"La paradoja de que compasión también sea dar muerte a un semejante sin resolver antes todos los problemas sociales pendientes" José Carlos Bermejo: "¿Ley de Eutanasia? Como mínimo, una obscenidad"
"¿Es posible que una ley que saca de la manga un derecho a dar muerte a una persona, responda a lo que la gente realmente quiere, que es “no sufrir”? ¿Acaso es que no hay otros modos de conseguir “no sufrir” o aliviar al máximo el sufrimiento, más que la eliminación de la vida?"
"Quienes estamos convencidos de que ni siquiera el “derecho a morir” se sostiene, y que dar muerte no puede ser un nuevo fin de la profesión médica ni una nueva prestación de la cartera de servicios del sistema sanitario, promoveremos un camino alternativo"
"Es posible que quien justifica la ley de la eutanasia, no se dé cuenta de que su solicitud es solo la punta de un iceberg que, con la práctica de esta, no veremos su verdad escondida, tan compleja como desafiante para humanizar la respuesta al sufrir humano"
"Es posible que quien justifica la ley de la eutanasia, no se dé cuenta de que su solicitud es solo la punta de un iceberg que, con la práctica de esta, no veremos su verdad escondida, tan compleja como desafiante para humanizar la respuesta al sufrir humano"
| José Carlos Bermejo Religioso camilo, director del Centro de Humanización de la Salud San Camilo
Una ley por el camino de las prisas, con la fórmula de proposición en lugar de proyecto de Ley, en un momento en el que temblamos y tememos por proteger la vida, sobre todo la de los más frágiles, sin debate social, a partir de estadísticas no contrastadas con lo que la gente entiende por morir con dignidad y por eutanasia, sin trabajar antes por universalizar los cuidados paliativos en nuestro país, no puede ser ni oportuna ni justa. Como mínimo, una obscenidad.
Otra cosa son las consecuencias que va a tener, quizás no chequeadas en los países donde se va por delante. Bien valdría la pena leer “seducidos por la muerte” sobre lo sucedido en Holanda. ¿Cuáles son los porcentajes de los fallecidos “por eutanasia” que fueron inducidos a pedirla? ¿Y cuántos los que ni lo pidieron ni fueron consultados? ¿Cómo es esa bendita pendiente resbaladiza en la que nos resistimos a creer? ¿Qué nos dice el hecho de que, en Holanda, casi la cuarta parte de los médicos admiten haber acabado con las vidas de enfermos que no les habían dado su consentimiento?
Compasión, sí, compasión, para cuidar de manera que logremos que nadie quiera morirse por lo bien que hayamos conseguido cuidar y por la dignidad lograda en el cuidado.
Y más serio es el secuestro del concepto de dignidad, que, aplicado al morir, pareciera tener solo cabida cuando se practica la eutanasia. ¿Acaso no se muere dignamente atendido en procesos paliativos en domicilios o Unidades de Cuidados Paliativos, donde la satisfacción de los usuarios sabemos que es sobresaliente? Es obvio que no se muere dignamente solo cuando se decide cuándo. ¿O no?
¿Es posible que una ley que saca de la manga un derecho a dar muerte a una persona, responda a lo que la gente realmente quiere, que es “no sufrir”? ¿Acaso es que no hay otros modos de conseguir “no sufrir” o aliviar al máximo el sufrimiento, más que la eliminación de la vida?
Las Instituciones que prestamos servicios de cuidados a personas muy frágiles, como mayores (dependientes, con alzhéimer), enfermos al final de esta vida… nos veremos obligados a gestionar una forma de “objeción de conciencia institucional” como única salida a una fidelidad a la misión: cuidar la vida, proteger al frágil, ser creativos en los modos de aliviar el sufrimiento inevitable.
Quienes estamos convencidos de que ni siquiera el “derecho a morir” se sostiene, y que dar muerte no puede ser un nuevo fin de la profesión médica ni una nueva prestación de la cartera de servicios del sistema sanitario, promoveremos un camino alternativo en el que, por supuesto, trabajaremos por la adecuación del esfuerzo terapéutico, por el rechazo de los tratamientos fútiles o desproporcionados, por la atención integral, por la paliación y la sedación en los momentos oportunos.
Es posible que quien, antes de razonar, enarbola la bandera de la autonomía individual, no caiga en la cuenta de que la autonomía es siempre relacional; es posible que quien quiera que ser muerto sea un derecho en el sistema sanitario, no se dé cuenta de que abre la ventana a una cultura de la muerte como opción próxima, no del alivio del sufrimiento. Es posible que quien justifica la ley de la eutanasia, no se dé cuenta de que su solicitud es solo la punta de un iceberg que, con la práctica de esta, no veremos su verdad escondida, tan compleja como desafiante para humanizar la respuesta al sufrir humano.
Con certeza, no hemos trabajado por promover una alfabetización ética para saber de qué hablamos y qué es lo queremos en clave de humanización ante el sufrimiento que rodea el final de la vida o las enfermedades graves, avanzadas e irreversibles. Sabemos de la ambigüedad y confusión que reina respecto a los temas éticos del final en la mente de la mayoría de nuestros contemporáneos. Con certeza, suspendemos en conocimiento de lo que significa y el potencial que tiene una cultura paliativa.
¿Cómo es que las sociedades colegiales médicas se muestran contrarias, los pensadores más relevantes en el campo del derecho y de la medicina, y, de repente, todos los miembros de algunos partidos saben y piensan de la misma manera al respecto? ¿Cómo es que el Comité de Bioética de España, creado por el gobierno, no ha sido consultado precisamente en esta proposición de ley?
Sin duda, la petición de eutanasia ha de ser escuchada, descodificada e interpretada. Hasta en el grito más desesperado hay una petición de relación y de esperanza que ha de ser acogido. El dolor que empuja al que muere a pedirla tiene algo “implícito psicológico y espiritual” más rico, que ha de ser descodificado. La petición de la eutanasia requiere, en primer lugar, una respuesta que tome en serio el dolor que implica a la totalidad de la persona. La petición de eutanasia nos interpela como individuos y como comunidad. La respuesta pasa por un ocuparse del otro, de su cuidado, de manera integral.
¿Cómo es que el Comité de Bioética de España, creado por el gobierno, no ha sido consultado precisamente en esta proposición de ley?
¡Qué buena noticia la de que en estos años estemos hablando y trabajando por crear ciudades compasivas! Un creciente compromiso por las personas que sufren soledad no deseada, por los mayores frágiles, por las personas con discapacidad, parece estar tomando cuerpo en las diferentes Administraciones y organismos. ¿Puede ser que este renacer de la compasión abra la paradoja de que compasión también sea dar muerte a un semejante sin resolver antes todos los problemas sociales pendientes? Eso: compasión, sí, compasión, para cuidar de manera que logremos que nadie quiera morirse por lo bien que hayamos conseguido cuidar y por la dignidad lograda en el cuidado.
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