Reflexión al hilo de las palabras del papa Francisco ¿Y si esa otra “Iglesia de todos” fuese posible?

¿Y si esa otra “Iglesia de todos” fuese posible?
¿Y si esa otra “Iglesia de todos” fuese posible?

El Sínodo convocado por el Papa Francisco ha dado más evidencia a esta polarización que precisa de una acción urgente del Espíritu Santo para iluminar los corazones de sus fieles en estos tiempos

Es posible que estemos asistiendo a un cambio de paradigma en el terreno de las vocaciones que nos acabe llevando a un cambio en otros órdenes

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“En la Iglesia hay espacio para todos, para todos. En la Iglesia ninguno sobra, ninguno está de más, hay espacio para todos.”

Estas palabras pronunciadas en la reciente JMJ de Lisboa y dirigidas a las nuevas generaciones me han hecho pensar estos días y quiero compartir mi reflexión.

Por un lado vivimos en una Iglesia cargada de miedos, miedos a posibles cambios, cambios que supongan una catarsis en algunas cuestiones. Por otro lado, vivimos un inconformismo diverso de quienes no se conforman con lo que hay y quienes no se resignan a aceptar los cambios que vienen. La “polarización”, una palabra que bien podía concursar a palabra del año para este 2023, está muy presente en la vida de la Iglesia, a todos los niveles, desde las diócesis a la Iglesia Universal. 

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El Sínodo convocado por el Papa Francisco ha dado más evidencia a esta polarización que precisa de una acción urgente del Espíritu Santo para iluminar los corazones de sus fieles en estos tiempos. 

Y en medio de todo esto el papa Francisco clama y confirma a las nuevas generaciones que en la Iglesia hay espacio para todos, para todos. Lo que incluye a los que no comparten esa visión inclusiva. 

Esto me lleva a pensar que el sentimiento de Iglesia no es patrimonio de nadie, que cada cuál es muy libre de sentirse dentro o fuera de la Iglesia, y que todo el que se siente Iglesia, por el mero hecho de sentirse, ya está dentro. 

Esto rompe, o rompería, cualquier barrera de discriminación por cuestión de raza, sexo, condición de género, estado civil, forma de pensar, de rezar o de celebrar. 

Esto nos abriría a un mayor reconocimiento de las Iglesias particulares, de una incardinación real y efectiva. 

Esto permitiría a la Iglesia en la Amazonía organizarse según sus necesidades, a la Iglesia en África a poder africanizarse, a la Iglesia de cada pueblo ser fiel a sí misma, a sus rasgos culturales, a sus tradiciones. 

Quien sabe si esto llegaría permitir un día que la Eucaristía fuese el verdadero “pan” cotidiano, de cada día, y en cada lugar y que Cristo se hiciese Cuerpo y Sangre en los productos básicos de cada cultura. 

Quizá hasta el ecumenismo estaría más cerca de ese deseo de ser todos uno.

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Es posible que estemos asistiendo a un cambio de paradigma en el terreno de las vocaciones que nos acabe llevando a un cambio en otros órdenes. Quizá la Iglesia del futuro está llamada a aceptar la vocación al diaconado y al sacerdocio de mujeres, sin necesidad de buscar justificaciones históricas para aceptarlas sino por el simple hecho de que son personas con esa llamada concreta. Es posible que entre las vocaciones laicales haya que revisarse y más allá de la vocación al matrimonio haya otras vocaciones que como laicos sean llamadas a servir a la Iglesia y al mundo. Y así se reconozcan como vocaciones, vividas en clave de fe, las que tienen que ver con el mundo del arte, de la política, de la información, de la empresa o hasta del deporte. Y que estas puedan ser vividas como vocación y “sacramento”. 

Y aceptando estas y otras vocaciones que ahora no se me ocurre proponer pero que puedan surgir, estaremos reconstruyendo una Iglesia que ya no serán solo de curas y monjas (simplificando y usándolo como expresión castiza), sino de todos, todos. 

Esto podría suponer el fin de seminarios y noviciados quizá, y el surgimiento de una formación amplia e integral para cualquier vocación, centros de formación para vivir en comunión y en comunidad por ejemplo. 

Ciertamente, y es una reflexión que tomo prestada, no es tiempo de nostalgias, de vivir de pasados gloriosos, cargando con nuestro pasado sí, pero la mirada y los pasos nos deben llevar al frente, con audacia, con osadía quizá. 

Es posible que para alcanzar esta Iglesia en la que hay espacio para todos haya que aceptar ir dejando “morir” “cosas” que parecía serían para siempre, para toda la vida, … cerrar templos, conventos, espacios que construimos para que entrasen muchos … quizá para ocupar nuevos espacios abiertos donde entremos todos. 

“No estamos preparados para un Concilio Vaticano III” le decía el Papa Francisco a la revista Vida Nueva recientemente. Seguramente está en lo cierto, pero sí quizá estamos en el tiempo de poner las bases y en el marco de lo que el Concilio Vaticano II ya permitiría, e ir marcando el rumbo de la Iglesia del Tercer Milenio, a lo largo del cual sí se celebrará ese Concilio, un Concilio en el que ya será de una Iglesia en la que estemos todos, todos.

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