Carta abierta a la Iglesia de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados "Conviene que hoy la Iglesia, como madre en camino sinodal, revise la disciplina eclesiástica del celibato"
"Estamos convencidos de la justa necesidad de hacer en la Iglesia católica una histórica reparación. También estimamos imprescindible que se actúe ya con clara decisión, sin dilaciones. Nuestra postura es institucional y moral, sobre una cuestión disciplinaria"
"Creemos que es necesario como Iglesia discernir y aceptar que muchos de los presbíteros tienen también, como llamado de Dios, la vocación al amor conyugal"
"Pensamos que sostener un único modo de realización de la vocación de pastores, con la obligación de celibato en todos los casos en la Iglesia católica latina, constituye hoy una equivocación"
"No nos mueve un interés o necesidad personal, porque la mayoría de nosotros ya tenemos organizada nuestra vida y nuestro actuar, comprometidos con el testimonio de Jesús y con la obra de la evangelización"
"Esperamos y deseamos que nuestros aportes sean considerados y escuchados por nuestros obispos, sacerdotes y el pueblo de Dios, para bien de la evangelización y de la Iglesia, y se acoja el legítimo derecho a que el celibato sea opcional"
"Pensamos que sostener un único modo de realización de la vocación de pastores, con la obligación de celibato en todos los casos en la Iglesia católica latina, constituye hoy una equivocación"
"No nos mueve un interés o necesidad personal, porque la mayoría de nosotros ya tenemos organizada nuestra vida y nuestro actuar, comprometidos con el testimonio de Jesús y con la obra de la evangelización"
"Esperamos y deseamos que nuestros aportes sean considerados y escuchados por nuestros obispos, sacerdotes y el pueblo de Dios, para bien de la evangelización y de la Iglesia, y se acoja el legítimo derecho a que el celibato sea opcional"
"Esperamos y deseamos que nuestros aportes sean considerados y escuchados por nuestros obispos, sacerdotes y el pueblo de Dios, para bien de la evangelización y de la Iglesia, y se acoja el legítimo derecho a que el celibato sea opcional"
Carta abierta a la Iglesia de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados
Índice
1. Presentación
2. Ver -Discernir -Actuar
a. Cinco rostros ante la obligatoriedad del celibato ministerial (metáfora). b. Parte principal:
Carta de la Federación de Sacerdotes Casados de A. Latina a la Iglesia. 3. Fundamentación y referencias
a. Fundamentación bíblico-teológica.
b. Referencias históricas acerca del celibato.
1) Hitos históricos sobre el celibato en la Iglesia.
2) Perspectiva sobre la historia del celibato eclesial.
c. Referencia crítica desde la psicología a la obligatoriedad del celibato.
4. Conclusión
1- PRESENTACIÓN
Los miembros de la Federación Latinoamericana de Ministros Ordenados Casados hemos participado en la Asamblea Eclesial de América Latina, en el Foro temático: “Sacerdotes Casados”. Allí pudimos dar a conocer nuestras inquietudes, preocupados por la evangelización y por la reivindicación del celibato opcional.
Agradecemos que nuestros aportes fueron recibidos y escuchados. Por parte nuestra, la participación en dicha Asamblea nos dejó como tarea la inquietud de elaborar conclusiones y propuestas. Después de varias reuniones a nivel Latinoamericano y confiados en el Espíritu, damos a conocer nuestras reflexiones, con la esperanza de que sean bien acogidas para bien de nuestra Iglesia misionera.
Se trata de la propuesta de un texto que la Federación de Sacerdotes Casados de América Latina publica y desea que llegue al Papa; a los Dicasterios de la Santa Sede y a la Pontificia Comisión para América Latina; a las Conferencias Episcopales de cada región y país; a cada uno de los Obispos; a los Movimientos de Sacerdotes Casados; y a los Seminarios y Casas de Formación de Religiosos de nuestro continente.
Aprovechamos la ocasión para dar gracias por escucharnos y acoger nuestros pedidos y contribución.
Sebastián Cózar Gavira, Presidente de la Federación Latinoamericana de sacerdotes casados.
2- Ver -Discernir - Actuar
a. Cinco rostros ante la Obligatoriedad del Celibato ministerial (metáfora).
Cuando un joven se acerca a ordenarse al servicio de Dios del altar y del pueblo, lo hace con un corazón generoso, confiando en la Iglesia que lo formará como otro Cristo para el mundo, dispuesto a entregar su vida, a "perderla" (Mc 8,35), porque está tocado por el evangelio, pero puede encontrarse con una Iglesia que, aunque quiere, no está preparada para formarlo. Él está apasionado ("he venido a traer fuego a la tierra y qué querría, sino que estuviera ardiendo" Lc 12,49), pero puede encontrar una casa tibia y no preparada para recibirlo. El mundo ha cambiado, puede decirse radicalmente, y “no se puede echar vino nuevo en odres viejos” (Mt 9,17).
Podemos representar la situación del presbiterado con una especie de parábola sobre los riesgos posibles cuando un obispo ordena cinco jóvenes. Más que una simplificación, es una representación simbólica de una realidad dolorosa frente a la imposición del celibato para todos ellos.
Es difícil percibir este drama desde los actores mismos de la situación; sin embargo, nosotros desde la periferia sí lo advertimos con gran preocupación:
El primero de los candidatos: sí tiene la gracia del celibato, y la vive bien más allá de sus defectos. Cultiva la oración íntima con el Señor y su entrega a los demás. Es feliz y es una presencia de Cristo entre sus hermanos, con humildad y alegría. A él sí le es posible llevar la vida de sacerdote que el mundo y la Iglesia necesitan.
El segundo: tiene vocación al ministerio, pero no el don para la virginidad consagrada. No quiere llevar doble vida ni engañar, pero puede ser que viva frustrado y en contradicción toda su vida. O bien, trata de ser honesto consigo mismo y con los demás; decide salir y casarse. Valora a su esposa y forma una familia. Se le impide vivir la inapreciable gracia de ministro consagrado.
El tercero: no tiene el don del celibato y podría llevar doble vida, con un partner (mujer o varón) escondido en el ropero, o a veces a la luz del día. Si tiene hijos no se hace cargo de su paternidad, y puede causar escándalo. Es capaz de aparentar o mostrarse como si fuera un cura normal. En este grupo, varios de ellos desean vivir honradamente casados, y prefieren abandonar la Iglesia católica para seguir su ministerio.
El cuarto: descuida la oración y busca consuelo o compensaciones en otras cosas como: prestigio, dinero, invitaciones, cargos o títulos, vestimentas, culto ritualista, comidas, pornografía, relaciones dudosas, satisfacciones intelectuales, viajes, auto nuevo, amigotes, halagos, etc. Vive para algunas de esas cosas. Su consagración es superficial. O sobrevive mal: amargado, autoritario, enojado, gruñón; y trata mal a los fieles.
El quinto: lleva una vida miserable en alcohol, o sexo. Puede ocurrir que practique la masturbación constante, la deambulación, y adquiera malas costumbres. Quizás fornica, o acude a prostitutas; puede llegar a cometer adulterio, o vivir muy mal una eventual homosexualidad. Ciertamente está en condiciones de cometer abuso sexual de niños, de jóvenes o de religiosas, con consecuencias espantosas.
No es fácil su arrepentimiento y conversión, pues está como empantanado en estos hábitos. Son personas que sufren enormemente, con una soledad lacerante, llegando incluso a la depresión y al suicidio. Su mentira y autodestrucción son antisigno de Jesús en la Iglesia y en el mundo. Es forzoso cambiar las cosas para evitar estos riesgos.
El obispo es responsable de a quién ordena (1 Tim 5,22: "No te precipites en imponer a nadie las manos, así no serás cómplice de los pecados ajenos"). Seguramente a él y al seminario les costará tomar conciencia de toda esta realidad y, de acuerdo con esa advertencia, se deberá revisar la situación tanto como el discernimiento de las vocaciones, (entre quienes tienen el don y quienes no), y la edad de ingreso, que psicológicamente no tendría que ser menos de los 25 años, así como el modo de formar a los candidatos para el sacerdocio.
Cada uno de estos cinco personajes representa, sin pretender ninguna exactitud, a alrededor de unas cien mil personas...
Esta metáfora tiene un sexto personaje, que por ahora es el que nunca se va a ordenar, porque la Iglesia de Jesús permanece cerrada al carisma del pastor casado, que puede hacer tanto bien en la Iglesia.
Una reflexión lateral en torno a la metáfora
Los ministros abusadores son personas que están enfermas, con una infancia o vida familiar muy difícil; en general pueden haber sido niños violentados a los que nadie supo o pudo ayudar, que podrían haber sido sanados por el amor humano. Hay que rezar mucho por ellos y prestar mucha más atención a las víctimas, ¿causadas quizás en parte a causa del descuido y de la indecisión, de la cual nos estamos ocupando acá?
b. Parte principal
Carta de la Federación de Sacerdotes Casados de A. Latina a la Iglesia
1. Con la certidumbre de que el sacerdote tiene que aspirar a ser el más humilde de todos, deseamos proponer con ánimo de cooperación un cambio fundamental en la vivencia del ministerio sacerdotal, referido a la obligación del celibato. En este tiempo de la Iglesia en que, guiados por el Papa Francisco, estamos invitados a 'caminar juntos' y podemos expresarnos todos y ser escuchados, urgidos por la necesidad de decir algo que creemos que es verdadero y respondiendo a la necesidad de usar palabras precisas para expresarlo desde el mandato del amor, ofrecemos desde nuestra experiencia este mensaje, que vemos necesario que se concrete en la legislación y en la práctica en el momento presente.
2. Estamos convencidos de la justa necesidad de hacer en la Iglesia católica una histórica reparación. También estimamos imprescindible que se actúe ya con clara decisión, sin dilaciones. Nuestra postura es institucional y moral, sobre una cuestión disciplinaria.
Para ello partimos de que amamos a nuestra Iglesia, esposa e instrumento de Jesús, de la que formamos parte, frente a la cual nos sentimos y somos corresponsables, y de que valoramos absolutamente la existencia de los pastores consagrados para el gran misterio de la eucaristía.
Creemos que es necesario como Iglesia discernir y aceptar que muchos de los presbíteros tienen también, como llamado de Dios, la vocación al amor conyugal, tal como lo describe el Génesis 2,24: “dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne”.
Muchos presbíteros reconocen en sí mismos ambas vocaciones, como se vivió antiguamente y se evidencia en el texto del apóstol Pablo en 1 Tim 3,2.5, donde afirma "que el obispo sea casado una sola vez... pues si no es capaz de regir su casa ¿cómo cuidará la Iglesia?”; y algo análogo en la carta a Tito 1,5-8, indicando que el presbítero debe ser irreprochable; “Todos ellos deben ser intachables, no haberse casado sino una sola vez y tener hijos creyentes, a los que no se pueda acusar de mala conducta o rebeldía. Porque el que preside la comunidad, en su calidad de administrador de Dios, tiene que ser irreprochable. No debe ser arrogante, ni colérico, ni bebedor, ni pendenciero, ni ávido de ganancias deshonestas”.
Por tanto, entendemos que conviene que hoy la Iglesia, como madre, en camino sinodal, revise la disciplina eclesiástica del celibato, para proponer el camino del celibato opcional a tantos presbíteros que sienten en sí mismos el llamado divino a vivir la doble sacramentalidad: la del sacerdocio y la del matrimonio.
3. Conviene repetir que somos y nos sentimos hijos de la Iglesia, decididos de modo irrevocable a formar parte de su vida y su misión salvadora. Agraciados por la vida nueva del bautismo, y con gran generosidad, decidimos hace años entregar la vida entera para consagrarnos a la oración y a vivir el evangelio. Enamorados de Dios, de nuestros hermanos y del mundo, nos acercamos a cumplir la vocación profética y evangelizadora en el ministerio de la palabra y de la eucaristía, al que nos creímos y aún nos sentimos llamados, y que la Iglesia nos confirmó en el día de nuestra ordenación.
En esa entrega generosa y cándida, aceptamos con decisión juvenil lo que se nos presentó como una condición necesaria e inherente a la vocación recibida: la renuncia al matrimonio. Si nos costaba, lo hicimos igual por la belleza de la misión y confiados en lo que la Iglesia nos decía, y por ello asumimos que cuando Dios da el don de la vocación ministerial, se cumple lo de Isaías (62,5): que el alma se casa con Dios. En ese momento no fuimos totalmente capaces de discernir que la Biblia no propone uno, sino dos modos de vivir la vocación sacerdotal, como dice san Pablo: “unos de una manera y otros de otra” (1 Cor 7,7).
Además, las personas en las que confiábamos nos aseguraron que era así. Después, poco a poco, con muchas tribulaciones y dolor, y en varios casos después de tantos años, caímos en la cuenta de que lo que nos habían propuesto no es verdadero en todos los casos, pues como es muy claro en el nuestro, cuando recibimos el don de la vocación ministerial no necesariamente recibimos el don de la virginidad consagrada o vida celibataria. Tener y cumplir la vocación ministerial no exige en todos los casos renunciar a la vocación conyugal, como dice también Pablo: “¿Acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer creyente, como lo hacen los demás apóstoles, los hermanos del Señor y el mismo Cefas?” (1 Cor 9,4-5), el cual fue llamado por Jesús a vivir el ministerio apostólico siendo hombre casado (Mc 1,30). A esta misma conclusión se llega también por la obviedad de que un don, por su propia esencia, no puede convertirse en obligatorio.
Lamentamos las veces en que se forzó nuestra voluntad. También la incomprensión que nosotros, nuestras esposas e incluso nuestros hijos, tuvimos que sobrellevar, pero lo hicimos sabiendo que hay que pasar por muchas tribulaciones para alcanzar el Reino de los cielos. Respecto de ello nos ilumina y sostiene la palabra de Jesús cuando en la última bienaventuranza dice que nos alegremos y regocijemos cuando nos maltraten.
4. Pensamos que sostener un único modo de realización de la vocación de pastores, con la obligación de celibato en todos los casos en la Iglesia católica latina, constituye hoy una equivocación, comprensible en circunstancias lejanas, que ahora causa consecuencias perjudiciales para muchas personas, y no refleja lo consignado en la Escritura.
Jesucristo no formuló dicha obligatoriedad, al proponer que “hay quienes decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!” que se puede interpretar como “el que sea capaz de vivirlo que lo viva", y que antes dijo: “este lenguaje no es para todos, sino para aquellos que tienen el don” (Mt 19,11-12). Tampoco lo propone de ese modo la tradición apostólica de san Pablo (1 Cor cap. 7) quien asevera que "acerca de la virginidad, no (tiene) ningún precepto del Señor" (v. 25). Sin duda afirma que la entrega virginal por amor al Reino de los cielos "es lo mejor, lo más digno y lleva al trato asiduo con el Señor" (v. 35), pero sin embargo distingue: por una parte “mi deseo es que todo el mundo sea como yo, pero cada uno recibe del Señor su don particular: unos de un modo, otros de otro” (v. 7); y confirma esos dos modos al decir con realismo: el que no pueda vivirlo "que se case; pues más vale casarse que arder en deseos" (v. 9). Hoy podríamos agregar: ‘y mejor casarse que escandalizar y hacer daño a otros’.
Creemos que nuestra madre la Iglesia, pequeño rebaño de Jesús, debe replantearse desde una actitud receptiva a la voz sinodal, el retomar el ejercicio ministerial del presbítero como se ejercía en el origen apostólico, con ministros casados y célibes y así prestar un servicio más verdadero a la salvación de las personas.
5. Seguramente nadie tanto como nosotros está en condiciones y obligación de decirlo con esta convicción a la Iglesia, con amor y con dolor, y fundados en muchos años de experiencia personal. Si no lo dijéramos así con claridad, seríamos como "perros mudos, incapaces de ladrar" (Isaías 56,10), o centinelas que no avisan y serán culpados porque callan (Ez. 33,6). Estamos convencidos de que esta situación no puede continuarse más en el tiempo; creemos que ha llegado el momento extremo de introducir un cambio para que se concrete una urgente modificación.
No nos mueve un interés o necesidad personal, porque la mayoría de nosotros ya tenemos organizada nuestra vida y nuestro actuar, comprometidos con el testimonio de Jesús y con la obra de la evangelización. Además, en muchos casos, somos reconocidos e incluso apreciados en nuestros ambientes. En cambio, sí nos mueve el interés y amor por la vida de la Iglesia, y con particular sensibilidad la situación falseada para los jóvenes que se forman en los seminarios, como nos ocurrió a nosotros.
En cuanto al ya ordenado, según el orden de la justicia preguntamos ¿se puede prohibir para siempre a una persona el ejercicio de un sacramento que la iglesia misma aprobó? Una sanción tan grave y con efectos cotidianos ¿a qué falta tan grave responde?
En el Derecho canónico leemos: “Una vez recibida válidamente la ordenación sagrada, nunca se anula” (c. 290, C.I.C.). Esta definición se refiere al ser. Pero en cuanto al quehacer: si recibió la ordenación para ejercer el sacramento ¿puede ser privado de por vida de todos los oficios y funciones, principalmente de la celebración de la Eucaristía?
Los sacramentos son para los hombres, y “la salvación de las almas debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia” (c. 1752), porque “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). No se puede anteponer una ley humana a las personas y a las comunidades cristianas que necesitan y requieren los servicios sacramentales.
Al establecer su Iglesia, Jesús no hizo discriminación entre hombres casados y hombres solteros. Edificó su Iglesia sobre Pedro, un hombre casado. El “gran sacramento” del matrimonio (Ef 5,32) no puede ser incompatible con el orden sagrado; y los sacerdotes casados están demostrando que para el ministerio no es obstáculo un matrimonio bien llevado y una familia bien constituida. Así pues, vemos necesario el retorno a la tradición primitiva y genuina de la Iglesia.
Inspirados en la valentía con que personalmente tuvimos que encarar nuestra situación personal, aceptando las consecuencias de nuestra equivocación de buena fe debida a aquel compromiso juvenil, decimos y pedimos a la Iglesia que actúe con valentía en servicio a la verdad, a los fieles y a los futuros pastores. Para ello se requieren particulares cualidades que pensamos que no se guardan cabalmente en la propuesta que los jóvenes escuchan, y en el encuadre -aunque llevado adelante con buena voluntad- en que se forma a los seminaristas, cuando esa enseñanza se restringe a un único modo de vida sacerdotal. Estas cualidades necesarias son: “amor a la verdad, lealtad, respeto por la persona y sentido de la justicia” (Pastores Dabo Vobis, nº 43).
No ignoramos la magnitud del avance que proponemos, y las dificultades que ello entraña, pero también advertimos las ventajas tan grandes que se pueden prever si se da este paso, para los sujetos en particular y para toda la Iglesia. No estamos en contra del celibato, sino a favor de un celibato optativo que pueda ser admitido nuevamente en la ley de la Iglesia.
Esta mayor fidelidad, también contribuiría a la riqueza específica de ambos cleros, el diocesano y los regulares de diversas categorías, ya que nuestra propuesta se refiere al cambio explicado, de modo que solamente en el clero secular existiría la alternativa de ambos estados, célibe y casado. Esa diferencia también permitirá que brille más claro el carisma propio de los hermanos sacerdotes del clero religioso.
6. Pensamos que nuestra madre Iglesia, con oportunidad de pedir perdón al mundo por el drama del abuso clerical, tiene la oportunidad de reconsiderar los beneficios que se seguirán de este paso. También, al anular la obligatoriedad del celibato, podrá cambiar la negación práctica, contraria a su enseñanza teórica, acerca de la belleza y el poder salvador de la vocación conyugal. El Cantar de los Cantares no es sólo una presentación mística del amor sexual humano como símbolo del amor entre Dios y su Pueblo, entre Cristo y la Iglesia, sino que es también una exaltación del valor redentor del amor, del amor humano y sexual, y de la complementación y realización plena en la unión de la mujer y el varón.
A la luz del desarrollo actual del valor positivo de la sexualidad, es deseable que la Iglesia advierta lo inconveniente de privar a muchos de sus pastores de esa riqueza, impidiendo su realización más plena. Contando con su esposa siente que “tiene una ayuda semejante a él” (Gn 2,18-24), con quien compartir todo, y reflexionar hasta sobre sus compromisos al servicio de los demás.
Volvemos a decirlo: no negamos la excelencia superior del llamado a la consagración, que sella o recrea la virginidad del consagrado. Pero tampoco consideramos que sea 'más pura' la condición del célibe que la del casado, ni que exista una impureza en la intimidad sexual por sí misma. Nuestra misma vida de realización en el matrimonio en la mayoría de nosotros, ilustra que son muchos los llamados al ministerio sacerdotal, pero pocos los elegidos para la consagración virginal, y ofrece el testimonio de que, a pesar de todos los defectos de cualquier persona casada, hemos sido sanados por el amor de nuestra esposa.
Deseamos que la Iglesia reconozca y se alegre mucho de que una gran cantidad de los convocados a dar su vida en el ministerio sacerdotal, experimentan el llamado a realizarse plenamente también, al mismo tiempo, en la vocación del sacramento del matrimonio, siendo ellos mismos muestra y guía de la realización humana, sexual y madura que se alcanza en la complementación con su compañera. Imaginamos un gran bien evangelizador que surgirá de la recuperación de esta feliz propuesta.
7. Finalizando nuestra comunicación, agradecemos la ayuda y comprensión con que fuimos y aún somos tratados por varios hermanos en el presbiterio o en nuestras familias religiosas, muchas de las veces que nos acercamos a ellos. También valoramos mucho el apoyo de sacerdotes y obispos que nos apoyan como ‘compañeros de camino’, tanto en nuestro andar, como en la esperanza de ser escuchados.
Nos proponemos desarrollar y mantener comunicación permanente, respetuosa y fraterna con toda la Comunidad de creyentes y sus ministros, al tiempo que renovamos nuestra disposición de servirla, para lo cual deseamos promover e intensificar vías más concretas y estructuradas de “relaciones de fraternidad y mutua colaboración” (Aparecida, nº 200).
3- Fundamentación y referencias
a. Fundamentación bíblico-teológica
Estamos de acuerdo en que el fundamento principal de nuestras convicciones se encuentra en la Palabra de Dios:
Según la Biblia lo ‘natural’ es el matrimonio, pero hay dos modos para vivir la consagración ministerial: uno es el celibato, que no es ‘anti’ natural, sino ‘sobre’ natural, fundado en la novedad de vida que trae Jesús; el otro es armonizado con la vocación conyugal.
Jesús plantea el celibato como un consejo evangélico: "Hay quienes se han hecho eunucos a sí mismos, es decir 'guardan virginidad' por amor al Reino de los cielos. El que pueda entender que entienda" (Mt 19,12). Cabe tener en cuenta que acá está muy relacionado el ‘entender’ o ‘conocer’ con la posibilidad de ‘vivirlo’. Y también afirma que el carisma de la virginidad consagrada no le ha sido dado a todos: "pero no todos pueden entender este lenguaje, sino aquél al que le ha sido concedido (el don)” (Mt 19,11).
Por otra parte también, como se ha citado, Jesucristo curó a la suegra de Pedro (Mc 1,31) al cual llamó en ese estado de casado.
A su vez -recordemos lo citado- Pablo, entre varias afirmaciones más, dice "que el presbítero tenga una sola mujer" (Tito 1,6).
Vale la pena considerar ordenadamente todas las citas evangélicas al respecto:
La Biblia sobre el Celibato
Jesús lo ofreció como un consejo evangélico, y lo dice: "Los discípulos dijeron: entonces conviene no casarse” (Mt 19,10). Él respondió: No todos entienden este lenguaje sino aquellos a quienes se les ha concedido (v. 11). ...otros decidieron no casarse por amor al Reino de los cielos" (v.12).
Pablo lo destaca como un valor superior: "Es bueno para el hombre abstenerse de la mujer" (en 1 Cor 7, v.1); y luego "a los solteros... les aconsejo que permanezcan como yo" (v. 8); más adelante: "Para el hombre lo mejor es vivir sin casarse" (v. 26); "El que no tiene mujer se preocupa de las cosas del Señor, buscando cómo agradar al Señor" (v. 32); "... para que ustedes hagan lo más conveniente y se entreguen totalmente al Señor" (v. 35); "El que decide no casarse… obra correctamente" (v. 37); "...el que no se casa obra mejor todavía" (v. 38). "... si no vuelve a casarse, de acuerdo con mi consejo, será más feliz... que yo creo tener el Espíritu de Dios" (v. 40).
Jesús no lo exigió: porque no es para todos, y lo dice: "Este lenguaje no es para todos... el que pueda entenderlo que lo entienda" (el que pueda vivirlo que lo viva) (Mt. 19,11-12)
Y Pablo tampoco en 1 Cor, 7: "...sin embargo por el riesgo de incontinencia que cada uno tenga su propio (cónyuge)" (v. 2), “lo que les digo es una concesión y no una orden..." (v. 6); "si no pueden contenerse que se casen; es preferible casarse que arder en deseos" (v. 9). "Cada uno viva como el Señor lo ha llamado, es lo que ordeno a todas las Iglesias" (v. 17). "Sobre la virginidad no tengo mandato del Señor (v. 25). " Si te casas no pecas " (v. 28). "... he dicho esto no para ponerles un obstáculo" (v. 35); "Si uno cree que debe casarse haga lo que le parezca, si se casan no cometen ningún pecado " (v. 36).
Luego recordemos que apunta algo muy importante: "¿Acaso no tenemos derecho... a llevar con nosotros una esposa creyente, así como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas?" (1 Cor 9,4-5)
Por último, repasamos los textos ya citados de 1 Tim 3,2-5: "que el obispo sea casado una sola vez... pues si no es capaz de regir su casa ¿cómo cuidará la Iglesia?”; y Tito 1,5-8, indicando que los presbíteros: “deben ser intachables, no haberse casado sino una sola vez y tener hijos creyentes, a los que no se pueda acusar de mala conducta o rebeldía. Porque el que preside la comunidad, en su calidad de administrador de Dios, tiene que ser irreprochable. No debe ser arrogante, ni colérico, ni bebedor, ni pendenciero, ni ávido de ganancias deshonestas”.
En cuanto a la posible objeción, en base a la conocida afirmación paulina acerca de que el que se casa "tendrá el corazón dividido" (1 Cor 7,33-34), conviene responder con la afirmación complementaria del evangelio de Mateo, referida a la indisolubilidad de la unión conyugal. Es decir que se hace necesaria una distinción: de ambas, la primera afirmación bíblica, la de Pablo, es adecuada al caso particular del que ha recibido el carisma de la virginidad consagrada, quien si se casa tendría "el corazón dividido".
La segunda, de Jesús, es aplicable al caso general del otro carisma, el de aquél a quien Dios le dio unidas ambas vocaciones, como a Pedro, la ministerial y la conyugal, el cual está llamado a vivir fielmente unido a su mujer, "de manera que ya no son dos, sino una sola carne; pues bien, que no separe el hombre lo que Dios ha unido" (Mt 19,6), esto significa que en el presbiterado también puede seguir vigente la complementación del varón con la mujer, como "ayuda adecuada" para él (Gn. 2,20 y 22.24).
En conclusión: la perspectiva desde la Palabra de Dios, y que nos debe orientar en la Iglesia, está expresada en estas palabras: "Por tanto el que se casa con la mujer que ama hace bien; pero el que no se casa obra mejor todavía " (1 Cor 7,38).
Nosotros no descuidamos el consejo evangélico, ni la excelencia de la consagración al modo de Jesús y de María, sino que estamos a favor de que existan ambos modos de consagración, como enseña la Palabra de Dios: "Cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra" (1 Cor 7,7)
Es razonable actuar para que la Iglesia recupere la riqueza de sostener ambos modos de vivir el ministerio presbiteral.
b. Referencias históricas acerca del celibato
1) Hitos históricos sobre el celibato en la Iglesia
En la Iglesia primitiva no se exigía al obispo casado que dejara de tener esposa; ellos y los presbíteros engendraban hijos naturalmente en esa condición. Esta situación fue normal en los primeros cuatro siglos de la Iglesia.
El documento más antiguo que formula la ley del celibato es el canon 33 del concilio hispánico de Elvira, alrededor del año 310 (principios del s. IV). En él se propone continencia total a los ministros, prohibiendo que tengan relación carnal con sus esposas. Deben renunciar a tener hijos; y quien no lo acate será apartado.
San Juan Crisóstomo, a fines de ese siglo IV, defiende el matrimonio sobre la continencia absoluta que pregonan algunos, influenciados por la vida monástica, quienes exigen ese estado de vida para los obispos y sacerdotes. San Jerónimo menciona sacerdotes y obispos casados. En este siglo había quienes vivían la continencia y quienes vivían el matrimonio; en general no existió norma para imponer una cosa u otra.
Hacia finales del siglo IV, el Papa Dámaso comienza a reclamar la continencia perfecta a los obispos de la Galia, argumentando que los hombres de Dios deben ser más puros que los demás normales porque ocupan el lugar de Cristo. A partir de este pensamiento, algunos obispos y papas comenzarán a exigir continencia a los clérigos casados.
A lo largo del siglo V, los obispos de África, España y la Galia siguen la doctrina de Roma, buscando instalar la práctica de la continencia. Se procuraba que los que no la guardaban fueran suspendidos de la celebración eucarística. De quienes vivían con sus esposas, se esperaba que lo hicieran como hermanos. Lo que se impone es la continencia sexual, no el celibato. Pero en el resto de la Iglesia, a principios del siglo V era todavía natural que el obispo casado llevara una vida familiar normal.
A finales del s. VII (años del 600), el canon 13 del concilio In Trullo, Constantinopla, rechaza la imposición de la continencia matrimonial a los sacerdotes. Menciona que si alguien es digno de esas órdenes no se le impida vivir con su esposa, ni renunciar a tener relaciones legítimas, porque no se puede desacreditar el matrimonio instituido por Dios y santificado por su presencia.
En el siglo X algunos obispos de Occidente aún no logran imponer la continencia o el celibato a su clero. Así lo dice el obispo de Verona refiriéndose a los sacerdotes casados, y declara que no puede deponerlos porque se quedaría sin sacerdotes.
Con las reformas gregorianas del siglo XI finalmente se buscará no solamente continencia, sino el celibato sacerdotal total, para la Iglesia latina. Un reducto de los sacerdotes y obispos casados no se doblegó ante esa ley del celibato.
En el siglo XII, en el norte de Italia, todavía era habitual la vida matrimonial de algunos obispos y sacerdotes. La imposición del celibato empezó a convertirse en lucha de clases religiosa, en la que algunas autoridades civiles movilizan al pueblo contra los sacerdotes y obispos casados, y poder quitarles competencia sobre los bienes. Luego se impondría la mentalidad de los cátaros exigiendo pureza ritual y sexual a todo clérigo que no guardara continencia, sea debido a matrimonio o concubinato. Se pretendía que los fieles no asistieran a la misa de un sacerdote casado. No prevalecía el hecho de que existían ministros casados de gran calidad moral; se les exigía abandonar la vida conyugal.
En el siglo XIII, poco a poco se impone la mentalidad de que el celibato es para los ordenados y el matrimonio para los laicos. Los clérigos comienzan a detentar poder social y económico, y se convierten en administradores de territorios, parroquias y monasterios.
Así se arriba en el s. XVI al concilio de Trento que, en la sesión vigésimo quinta, formula la norma disciplinaria del celibato obligatorio para la Iglesia latina.
Desde entonces y hasta el Concilio Vaticano II, la Iglesia lo seguirá sosteniendo como norma general para los clérigos del rito latino.
2) Perspectiva sobre la historia del celibato eclesial
Para explicar la norma del celibato, frecuentemente se aducen razones económicas: problemas con el derecho de los hijos a la herencia; o 'de poder': sería un modo de tener a los clérigos más sometidos a la autoridad.
Pero en la historia de la Iglesia aparece más bien una razón positiva: fue tan fuerte el impulso evangélico de tres siglos de mártires, que en el siglo IV sucedió casi naturalmente el advenimiento del monacato (monje: 'uno') con dedicación totalizante, unificada, a las cosas de Dios y al ministerio de la eucaristía. Durante los siglos siguientes, como hemos apuntado, se extendió, en algunas partes de Occidente, la adopción del celibato para el orden sacerdotal. Probablemente se alcanzó a vivir con relativa autenticidad durante siglos en la Iglesia, más allá de las consabidas debilidades humanas en el cumplimiento de un ideal.
Hacia principios del segundo milenio las cosas habían cambiado, y en parte decaído. Oriente confirmó otra forma de vivir el ministerio. En Occidente la situación, que sufrió diferentes instancias, también entró en crisis, pero la mística se recuperó notablemente con la aparición de los mendicantes (s. XII) y su renovación evangélica.
Continuando con un análisis forzosamente breve: Con el tiempo la fuerza de esa renovación decayó y aparecieron grandes contradicciones en la pureza del ideal, aunque también se vio recreada con el espíritu misionero y la creación de múltiples congregaciones, a partir del tiempo de la Reforma. Esto llevó a estructuras y legislaciones que prolongaron la condición celibataria en el tiempo, aunque en sabidos casos de modo sólo exterior.
En la buscada renovación posterior al Vaticano II, el ímpetu de cambiar esas estructuras fue tan brusco que provocó un repliegue de dicha renovación, por temor ante los cambios.
Hoy se da otra oportunidad de recrear el espíritu de la letra del evangelio, y aprovechar el aprendizaje que han dejado los excesos y las restricciones. Nos parece que a la Iglesia ya no le queda más alternativa, sino renovar las normas con valentía y profundidad, sin dejarse llevar ni por el temor, ni por la dilación.
La mejor guía del buen camino serán los actos y las palabras de Jesús, y también la praxis de la Iglesia apostólica, como están consignados en la Escritura.
c. Referencia crítica desde la psicología a la obligatoriedad del celibato
Para la confección de este ítem, nos hemos valido del aporte de siete profesionales psicólogos - tres forman parte de la Federación- así como del consejo y parecer de otros /as profesionales reconocidos por su capacidad, que colaboran con la formación de consagrados en la Iglesia. (Se numeran los párrafos sólo para facilitar su revisión)
1. No se pueden atribuir todas las dificultades, que aparecen en la vida de los sacerdotes, al celibato obligatorio, pero cabe preguntarse si en la Iglesia todavía hay miedo o desconfianza hacia la sexualidad, la mujer, o el matrimonio. Hemos recibido el testimonio de un hermano, sacerdote casado: "el arzobispo me sorprendió: Me dijo que podía seguir siendo cura; que me cambiaba de lugar, pero con la condición de no volver a ver a mi hijo ni a su mamá". ¿Se puede interpretar una decisión como ésta, de acuerdo a la doctrina de la Iglesia sobre la familia?
Debemos reconocer al respecto que todos vamos haciendo un camino de maduración, que avanza con la edad y la experiencia, y que la Iglesia misma es docente y discente al mismo tiempo, y que actualmente se abre y avanza en estos ámbitos.
2. Cuando se carece de madurez afectiva y sexual para elegir responsablemente el celibato, esa madurez no puede ser sustituida, ni personal ni institucionalmente, por un sentido de obediencia a lo establecido (Área afectiva) y se puede caer en seguir normas de formación en menoscabo de la responsabilidad y decisión personales (Área volitiva).
3. Los ordenados que no tienen el don sobrenatural del celibato, se sienten demasiado solos. Al faltarles el complemento y la ayuda de una esposa, buscan objetos sustitutos de modo inadecuado o compensan su carencia afectiva de otras maneras. Además, decaen humanamente, porque su psiquis no es tan fuerte como para que el celibato no los perjudique. Por la obligatoriedad del mismo, las personas, además de la tensión propia de la demanda de los impulsos básicos sexuales, están conflictuadas entre el ser y el deber ser, sintiéndose culpables y frustrados cuando sienten que han fallado. La pura represión sexual, sin estar animada por el carisma de la gracia, puede llegar a configurar una patología, y así el servidor de Dios se transforma en una persona enferma y dañina, mientras el Señor quiere un servidor digno, que viva entregándose a la gente de manera tranquila y feliz.
4. La sobrestima del propio yo, porque muchos piensan estar llamados a ese don, pero son pocos los elegidos que lo tienen, puede resultar en una idea o sentimiento de superioridad personal, del cual es muy difícil bajarse y más cuando a partir de la ordenación, la gente misma tenderá a colocarlo allí, porque la dedicación total del célibe a las cosas de Dios, en la mirada de los fieles, y en general de todos, rodea de un aura especial al consagrado. Esto puede desentonar con la humildad necesaria en el ministro de la eucaristía, que exige ser y sentirse el último y menor de todos.
Ese eventual sentido de superioridad puede llevar a una actitud de dominio que, combinada con carencias y deformaciones afectivas, muchas veces puede resultar en abusos hacia aquellos a los que, en cambio, debería proteger.
5. Ocurre un falseamiento del procedimiento del Psicodiagnóstico, si se espera que esa técnica discierna si el candidato tiene o no tiene el don, lo cual es una función que no le compete. Es inconveniente el intento de descargarse de esa manera de la responsabilidad (como algunas personas, que caen en una suerte de pensamiento 'mágico' al recurrir a la fórmula “ve al psicólogo").
También cabe preguntarse si los responsables de la formación en el seminario están adecuadamente habilitados para ese difícil discernimiento.
6. Invertir la fuerza de la prueba: No partir de que el seminarista sí tiene el don (“Tienes verdadera vocación: por tanto, Dios te dará esa gracia”, como se pensaba o se piensa aún hasta ahora). En cambio, debe comprobarse en forma segura y notoria que está llamado a vivir de esa manera extraordinaria (por ejemplo, las dificultades de maduración como el autoerotismo, pueden ser, entre otras razones, un claro signo contrario).
Dado que probablemente son menos o pocas las personas que tienen el don del celibato, la actual necesidad de curas puede deformar el juicio o forzarlo. Temprano o muy tarde el formando o el ya ordenado, advertirán las consecuencias del equívoco de que todos los llamados reciben el don del celibato.
7. Antes de cierta madurez, que no se puede esperar en los tiempos actuales con menos de 25 años -o incluso más, como también ocurre hoy con el matrimonio-, al dar el primer paso de elegir ir al seminario, el candidato elegirá sin tener consciencia cabal del paso que está dando y de las consecuencias del compromiso que asume, que es bastante más difícil que el camino de la natural complementación varón-mujer.
8. La formación aislada de la convivencia con otros jóvenes, chicas, familias y exigencias laborales, no ayuda a la madurez psicológica del individuo y puede ser extraña e irreal. Ese ajenamiento no ofrece una base adecuada para discernir con certeza y asumir la decisión de la tan significativa condición de célibe.
9. Resulta perjudicial que se ordenen quienes no serían capaces del matrimonio. Es posible que inconscientemente se descarte la vida conyugal por razones psicológicas, o para escapar de sus propias dificultades, y puede confundirse esa actitud con un llamado al celibato.
10. Hoy el joven sobrelleva más naturalmente las manifestaciones de inmadurez afectiva y puede hablar de ellas con menos carga moral; pero ese desorden, debido a su edad y su deficiente maduración, altera su paz interior. Esta dificultad puede llevar a una perturbación espiritual por la necesidad de pureza, requerida por la vivencia propia de la formación del seminario. Jesús llamó a hombres y no ángeles. Desde la psicología sabemos perfectamente que todos los seres humanos estamos permanentemente atravesados por contradicciones, ambivalencias y conflictos. Caminamos en el seguimiento de Jesús entre certezas y dudas. Pedir pureza no deja de ser una maravillosa invitación para ir creciendo psicológica y espiritualmente, pero debe ser eso, una invitación benigna y constante, y no una imposición que termine generando culpa y hasta depresión o desesperación.
11. Ante las consecuencias psicológicas por lo contrastante de los escándalos clericales con el ideal, es necesario un planteo más honrado y explícito a los formandos sobre lo que ocurre en este momento, y sobre los riesgos que existen. En definitiva, es imprescindible una presentación más verdadera sobre los riesgos reales de una vida célibe, en el marco de las normas y las condiciones actuales. Hay mucho que educar, sanar y corregir con una muy distinta educación sexual y afectiva de los ministros, que no esté celosamente centrada en salvar el celibato obligatorio; obligatoriedad que para algunos termina siendo "una imposición insoportable", como en un momento lo fue la circuncisión (Hch 15,10).
12. Existe una tensión psicológica y de conciencia entre leyes y libertad. Esta última es siempre para el bien, de modo que cuando uno elige libremente lo que no es bueno, deja de ser libre. La libertad que estaba en potencia no llegó a ser real, actual. La norma a su vez, ordena el actuar del hombre libre para que alcance ese bien; pero: cuando la norma deja de dar resultados para el bien, deja de tener sentido, y hasta puede ser perjudicial. En ese caso el hombre libre debe criticarla para mejorarla, lo que equivale a actualizarla, de modo que recupere su eficacia en orden al bien.
Esa tensión psicológica en la conciencia moral se está dando actualmente en la parcial discordancia entre la norma vigente en el clero y la verdad evangélica respecto del celibato, porque una afirma: "Todos de este único modo” y, como ya fue citado (en 1a Cor 7,7), la segunda dice: "Unos de un modo, otros de otro".
Estamos viviendo uno de esos momentos en que es un deber de conciencia criticar la norma para recuperar su ordenación al bien.
13. Sobre la obligatoriedad del celibato, afirmar lo que la Biblia no dice, que puede ser a través de omitir parte de lo que sí dice, es como si fuera una estafa a los jóvenes; y obligar desde esos presupuestos resulta ser una forma de violencia psicológica. El formando en algún momento sentirá que no es respetado en su inteligencia y es forzado a cumplir algo tan vital, de una forma no correctamente planteada.
No se puede dar continuidad a una violencia psicológica con la justificación de que “ésta es la realidad” y “así son las cosas hoy en la Iglesia”.
Decirle al que tiene dudas en asumir el celibato: "Puede ser una tentación del demonio”, como se planteaba antes más que ahora (pero todavía es posible que ocurra en cierto estilo de formación), al igual que la excusa anterior, ambas cosas parecen ser un abuso psicológico y espiritual.
Si fuera un abuso, la persona de iglesia no puede decir: "he actuado así, pido perdón; pero lo siento, seguiremos adelante, porque es muy costoso cambiar". En quien comete abuso puede haber un doble desliz psicológico debido a la subjetividad: Por un lado, no alcanza a calibrar la verdadera dimensión de lo que comete. Y por otro, no toma la decisión ni hace el esfuerzo necesario para detener sus acciones.
14. En cuanto al ministerio futuro del pastor, es posible una inadecuación doctrinal, que puede resbalar hacia una presunción imprudente o una equivocada autopercepción psíquica, si respecto de lo conyugal la persona se ve puesta en situación de presentarse como experto o consejero cuando en realidad no tiene experiencia de lo que habla.
Acá existe como un desdén o minorización de la madurez de los laicos, y sería claramente mejor plantear una verdadera 'diaconía' laical para la predicación y la dirección espiritual de las parejas conyugales, antes que aventurarse el pastor célibe, tan valioso en otras perspectivas, en enseñanzas sobre lo que ignora.
15. Hay jóvenes entre nosotros, en el pueblo fiel, que no pueden ingresar al seminario por sentirse también llamados al matrimonio, camino que les está vedado. Desde el punto de vista psicológico, puede tener consecuencias negativas impedir a una persona realizar su vocación, a causa de tradiciones humanas discordantes con la tradición bíblica.
De modo inverso, hay jóvenes que no pueden retirarse del seminario porque están seguros de ser llamados al ministerio de Cristo, pero no se respeta su vocación conyugal, y se corre el riesgo de sofocar al Espíritu, al no abrirse a la recuperación del maravilloso carisma de pastor casado que existió en los orígenes de la Iglesia.
Si alguno de los análisis o afirmaciones que hemos desarrollado acá, no es correcto o en algún aspecto es injusto, pedimos disculpas y deseamos que se nos haga notar, para poder cambiarlo.
4- CONCLUSIÓN
Esperamos y deseamos que nuestros aportes sean considerados y escuchados por nuestros obispos, sacerdotes y el pueblo de Dios, para bien de la evangelización y de la Iglesia, y se acoja el legítimo derecho a que el celibato sea opcional.
Actuamos y trabajamos por un amor de servicio y por la vocación misionera, como decía San Pablo: “Ay de mí si no evangelizara”. Por otra parte, Jesús que dice: “Ustedes no me eligieron a mí, sino que yo los elegí a ustedes”, eligió también a hombres casados. Estamos para siempre convencidos y decididos a mantener un diálogo sin confrontación, sincero, fraternal y con sentido común.
Que nuestra Madre la Virgen de Guadalupe nos ilumine y nos ayude a todos. Unidos en la fe.
Sebastián Cózar Gavira, Presidente de la Federación Latinoamericana de sacerdotes casados
San Carlos, Chile, 01 septiembre del año 2022
El presente escrito fue aprobado el 01 septiembre del año 2022 en la reunión ordinaria por todos los miembros de la Federación Latinoamericana de sacerdotes casados conformada e integrada por varios países de Latinoamérica.
Agradeceremos mucho las respuestas, y también las correcciones y aportes que nos hagan llegar a las siguientes direcciones de la Federación:
Presidente: Sebastián Cózar Gavira <sebcozar@hotmail.com> Secretarias: Encarnación Madrid de Martín <madrid.chiqui@gmail.com> Imelda Martínez Núñez <imeldanum@gmail.com>
Colaboradores en la redacción del presente documento:
Argentina: Guillermo Schefer <willyschefer@hotmail.com> <guillermoschefer66@gmail.com>
Roberto Quiroga <roquiba7@gmail.com>
Brasil: Vilmar Machado <vilmarmachado1@gmail.com> Joao Tavares <tavaresj@elointernet.com.br>
Chile: José Cortés y Natalie Parra Merino <cortesjo@gmail.com>
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Sebastián Cózar Gavira <sebcozar@hotmail.com> México: J. Reyes González Torres <theotokosglez@hotmail.com>
Paraguay: Mabel Torres de Gutiérrez <mainumby4@gmail.com>
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