'Paulino' denuncia las depravaciones y abusos la MCSPA en África y América "He sido esclavo laboral y sexual de una secta católica de depravados, encubiertos por algunos jerarcas de la Iglesia"

(José Manuel Vidal).- "Publíquelo, publíquelo". Me lo dijo dos veces seguidas, con indignación en la mirada. Eran las 7:30 del martes, día 15 de septiembre. Le acababa de presentar el reportaje sobre la denuncia de los abusos de la Comunidad misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA). Y tras leer los titulares, el Papa me miró fijamente y me urgió a publicarlo. Como si necesitase ayuda. Como si confesase que no podía limpiar la Iglesia con la determinación y la prisa que quisiese. Aunque éstas ya son impresiones mías. Lo único que me dijo Francisco fue esa palabra repetida y subrayada con tono perentorio.

La misma sensación tiene el sacerdote de Sigüenza-Guadalajara, Fidel Blasco Canalejas, que lleva años moviendo el dossier de la denuncia de uno de los múltiples abusados. El cura, que fue rector del seminario durante 9 años y delegado de catequesis y ahora párroco de San Juan de Ávila de Guadalajara, es el 'abogado defensor' del abusado y el que está moviendo Roma con Santiago, para que la Iglesia condene a los victimarios. No tiene nada que ganar con ello, sólo se complica la vida. "Creo que, en conciencia, debo hacerlo y estoy dispuesto a ir hasta el final", dice.

Fidel Blasco lleva ya años luchando contras las antiguas inercias y las viejas políticas de la institución eclesial que, a pesar de predicar la tolerancia cero hacia afuera, no ha tomado decisión alguna en este "caso sangrante". El sacerdote lo puso primero en manos del Nuncio, ya en el año 2012. Renzo Fratini le dio buenas palabras y le aseguró que lo haría llegar a Roma. Pasaron casi tres años, y nada.

Inasequible al desaliento, Fidel se fue con su caso a Roma y lo presentó en varias instancias vaticanas. Primero, en la congregación para la Doctrina de la Fe, después en la congregación del Clero y, por último, en el Pontificio Consejo para los Laicos. Sin apenas resultados. Sólo recibió una carta de fecha 22 de julio de 2014 del cardenal Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, en los que le asegura que "los hechos son de tal gravedad que la autoridad eclesiástica competente tiene que actuar inmediatamente".

Pero pasan los meses y las autoridades de la Iglesia no actúan. Por eso, Fidel Blasco decide dar a conocer el caso a través de los medios. Antes de publicarlo y como prescribe la ética periodística, me puse en contacto con la Comunidad misionera de San Pablo en África y en Estados Unidos, para contrastar la información y pedir su opinión al respecto. Los de Kenia ni contestaron. De Racine (Milwaukee) me llegó el siguiente email:

Apreciado señor Vidal: Gracias por su correo de hace unos días. Nos sorprendió, pues la Comunidad de San Pablo, Asociación de Fieles establecida en la Archidiócesis de Milwaukee, no tiene conocimiento de ninguna denuncia presentada en su contra (ni en Roma ni en ningún otro lugar). Por lo tanto, no podemos comentar nada al respecto.

Lo que sí podemos decirle es que existe una excelente relación y una estrecha colaboración entre la Comunidad de San Pablo y cada una de las diócesis donde llevamos a cabo nuestra labor en diversos países. En especial con la Archidiócesis de Milwaukee, que es nuestra sede principal.

Si lo cree conveniente, póngase en contacto con dicha Archidiócesis para que le puedan confirmar y verificar esta información.

Atentamente,

Ricardo Martín, en nombre de la Junta Directiva de la Comunidad de San Pablo

Pasados unos días, un abogado madrileño se puso en contacto conmigo y me invitó a una reunión en Madrid con varios representantes de la Comunidad San Pablo. En la reunión, que duró más de dos horas, estuvieron presentes, entre otros, Pere Cane, Martí Colom, Pablo Cirujeda y Silvia Garriga.

De los tres sacerdotes, sólo Pablo Cirujeda estuvo estuvo 4 años viviendo en la misión de Nariokotome, en el desierto de Turkana (Kenia), donde reinaba Paco Andreo. Reconoce que allí "las condiciones de trabajo eran muy duras", pero niega que hubiese "explotación laboral o sexual". Eso sí, reconoce que, ya entonces, Andreo "era un líder carismático errático y que funcionada por impulsos, muy narcisista, celoso, todo tenía que pasar por él". Más aún, "se le había ido la pinza y tenía un trastorno clínico de la personalidad".

También asegura Cirujeda que ya entonces "llegaron denuncias de tipo homosexual, cosas de mariconeo, pero no con menores" y que "algo pudo haber de todo eso que denuncia" Paulino. Porque "lo que sufrió es cierto".

A su juicio, Andreo llegó a ocnvertirse "en una manzana podrida que quedó encapsulada". Hasta que, en 2006, el visitador apostólico del Vaticano les dice que la única salida para la organización es que Paco Andreo dimita. Y lo hace, para regresar a España a curarse de un cáncer de próstata. Entonces asume la presidencia Pere Cané durante dos años.

Porque, en el 2008, comenzó a plantearse una profunda división en la CMSPA. Por un lado, los incondicionales de Andreo, que decían y siguen diciendo que "la organización es Paco". Por el otro, Pere Cané y los miembros de la zona americana, que deciden abandonar la organización y erigirse en otra nueva, con nombre parecido Comunidad San Pablo y aprobada canónicamente en Milwaukee, por Timothy Dolan, el entonces obispo titular de la diócesis y hoy cardenal de Nueva York. "Unos decíamos que el emperador estaba desnudo y otros decían que estaba vestido", explica Cané. Y Cirujeda añade: "Damos gracias a Dios todos los días por habernos ido".

Pregunto si, tras la escisión y con todo lo que cuentan de Andreo, han querido "matar al padre". Y reconocen que sí: "Hemos matado al padre". Vuelvo a preguntar si mientras estuvieron en la CMSPA fueron "cómplices o encubridores". Contestan que ellos no vieron los abusos, pero "podría ser que hubiesen existido".

El relato del abusado

Aquí está el relato de los hechos contados por la víctima, Paulino (nombre ficticio), apoyado en todo momento por el cura Fidel Blasco. Con Paulino estuve durante varias horas y todavía recuerdo cómo temblaba rememorando sus recuerdos de hacía más de 20 años. A Fidel le vi en varias ocasiones, me ofreció muchos de sus documentos y siempre terminábamos lamentándonos del silencio eclesiástico y buscando la manera de derribarlo. Ésta es la transcripción del relato de Paulino, la víctima de la mirada triste y que temblaba al contármelo.

"La Iglesia católica tiene a gala que, en su seno, no existen las sectas. El caso de la Comunidad misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA, en sus siglas en inglés) rompe la regla sagrada. Esta asociación pública de fieles, creada en España y liderada por religiosos españoles, funciona como una auténtica secta. Una mafia espiritual dedicada al abuso sistemático de seminaristas y novicias, a los que hacen ir completamente desnudos en sus casas y que se convierten en esclavas y esclavos sexuales y laborales, a disposición permanente de los líderes de la organización. Un negocio, una mafia religiosa, con su particular Maciel, encarnado por el fallecido Francisco Andreo, que siguen gestionando sus secuaces Alberto Salvans y Fernando Aguirre, entre otros.

Me llamo Paulino. Soy boliviano de nacimiento y estoy afincado en España desde hace 9 años. Fui esclavo laboral y sexual durante 5 años que pasé en la MCSPA, desde los 18 a los 23. Ahora que tengo 36 y he podido escapar de sus redes, quiero denunciar sus atrocidades, para que ningún otro chaval que busque seguir a Dios pase el calvario que yo sufrí a manos de estos lobos con piel de cordero, amparados en el paraguas de la Iglesia católica y bendecidos por ella.

Mi caso está ya en Roma. Desde el mes de junio de 2014, mi denuncia ha llegado al Pontificio Consejo para los Laicos, que dirige el cardenal Rylko, y a otras instancias vaticanas, entre ellas la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Secretaría de Estado.

Sólo quiero advertir a las actuales y futuras víctimas. A pesar de lo sufrido, con la ayuda de gente buena de Iglesia me he curado, llevo una vida relativamente normal y, sobre todo, he vencido el miedo. Sé que los atropellos que denuncio han prescrito civilmente, pero no canónicamente. Me duele no haber tenido agallas para denunciar antes. Entre otras cosas, porque sabía que esta secta estaba bien protegida por la alta jerarquía eclesiástica. Denunciar es buscarse problemas. Y me duele, sobre todo, que durante todos estos años en los que no fui capaz de denunciar, ellos han seguido abusando de chicos y chicas. Y lo siguen haciendo, con total impunidad y descaro. Más aún, están ampliando su "negocio", amparados por clérigos corruptos a los que compran y por otros ingenuos a los que engañan.

Nací en Cochabamba, en 1979, en el seno de una familia de agricultores. Tengo 7 hermanos. De pequeño trabajé duro, muy duro, en el campo, ayudando a mis padres de sol a sol. Desde niño, tuve la ilusión de que no me tocase la finca de mi padre. Es decir, escapar del arado y de las mulas. Para eso, estudié todo lo que pude y saqué el bachillerato.

A los 18 años, cuando me estaba planteando entrar en el seminario, un cura amigo me convocó a una reunión con unos misioneros, que estaban en nuestra provincia reclutando vocaciones. Allí conocí, por vez primera, a Pere Cané y otros reclutadores de la MCSPA.

Tampoco les resultó difícil 'cazarme' a mí y a muchos más. Soñábamos con ser curas y ellos no sólo nos ofrecían esa posibilidad, sino además ayudar a los pobres de África. Cuando tienes 18 años, quieres ser cura y escapar del arado y viene alguien ofreciéndote ir a estudiar a Estados Unidos, con todos los gastos pagados, el cielo parece sonreírte, y crees que te ha tocado la mayor lotería de la vida. Por otro lado, los curas, además de ser españoles, eran encantadores, nos trataban como amigos y pintaban todo tan lindo que sería de tontos no aceptar.

Ellos se encargaron de todos los documentos y corrieron con todos los gastos. Me despedí de mis padres, que pensaban que su hijo iba a triunfar a USA y ser un cura modélico, y cogí un avión con destino a Milwaukee. Era el año 1998, cuando comencé a ser "oveja" (la terminología que utilizan para llamar a los seminaristas), mientras ellos son los "pastores". Al llegar, nos instalamos en su casa de Racine, a unos kilómetros de la capital, donde fuimos muy bien acogidos. Nuestro sueño parecía hacerse realidad.

Al principio, todo era agradable y los curas sumamente amables, pero, poco a poco, empezaron a mostrarse tal y como son. Lo primero que hicieron fue hacernos vivir una vida casi cuartelera y sumamente estricta. A la mínima, te llevabas una bronca brutal que sólo pretendía humillarte. No sólo por las palabrotas que utilizaban, sino también por la forma tan dura de decirlas. A cada nueva bronca, uno se sentía cada vez más culpable. Recuerdo que nos decían que los españoles gritan mucho y que entendiésemos su forma de ser, pero aquello era demasiado.

Fui aprendiendo a vivir con eso y con otras cosas que todavía me parecían más extrañas. Por ejemplo, nos obligaban a saludarnos siempre con besos y a estar desnudos en las habitaciones que el recién llegado compartía con un sacerdote u otro seminarista que llevase más tiempo, aunque fuese invierno. Yo tenía mis dudas, pero como todos lo hacían, me preguntaba si el raro no sería yo...

Todavía me escandalizó más comprobar que entre los curas y los seminaristas había parejas tanto homosexuales como heterosexuales y que se buscaban nuevas vocaciones simplemente en función de si el chico o la chica eran guapos o podían dejarse utilizar con mayor facilidad para sus intereses personales bastardos. La corrupción sexual la tenían bien institucionalizada entre ellos. Cada uno tenía su pareja, hombre o mujer, según el gusto de cada cual. El cura Pere Cané, por ejemplo, iba a menudo a ciudad de Méjico, porque allí tenía a su mujer y su hija. Los demás se encontraban con sus parejas en las reuniones o en cuanto se presentaba la ocasión. ¡Cuántas vocaciones abortadas, cuántas vidas destruidas!

El reino de Francisco Andreo en Turkana

Tras pasar dos años en USA, estudiando inglés y Filosofía a distancia, nos dijeron que nos llevaban a África, porque todos los miembros de la comunidad, tanto hombres como mujeres, tenían que pasar al menos una temporada con Paco Andreo, el fundador y máximo líder. Y, si en Estados Unidos, me escandalicé, en la misión keniata de Nariokotome, el reino de Paco, descubrí una corrupción moral inaudita en una misión católica de curas y monjas misioneras.

El dinero en la misión entraba a raudales. África, los negritos, el desierto, Turkana, los pozos de agua, la solidaridad...palabras mágicas que sólo necesitan buenos vendedores para impactar en la conciencia de la gente y transformarse en cuantiosos donativos. Y todos ellos son consumados expertos en marketing solidario. A mí mismo me convirtieron en un lince a la hora de conseguir dinero. Y mi cuenta (sólo mía nominalmente) estaba siempre llena de decenas de miles de euros. Para conseguirlos, venía a España a hacer campaña y me volvía con las alforjas siempre llenas.

Y si yo podía conseguir eso, es fácil imaginar lo que obtenían todos ellos, especialmente los "pastores" o "los mayores", los líderes rodados en el marketing y con una enorme capacidad de arrastre y de seducción. Era tanto el dinero que, en parte, se utilizaba para invertir en excavar pozos, poner en marcha proyectos agrícolas o construir iglesias y escuelas.

Ésa era su fachada externa: Ayudaban a los africanos, conseguían su favor, tranquilizaban su conciencia y, además, utilizaban sus obras, para exhibirlas ante los "invitados". Esta gente seleccionada, a la que se invitaba a venir a la misión y que, tras ver los resultados, se volcaban con nosotros todavía más, creyendo que aquello era un gran oasis de amor y entrega a los más desfavorecidos. Así se les engañaba, como se sigue engañando a muchísima gente que colabora con ellos a través de sus ONG.

Pero la mayor parte del maná que llegaba de Europa y de América se utilizaba para acallar las conciencias y tapar la boca de los jóvenes keniatas que eran utilizados, al igual que los propios miembros de la institución, como esclavos laborales y sexuales por parte de Francisco Andreo, Alberto Salvans, Antonio Aguirre, entre otros.

Esclavo laboral y sexual

A mí, como a todos los demás (éramos unas 30 personas en la misión), me trataron, durante tres años (del 2001 al 2003), como una bestia de carga. Nos levantábamos a las cinco de la mañana para ir al campo, a colocar piedras en los cauces, para intentar retener el agua (labor imposible), o a hacer lo último que se le ocurriera a Paco. Y allí estábamos todo el día, incluso al mediodía, a pleno sol africano, con más de 40 y pico grados. Sin volver a casa ni siquiera para comer. Comíamos allí un pedazo de pan, bajo el sol abrasador. Y así un día y otro, incluso los fines de semana.

Además de colérico e histérico, Francisco Andreo era hiperactivo, tenía que estar siempre haciendo algo y no soportaba estar metido en la misión. Por eso, por las mañanas, se levantaba y, sin plan preconcebido, llenaba una camioneta de jóvenes y salía a visitar presas, huertos y comunidades. A su lado, casi siempre estaba su capataz Timothy, que hacía cumplir las órdenes de Andreo por las buenas o por las malas.

A la esclavitud laboral, se añadía la sexual. Francisco Andreo era un homosexual activo, un auténtico depredador sexual, que obligaba a mantener relaciones sexuales a multitud de jóvenes. El que se los proporcionaba era Antonio Aguirre, otro de los líderes de la organización.

La inmoralidad sexual que se vivía en Nariokotome no tenía límites. Paco Andreo montaba orgías con hombres y mujeres, en las que, a veces, participaba activamente y, otras veces, se dedicaba a mirar cómo una de sus monjas fornicaba con dos negros a la vez. Cuando quería sexo, Paco llamaba al chico que deseaba a su habitación y allí hacía lo que quería con él.

Un día, Andreo me mandó llamar a su habitación. Me acerqué esperando lo peor y tiritando de miedo. Sin embargo, me habló con suma amabilidad, me invitó a café y ordenó que nos dejasen solos. Entonces, me mandó desnudarme. Obedecí y me senté en una silla, pero él me hizo echar en su cama y comenzó a hablarme de sexo y a preguntarme si no se me levantaba. Después, comenzó a tocarme y a masturbarme. Yo tiritaba de miedo y de nervios. Al verme tan nervioso y que mi aparato sexual no se inmutaba con sus manejos, me llamó moralista y me dijo que saliese de su cuarto. Y salí con el alma rota y con esa escena marcada a fuego en mi memoria.

Nos obligaban a estar siempre desnudos en las habitaciones de 6 o más personas, donde dormíamos con colchonetas en el suelo. Al regresar a casa después del trabajo, la norma general era andar desnudos y saludarse con besos. El propio Andreo saludaba con besos en la boca a sus preferidos.

El mismo desorden sexual se vivía con las chicas de la misión. El depredador con ellas era Alberto Salvans, otro de los "grandes". Alberto viajaba por toda Kenia acompañado siempre de un grupo de chicas, muchas de las cuales eran sus amantes.

Para hacernos tragar esta continua promiscuidad nos aleccionaban y nos daban clases de moral sexual. Decían, por ejemplo que la vida sexual activa es algo que Dios quiere. Lo mismo que quiere que vayamos desnudos, porque desnudos nos creó. De hecho, el pecado entró en el mundo, cuando el hombre comenzó a vestirse. El lema era tener siempre el alma y el cuerpo desnudos ante Dios. Y a los que no nos mostrábamos demasiado dispuestos a compartir lo sexual, nos hacían la vida imposible o nos tildaban de 'machos ibéricos'. A mí, en concreto, me llamaban 'el moralista'.

Todo un lavado de cerebro que, al final, da sus frutos. Uno se acostumbraba a esto y a todo lo demás. Entre otras cosas, porque eres consciente de que entras o entras. No hay salida. Estás en medio del desierto, en un país extranjero y sin papeles, porque lo primero que hacen es requisar tu pasaporte. Dependes de ellos para todo y en todo. Eres su esclavo.

'Aborto de mierda' e 'hijo de puta'

Esclavo laboral y sexual y, encima, maltratado. Porque también sufrí maltrato físico y psicológico. Era algo habitual. Era el clima en el que vivíamos. Andreo se enfadaba por cualquier cosa, te gritaba en cualquier sitio y sin motivo aparente. Todos los 'grandes' me insultaban con palabras durísimas: 'Aborto de mierda' o 'eres un hijo de puta, aunque tu madre sea una santa'. En muchas ocasiones, de los insultos verbales se pasaba a los golpes físicos. Por eso, todos vivíamos en estado de pánico, con intranquilidad y con un miedo cerval a los insultos y a las continuas humillaciones públicas y privadas.

Era tal el pánico que, para mí, era una tortura hasta oír el caminar característico de Andreo acercarse. Sentía sus pasos y el miedo, los nervios y la intranquilidad se apoderaban de mí. Vivía con pánico constante, que alcanzaba su clímax, cuando Andreo estaba en la misión. Pero que se mantenía casi igual, cuando salía de ella. Porque allí quedaban los otros "pastores grandes" que repetían por ósmosis y por imitación las mismas conductas miserables del 'jefe'.

Y remachaban con celo el proceso para convertirnos en "apóstoles". Un proceso que consiste en lo siguiente. Primero, te separan lo máximo posible de tu familia y de tus raíces, hasta que llegas a renegar de tu lugar de origen, y rompen todos tus vínculos familiares. Después, te hacen creer que eres 'un mierda', que no vales nada y que, por lo tanto, lo único sensato que puedes hacer es obedecer sin rechistar. Obediencia ciega incluso ante chantajes, abusos y maltratos de todo tipo. Y no sólo por parte de los "mayores". Ese mismo 'sistema' se inocula entre los propios compañeros que, al final, entrábamos en su juego, con tal de quedar bien ante ellos y sentirnos orgullosos de su aprobación.

El lavado de cerebro es tan profundo, que te sientes incapaz de rebelarte y, además, cuando los obedeces en todo y hasta el final, tienes la sensación (que ellos apoyan explícitamente con palabras y gestos de 'bendición') de que estás subiendo en el escalafón y consiguiendo estatus en la organización.

Por supuesto, la vida religiosa simplemente no existe. Nunca se reza y las eucaristías se utilizaban para darnos la charla y amedrentarnos todavía más. A mí, Andreo me insultaba hasta en las homilías. Decía públicamente: 'Ya sé por qué Bolivia va tan mal, porque todos los bolivianos sois unos hijos de puta, unos bastardos'. Con estas cosas, mi fe se fue apagando y hasta fui abandonando mi sueño de ser sacerdote. Necesitaba todas mis fuerzas para intentar sobrevivir en el infierno de Turkana.

Un día, tras una de esas homilías, esperé a Francisco Andreo fuera de la capilla, para decirle que quería irme de la MCSPA. Pero, como siempre, ni me dejó abrir la boca, comenzó a gritarme de nuevo como un poseso y me dio un bofetón tan fuerte que me tiró al suelo. Sin que ninguno de los presentes hiciese nada.

El miedo era aún mayor, por el control que ejercían sobre todos nosotros, sin permitirnos que pudiésemos compartir nuestras inquietudes. Con el tiempo, te acostumbras a saber lo que piensa el otro sin que lo exprese con palabras. Así, me di cuenta de que un colombiano, Pedro Acosta, estaba sufriendo lo mismo que yo.

Los chicos keniatas en cuanto podían se iban, sin decir palabra. Para nosotros, era más complicado escapar sin dinero y sin papeles. Un día vimos el cielo abierto, cuando nos dijeron que nos mandaban a los dos a Estados Unidos, a la ordenación sacerdotal de otro compañero, Ricardo Martín. Llegamos a USA el 18 de mayo de 2003. Al día siguiente, nos escapamos. Salimos de casa con la escusa de que teníamos que renovar el carnet de conducir y nunca más volvimos.

Con una simple mochilita al hombro (única pertenencia que nos llevamos, después de años de dedicación total a la institución), cogimos un autobús a Milwaukee y, desde esta ciudad, un tren a Nueva York. Ni siquiera en el tren se iba el miedo. Cualquier ruido sospechoso nos asustaba. De hecho, cuando llegamos a la estación central neoyorquina, un policía secreta, que iba en nuestro vagón, nos debió ver tan nerviosos que se acercó y nos pidió la documentación. Afortunadamente, nos dejó marchar.

Llegamos como pudimos a casa de otros que también se habían salido, con una mochila vacía, sin documentos para poder trabajar, y 75 dólares en el bolsillo. A empezar una nueva vida, lejos de la pesadilla, pero sin poder librarte totalmente de ella. Te persigue toda la vida. Primero, porque te amenazan, para que no hables. Y segundo, porque callas por miedo y por no volver a recordar aquel infierno. Pero esa cobardía te mata por dentro, porque sabes que siguen engañando y abusando de jóvenes en sus centros de perversión y esclavitud. Y cada vez se extienden más.

Un árbol podrido desde su nacimiento

El Marcial Maciel de la CMSPA, Francisco Andreo, murió en 2013, víctima de un cáncer. Su obra había nacido a finales los años 70 en Barcelona. El entonces arzobispo de la ciudad condal, cardenal Jubany, decidió crear un seminario de vocaciones tardías. Allí ingresó Francisco Andreo García que, una vez ordenado diácono, fundó, junto a otros diáconos, la asociación Nous Camins, para acoger a hijos de madres solteras y de familias desestructuradas. Entre esos diáconos estaban Alberto Salvans Giralt y Pere Cané Gombau. Pronto comenzaron a surgir denuncias de abusos sexuales y escándalos varios.

Todos estos hechos fueron finalmente objeto de investigación por la Fiscalía de Menores de Barcelona, originándose las Diligencias Previas nº 2083/95 del Juzgado de Instrucción 21 de Barcelona, si bien el expediente fue archivado, al declararse prescritos los supuestos investigados. El seminario Casa de Santiago no fue disuelto y cerrado hasta 1994 por el cardenal Carles. Pero los diáconos "imputados", Pere Cané y Alberto Salvans, consiguieron ordenarse sacerdotes en otras diócesis extranjeras y reunirse con Andreo en Kenia.

Y allí siguió dando sus frutos amargos el árbol podrido de Andreo. Con un nuevo nombre (Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol y Maria Madre de la Iglesia), pero las mismas malas artes perfeccionadas y mejoradas. Porque no es que en ese árbol haya manzanas podridas, sino que todo él está lleno de podredumbre moral, física y espiritual.

Su obra, tras haber sido investigada por Roma, no consiguió el reconocimiento pontificio, pero tiene la aprobación diocesana en Lodward (Kenia), donde han comprado al obispo con dinero y ofreciéndole sacerdotes para las actividades pastorales. De hecho, Fernando Aguirre y Manolo son los encargados de la catedral de la diócesis africana.

La MCSPA (Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol) reparte en 2008 su gente, sus múltiples fundaciones, su territorio de trabajo, sus propiedades y su capital entre los "africanos", liderados por Fernando Aguirre, y los "americanos", a cuyo frente está Pere Cané. Como figura de referencia continúa, hasta su muerte en 2013, Paco Andreo. Pero sus lugartenientes ya se han repartido su reino y afianzan sus respectivas posiciones, creando todo un entramado de ONG (Fundación Emalaikat, por ejemplo), para poder mover capitales a su antojo, sin el control de Hacienda.

Las denuncias civiles y religiosas contra la MCSPA siguen fluyendo, sin que se sustancien en ninguno de los ámbitos. Ni siquiera en Roma, donde cuentan con un voluminoso informe sobre sus actividades desde hace años. Y eso es, precisamente, lo que más me duele.

Hoy, vivo en Barcelona, tengo 36 años, sigo soltero y he podido encontrar un trabajo. A pesar de lo mucho que sufrí, no siento odio ni rencor. Más aún, reconozco que, en lo bueno y en lo malo aprendí mucho. Ya no hay nadie que pueda doblegarme. Esta gente es tan diabólica que aprendió de lo bueno lo mejor y de lo malo lo peor.

Eso sí, me han quedado secuelas para toda la vida. Por ejemplo, soy como una piedra. No siento nada. Después de vivir sin norte y a la deriva de Dios, no sientes nada. Sólo busco dos cosas: que lo que me pasó a mí no le siga pasando a otros y que le quiten todo lo que tienen, para resarcir y reparar a todas las víctimas que dejaron y siguen dejando en las cunetas de la vida.

Pero lo que más deseo es que la jerarquía de la Iglesia reaccione de una vez y disuelva esta secta católica, que utiliza el paraguas de la Iglesia para seguir cometiendo sus fechorías. Una secta encubierta y protegida por la propia jerarquía eclesiástica. Hay muchos obispos que lo saben. Pero, unos por cobardía y por no complicarse la vida, otros por dinero, el caso es que no hacen nada. Yo mismo se lo conté a un obispo y no me hizo caso alguno. Pero el Dios que le juzgará a él también me juzgará a mí.

A pesar de todo, creo en la Iglesia y espero que no siga protegiendo a este cesto de manzanas podridas y que ayude a los que hemos ido quedando en el camino. Por eso, me gustaría poder ver al Papa, recibir su consuelo y su apoyo. Ya sólo confío en él. Espero que me llame y que ponga un poco de alivio en mi alma rota y en mis ojos tristes. Papa Francisco, ayúdame, por favor".

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