"Gracias a los que denuncian lo soportado en sus propias carnes, el tabú deja de serlo" Cuatrecasas: "Nadie en un Estado Social y Democrático de Derecho debería ser considerado valiente por denunciar un delito"
"La impunidad de los victimarios en tantos años, el encubrimiento y hasta la complicidad, el silencio forzado y las presiones son ingredientes, instrumentos de actuación que durante mucho tiempo han servido para cuestionar a las víctimas"
"Si te duele la cabeza, te tomas un ibuprofeno. Pero si te duele el alma y no debes expresarlo, te hundes en la profundidad del pozo en el que un día el victimario te metió cuando eras solo un niño o niña, abusando de ti y de su condición de adulto"
| Juan Cuatrecasas, presidente de Infancia Robada
“Después de todas las cosas que había visto y por las que había pasado, sabía que las sombras podían ser peligrosas. Podían tener dientes”
(Stephen King)
De pronto, sin previo aviso. Es como si de pronto alguien abre una ventana para ventilar una oscura y maloliente estancia. Los crímenes del pasado empiezan a asomar porque lo que dejamos atrás siempre nos alcanza. Como si la amnesia colectiva perdiera fuerza y esa realidad paralela que algunos y algunas nos negábamos a atender y entender se incorporase a la realidad social. Como si la ignorancia deliberada cayera desde lo alto de un edificio de diez plantas y se hiciera añicos, dando luz a tantos relatos de crueldad desmedida y abusos y agresiones intolerables e inaguantables.
Gracias a quienes dan el paso de denunciar todo lo sucedido, lo perpetrado y lo soportado en sus propias carnes, esa realidad paralela deja de serlo para visibilizar lo que hasta ahora era secreto, tabú, verdad silenciada, drama humano e incluso, también tragedia.
Hay un hecho objetivo, la valentía por denunciar un delito choca frontalmente con el espíritu de un sistema jurídico limpio, efectivo y práctico. Nadie en un Estado Social y Democrático de Derecho debería ser considerado valiente por denunciar un delito. Cuando esto así sucede es que algo falla en los engranajes del sistema. Denunciar un delito es una garantía, no un acto de valor. La valentía se relaciona en estos casos, así debe entenderse, con el hecho de soportar, primero el ataque, después el dolor y las secuelas. No por la denuncia de lo que un depravado, un depredador sexual adulto, cometió contra un niño o una niña.
"La reparación es una deuda que la Iglesia y los poderes públicos tienen con nosotras y nosotros"
De pronto, sin previo aviso. Ese dolor que en muchos casos, te gangrena por dentro, en soledad, se hace insoportable y la verdad fluye, auxiliada por otras verdades, lazo de unión común entre los y las supervivientes. La impunidad de los victimarios en tantos años, el encubrimiento y hasta la complicidad, el silencio forzado y las presiones son ingredientes, instrumentos de actuación que durante mucho tiempo han servido para cuestionar a las víctimas, obligándolas a sufrir en silente soledad las terribles consecuencias del gravísimo delito cometido contra sus personas.
Si te duele la cabeza, te tomas un ibuprofeno. Pero si te duele el alma y no debes expresarlo, te hundes en la profundidad del pozo en el que un día el victimario te metió cuando eras solo un niño o niña, abusando de ti y de su condición de adulto. Un pozo sin posibilidad de agarraderas durante la caída al vacío, un pozo siniestro y sin posibilidad de escape y consuelo. Un pozo del que algunas víctimas directas e indirectas luchamos por salir cuando hace ya años empezamos a levantar la voz, denunciando. Y en nuestro camino queremos tender la mano, con fuerza y firmeza, a nuestras compañeras y compañeros, para sujetarles y tirar de ellas y ellos hacia arriba, con empatía, afecto y comprensión.
Es un esfuerzo solidario, desde la experiencia y el conocimiento, fruto de haber pasado por lo mismo, por ese derroche de falta de humanidad y misericordia hacia el agredido, abusado, maltratado y humillado una y otra vez.
Un esfuerzo compartido, porque entre todas y todos podremos hollar la cima, no como actitud de venganza o represalia. Sí como obtención del reconocimiento y la reparación que son, en realidad, una deuda que la Iglesia y los poderes públicos tienen con nosotras y nosotros. Un derecho en sí mismo. Porque la verdad es hija del tiempo, no de la autoridad. Y corre esta el riesgo de que por desidia, falta de suficiente interés o incluso temor, el tiempo ponga en su sitio a los que pidiendo hacerlo, miraron para otro lado cuando tuvieron la obligación de actuar, evitando que la verdad triunfe.
La hemorragia que no cesa, debe parar. Fomentar la buena coagulación y la oportuna cauterización de la herida, con una asepsia franca, inmediata y transparente. Escuchar para atender, ver para saber y sentir con cercanía para empatizar.