Secretrario de la Facultad de Teología de la UCA se pregunta si la fraternidad es un camino posible? Omar Albado: "Francisco confronta la situación actual con un proyecto histórico basado en la simplicidad del Evangelio de Jesús"
"¿Qué humanidad queremos construir de cara al futuro? Francisco responde a esta pregunta desde el paradigma de la fraternidad, entendida como estilo de vida que atraviesa nuestras relaciones"
"La fraternidad es crítica de la “cultura del descarte” que subyace en la concepción de la sociedad consumista"
"Se ridiculiza o rechaza el valor del conocimiento histórico de los pueblos con el discurso distorsivo de que la libertad humana puede construirlo todo desde cero, sin ninguna referencia al pasado"
"Se ridiculiza o rechaza el valor del conocimiento histórico de los pueblos con el discurso distorsivo de que la libertad humana puede construirlo todo desde cero, sin ninguna referencia al pasado"
| Omar César Albado
La encíclica Fratelli Tutti ha puesto en el centro de la agenda contemporánea el debate por la cuestión antropológica. No en términos académicos o teóricos, sino como un interrogante socio-cultural fundamental: ¿qué humanidad queremos construir de cara al futuro? Francisco responde a esta pregunta desde el paradigma de la fraternidad, entendida como estilo de vida que atraviesa nuestras relaciones. Somos hermanos que habitan en la casa común de la creación y de la historia. “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad… Soñemos como una humanidad única, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, como hermanos” (FT 8).
En este caminar como el Papa Francisco propone discutir la viabilidad del proyecto histórico contemporáneo afirmado sobre el paradigma de la especulación financiera. Este proyecto, ¿hace más humana la vida? ¿Toma en cuenta de verdad a los pobres de nuestro mundo? ¿Se hace cargo del dolor y las angustias de los últimos y olvidados? El diagnóstico presentado en el capítulo primero de la encíclica entrega una respuesta negativa y deja un sabor amargo en el corazón. Pero el Papa no se queda sólo en el lamento y en la queja. Confronta la situación actual con un proyecto histórico basado en la simplicidad del Evangelio de Jesús. Es el espíritu y la vivencia del Evangelio lo que resuena en el paradigma de la fraternidad que recorre las páginas de la encíclica.
La fraternidad como instancia crítica del paradigma tecnocrático-economicista
La fraternidad es una crítica estructural a la lógica economicista que impone su ley en el ejercicio del poder mundial. “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente… No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social” (FT 168). La fraternidad es crítica de la “cultura del descarte” que subyace en la concepción de la sociedad consumista.
Es crítica, también, de cualquier forma de exclusión que propicie la construcción de sociedades donde sólo son tenidos en cuenta los intereses de algunos sectores. Se opone a una mentalidad que basa el progreso personal exclusivamente en el despliegue de las capacidades individuales, amparada en el reconocimiento abstracto de la igualdad de oportunidades. El reconocimiento es abstracto porque se minimizan las desigualdades sociales y el impacto que estas tienen en la vida de los pobres y de los marginados. Francisco afirma que algunas sociedades “aceptan que haya posibilidades para todos, pero sostienen que a partir de allí todo depende de cada uno… Desde esa perspectiva parcial… invertir a favor de los frágiles puede no ser rentable, puede implicar menor eficiencia… Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la fraternidad será una expresión romántica más” (FT 108-109).
El individualismo que emerge en este pensamiento hace pie en lo que Francisco llama “el fin de la conciencia histórica” (cf. FT 13-14). Se ridiculiza o rechaza el valor del conocimiento histórico de los pueblos con el discurso distorsivo de que la libertad humana puede construirlo todo desde cero, sin ninguna referencia al pasado. Sólo se mantiene como válido “la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenido” (FT 13). La invitación a vivir el presente sin aprender del pasado erosiona incluso las categorías que dan sustento a nuestras sociedades contemporáneas. Es difícil sostener el valor de la democracia o de la justicia si se las utiliza repetidamente para manipular a la sociedad, mentir con descaro o ponerla al servicio de los intereses de un determinado sector. “Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de contenido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción” (FT 14).
La confrontación de proyectos no tiene la intención de profundizar las divisiones, sino de superarlas por el llamado a vivir como hermanos. El diálogo toma aquí una relevancia específica. El Papa le dedica el capítulo 6 (“Diálogo y amistad social”) a profundizar en esta dimensión. “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo ese resume en el verbo «dialogar». Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar” (FT 198). Sin duda, implica el despertar a una nueva conciencia en la humanidad. Es una conversión que nos compromete a trabajar en la consolidación de un nuevo vínculo de relación entre las personas, los pueblos y las naciones. Porque la fraternidad privilegia una relación de contigüidad de los unos con los otros. Es horizontal, de cercanía, de proximidad, “donde cada uno siente espontáneamente el deber de acompañar y ayudar al vecino” (FT 152). Es un estilo que rompe con el esquema verticalista de estructurar la sociedad. Sin duda, las jerarquías deben existir, pero abandonando de raíz su pretensión autoritaria. El orden jerárquico que conlleva la organización del poder es interpretado en clave de servicio. La vivencia de la fraternidad conduce inexorablemente a esa conclusión.
Fraternidad y cultura del encuentro: un nuevo paradigma cultural
La fraternidad es el punto culminante de la cultura del encuentro y la que genera caminos comunitarios en donde nos tendemos la mano los unos a los otros porque estamos convencidos de que participamos de un destino común. La fraternidad pone de manifiesto el anhelo de ser pueblo y no solamente una suma de individualidades. “Hablar de «cultura del encuentro» significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y estilo de vida. El sujeto de esta cultura es el pueblo, no un sector de la sociedad que busca pacificar al resto con recursos profesionales y mediáticos” (FT 216).
Sin embargo, la fraternidad no es ingenua. No es la aceptación neutra de los acontecimientos ni la búsqueda de soluciones forzadas para que nadie se sienta incómodo u ofendido. La fraternidad impulsada por Francisco es proactiva y favorece la gestación de un mundo abierto que salga al encuentro de todos, sin distinción (cf. Capítulo 3), con la capacidad creativa para enfrentar los retos y desafíos que se nos presenten (cf. Capítulo 4). Uno de los instrumentos privilegiados por el Papa para alcanzar este objetivo es la política (cf. Capítulo 5). Ella debe ocupar un lugar central: “La política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia” (FT 177).
Llegados a este punto y siendo testigos de la realidad en la que vivimos es justo que nos preguntemos: ¿no será la fraternidad sólo una linda palabra que está destinada a morir como una quimera social? Pienso que no. Que las cosas sean de este modo no quiere decir que no puedan cambiar. Que el paradigma tecnocrático-economicista se arrogue la voz cantante no significa que el paradigma de la fraternidad quede reducido a una mera ilusión. Avanzar y crecer en el paradigma de la fraternidad es una decisión de la que debemos hacernos cargo.
Somos nosotros los que podemos construir una cultura de la fraternidad. Sin ceder a visiones simplistas y maniqueas de la realidad contemporánea (cf. Capítulos 5 a 7) tenemos las herramientas adecuadas para afirmar que otro humanidad es posible. No es un optimismo vano, sino un realismo esperanzado que propone construir la sociedad con otra lógica. Esta es la clave: “Sin dudas, se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas. Porque la paz real y duradera sólo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana” (FT 127).
El desafío de llevar la dignidad humana al centro de atención
En última instancia el gran desafío es poner en primer lugar al ser humano, sin cortapisas ni excusas. Este es el programa de Jesús que Francisco recoge y actualiza: para que Dios viva el hombre debe vivir. Pero no es un programa restringido a los cristianos o acotado a una doctrina religiosa. Es para toda persona de buena voluntad que lo quiera acoger y ponerse a trabajar en este sentir común. Francisco afirma que las páginas de la encíclica “no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos. Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras. Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (FT 6). La cuestión antropológica está en el centro de la agenda porque la tarea urgente es “volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos” (FT 168).
Una observación final. Pienso que Fratelli Tutti forma una continuidad complementaria con Evangelii Gaudium y Laudato si’. No podemos tomar estos textos mayores de forma aislada. Entrelazados conforman un sólido corpus para pensar y proyectar la Iglesia y la sociedad del futuro. Porque la fraternidad se extiende, sin lugar a duda, al cuidado de la casa común. Ella es, también, el camino por el cual las barreras geográficas, étnicas, culturales y religiosas pueden ser superadas. En definitiva, es la clave que nos permitirá convertirnos en una Iglesia en salida de verdad.