de la caridad". Es el requisito previo indispensable y el espacio vital de todo diálogo teológico de la verdad.

El ecumenismo de la caridad nos ha permitido redescubrir la fraternidad que existe entre nosotros, cristianos, y entre nosotros, comunidades cristianas, en razón del bautismo común a todos, ofreciéndonos una red eficaz de relaciones de amistad.

Este diálogo de caridad fraterna está particularmente cercano a su corazón, Santo Padre. Es precisamente la caridad la que no borra las legítimas diferencias entre nosotros, sino que las reconcilia en una unidad aún más bella y más rica. Con este espíritu fraterno nos hemos reunido también hoy para orar juntos. Pidamos al Señor que nos ayude, cada vez que nos reunimos entre nosotros como cristianos, a comprender cada vez más profundamente su mandamiento del amor y a vivirlo de modo creíble, dejándonos entregar continuamente su amor en la oración.

Santo Padre, prometemos rezar también por usted y por su ministerio petrino. Al ofrecerle nuestras oraciones, le agradecemos su incansable compromiso ecuménico, y ahora le pedimos también su Bendición Apostólica.

1 O. Cullmann, Das Gebet im Neuen Testament. Zugleich Versuch einer vom Neuen Testament aus zu erteilenden Antwort auf heutige Fragen (Tubinga 1994) 180.

El Papa y Koch
El Papa y Koch

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