Semana Santa en la cárcel de Navalcarnero: encerrados pero unidos en la misma esperanza Javier Sánchez, capellán de la cárcel: "En este lugar de muerte y de dolor, la vida resucitada de Jesús fluye por los cuatro costados"
"No hemos estado en la cárcel de Navalcarnero, pero, desde nuestra 'cárcel de oro', que es nuestra casa, hemos vivido la experiencia con los crucificados presos, y hemos sentido que unos y otros no estábamos solos"
"Estos días de doble cárcel le han dejado sin sentirse que es alguien, que preocupa a otros"
| Javier Sánchez
Esta Semana Santa de 2020 va a dejar una huella profunda en la vida de todos los seres humanos. Ha sido una Semana Santa muy especial, no me atrevería a calificarla, simplemente diría que ha sido distinta. Quizás, lo que si diría es que ha sido menos de ritos, y más llena de vida, aunque desde la paradoja de estar rodeada de tanta muerte y de tanto dolor. Ha sido una semana santa, donde quizás no hemos asistido, como peligrosamente otros años, a una celebración de “puro recordatorio casi arqueológico”, porque el que más y el que menos, hemos vivido de cerca el dolor, el sufrimiento y la cruz, mezclados con mucha vida, con mucha resurrección , ¿puede ser una Pascua entonces más real que la vivida?
Nosotros cada año la vivimos en la cárcel con los presos de Navalcarnero, y tengo que decir que siempre tenemos la suerte de vivirla no de forma ritual, porque si en algún sitio se hace presente, de modo privilegiado, la pasión, muerte y resurrección de Jesús, es en la cárcel. Siempre diré que la cárcel es un “sitio pascual” por excelencia, porque en ella, vivimos a diario el dolor de muchos crucificados con Jesús, pero a la vez con mucha vida. Siempre me ha parecido paradójico, que en un lugar con tanta muerte, pueda existir, a la vez, tanta vida.
Este año, ha sido muy especial. No hemos ido físicamente allí, pero sí la hemos intentado vivir juntos, desde la experiencia de comunión compartida, desde el sentirnos unidos, y embarcados en la misma realidad de esta enfermedad. En este año, todos nos hemos sentido a la vez crucificados, salvados y contagiados de vida, presos, voluntarios, familias y todos.
Crucificados por un virus que se nos escapa, que nos mata, que nos hace sufrir, y a la vez salvados por la experiencia de un Dios que además de estar crucificado con nosotros, nos llena de vida resucitada y nos ayuda a poner vida en medio de tanta desolación. No hemos estado en la cárcel de Navalcarnero, pero, desde nuestra “cárcel de oro”, que es nuestra casa, hemos vivido la experiencia con los crucificados presos, y hemos sentido que unos y otros, no estábamos solos, sino que todos participábamos de lo mismo; eso sí, en la distancia, pero en la profundidad donde se miden las cosas importantes, en el corazón, en la nostalgia y desde luego en la memoria, que hacía presente todo lo que hemos vivido cada día.
Y como siempre, la iniciativa de vivirlo en comunión partió de uno de los chavales de la cárcel, de los que participan en nuestra capellanía, un chaval que lleva “toda la vida en prisión”, y que sabe lo que es la cárcel, pero que en el fondo, con todas sus peculiaridades, sabe también lo que es que alguien se preocupe por ti, vaya a tu módulo o te de un fuerte abrazo, en medio de tanta desolación. Antonio, un toxicómano de siempre, que probablemente nunca dejará de serlo, es un hombre, que pasados ya los cuarenta años, no sabe vivir sin la cárcel, sin la droga, sin el trapicheo. A veces nos saca de quicio, es cierto, a veces parece que se aprovecha de nosotros, pero lo que es cierto es que “es un pobre de Dios” de los que aparecen en el evangelio, y de los que Jesús se rodea. Es cierto que no podemos consentirle todo, como algunos piensan, pero no menos cierto es que si alguno de nosotros hubiéramos nacido, sido criados y vivido en su situación, estaríamos igual o peor. Nosotros somos para él su familia, no tiene a nadie más, somos parte de su vida y desde luego que en su cruz, se hace también presente la de Jesús.
"Si alguno de nosotros hubiéramos nacido, sido criados y vivido en su situación, estaríamos igual o peor"
Antonio llevaba sin poder salir a la misa dos meses, porque había hecho alguna “trifulca” de las que acostumbra, y no le dejaban salir a la llamada zona “socio cultural”, donde se hacen las actividades comunes. Y precisamente, podría haber salido, a partir de mediados de marzo, justo cuando comenzamos de dejar de ir a la cárcel, por el confinamiento. Así que eso le dejo más aislado, “sin el trapicheo”, que a veces hace cuando sale. Pero también sin nuestro cariño, sin nuestros abrazos, sin sentirse que es alguien, que preocupa a otros, que no es un puro ser sin nada y sin nadie, con lo que aumentó su soledad.
Y, como sabe mucho, y tiene mucha cárcel, enseguida se puso a escribirme. Recibí una primera carta y para otros dos voluntarios otras dos, donde como siempre, nos pedía cosas, y sobre todo dinero, para poder vivir estos días de doble cárcel. Cuando la recibí me gusto, y a la vez me sonreí, porque pensé “ya está este como siempre”, no le escribí pero le envié el dinero que enviamos a todos desde la capellanía, todos los meses.
Pero a la semana siguiente recibí una segunda carta donde lo que me escribía, me motivó de manera diferente, me emocionó y me arrancó lágrimas. En esta segunda carta, además de decirme que necesitaba dinero, tenía sobre todo dos preocupaciones: una saber cómo estábamos nosotros, los voluntarios, que no sabía nada de nosotros, que por favor le escribiera para contarle; es más, me dijo que está muy bien que le envíe postales cuando voy de vacaciones en verano, “pero ahora es cuando me preocupáis, no cuando estáis de parranda”, ahora “estoy preocupado por vosotros”.
Y junto a esa preocupación, otra segunda: “nos quedamos sin Semana Santa, sin misas, sin nada, eso no importa, pero te propongo que organices todo en papel para los que vamos a misa y que lo repartan a los que estamos en la lista, para seguir la misa del sábado, de cada sábado y lo de Semana Santa, y cada uno en su celda lo lea y haga lo que nos pongas en los papeles, pero facilitarnos lo de cada sábado, y así hasta que esto se solucione y podáis acudir sin riesgo”. Cuando lo leí, se me saltaron las lágrimas de emoción y de agradecimiento a Dios, a nosotros no se nos había ocurrido, o a mí al menos, y a este hombre, que siempre decimos que va al trapicheo, se le había ocurrido ponerse en comunión a través de esos escritos. Y en ese momento, como en tantos otros, me sentí agraciado por poder compartir mi vida en la cárcel, y por este hombre. Además al leer su carta, me le estaba imaginando pegando voces y diciéndome que lo hiciera. Fue un momento muy especial el que sentí, cuando leí aquello.
Y desde ahí, con su sugerencia, rápidamente me puse a preparar el material para la Semana Santa, con oraciones y textos, símbolos y acciones, para celebrarlo juntos, ellos desde su celda, como decía Antonio, y nosotros desde nuestras casas. Y así lo hemos hecho durante los tres días. Y creo que han sido días intensos, de comunión, de profundidad, y de sentirnos unidos a ellos, y ellos a nosotros. Y todo, gracias a nuestro Antonio, al que trapichea seguro, cuando va a la misa, al que nos aburre, al que siempre nos pide, pero también el que nos abraza, el que nos echa de menos, el que se preocupa de nosotros…. Y el que nos pide que recemos juntos.
Así hemos celebrado juntos nuestra Semana Santa, los tres días del triduo pascual, sintiéndonos unidos a ellos, desde la distancia, y a tantas personas que siguen viviendo en estos días la cruz y el dolor. Hemos participado de la experiencia del lavatorio de los pies y del servicio el jueves santo; de la cruz y la muerte el viernes, y de la experiencia de la vida resucitada, el sábado. Y ahora será lo que vayamos haciendo cada semana, los sábados. Ana, la monitora ocupacional, a quien también le debemos que con cariño nos ayude en esto, reparte cada semana el material, y luego juntos, desde nuestras casas, vamos rezando y sintiéndonos unidos. Gracias Ana. Es verdad que perdemos mucho, porque sobre todo no podemos abrazarnos, que es parte fundamental de nuestras celebraciones, pero sí podemos sentirnos unidos y saber que todos estamos en lo mismo, que no estamos solos.
Cuando hablamos de los presos, siempre caemos, desde fuera y sin conocerlos, en creer que “son lo peor”. Nosotros sabemos que no es así, y desde luego que en estos días, una vez más, lo hemos vuelto a comprobar. Cuando escuchamos en la calle, incluso en el parlamento, ciertas afirmaciones, yo siempre me pregunto quiénes son o somos “los malos” y “los buenos”. Porque es verdad que en estos días, como en muchas ocasiones, nuestros representantes políticos están no solo demostrando que son delincuentes, sino a mi entender algunos, “malas personas”. Los publicanos del evangelio, que hoy podrían ser los presos de la cárcel nos dan lecciones; y los fariseos del evangelio, que hoy podrían ser algunos políticos y “gente aparentemente buena”, nos hacen descubrir que ni unos ni otros son tales.
Antonio, en su carta, me escribía: “”Yo esto lo veo como en el evangelio, cuando Jesús les monta en la barca a sus seguidores, en el lago con la tormenta, y les dice hombres de poca fe, y consigue parar la tempestad (ya sabes que creo en Jesús), la mejor persona de la historia, y no hablo del Mesías de Dios, yo tengo muchas dudas de que exista, no permitiría esto que está sucediendo, ni otras muchas cosas”. Y al leerlo me sentía también identificado, porque sentía también que es mi propia duda, incluso la duda de Jesús en la cruz, y su grito al Padre (“¿por qué me has abandonado?”). Sentía que la fe de Antonio, a su estilo, y desde su formulación especial (probablemente para algunos pobre), estaba afirmando que no podía entender a Dios, que no podía entender este sufrimiento, si efectivamente ese Dios nos quiere. Pero, ¿acaso algunos no hemos pensado en estos días y muchas veces en nuestra vida algo similar? ¿Acaso el problema del mal y del sufrimiento no nos crea dudas de fe? En estos días, todos miramos al cielo, con impotencia, e intentando buscar una explicación a todo lo que está pasando.
Una imagen que me ha resultado especialmente bonita en estos días, ha sido la imagen del papa Francisco, anciano, mirando con una cara de ternura espectacular, y desde su debilidad y pobreza, al crucificado; era un rostro expresivo el del papa, como si le estuviera gritando lo mismo de Jesús en la cruz, “Padre, por qué nos has abandonado”. En su rostro se veía necesidad, pobreza y debilidad, era la imagen del hijo que se abandona en el Padre, porque ya no puede más. Pero desde esa pobreza, acurrucado en la ternura de Dios, sigue confiando y sigue esperando que todo pueda pasar. Esa mirada del papa al crucificado, desde su debilidad, es también la mirada que muchos días, muchos chavales de la cárcel lanzan al crucificado que preside nuestras eucaristías. Muchos de ellos pasan delante de la cruz, se arrodillan, la abrazan y rezan. O cuando, el viernes santo, adoramos especialmente la cruz, porque cuando se arrodillan delante de ella, vemos la adoración “de crucificado a crucificado”, como si los presos le estuvieran diciendo “te entiendo porque yo estoy igual”.
En ese rostro abatido del papa, pero lleno de ternura y confianza, veía también el rostro de Monseñor Romero. San Romero de América, poco tiempo antes de ser asesinado, rezando delante de la tumba de Rutilio, el jesuita asesinado antes que él por defender a los pobres, y clavado de rodillas, delante de su tumba, mirando al cielo dice: “Yo no puedo más, hazlo Tú”. Es el mismo grito de Jesús en la cruz, es el grito del papa Francisco y es el grito , sin duda, de muchos de nosotros, en estos días , “Señor, míranos, échanos una mano, dinos qué tenemos que hacer, nosotros no podemos”.
Semana Santa del 2020, que difícilmente olvidaremos, teñida de dolor real, personal y comunitario, y de vida, de mucha vida. Porque entre tanta cruz, también hemos visto en estos días, y seguimos viendo, mucha vida. Vida de gente entregada a salvar a los otros, a intentar que no se mueran, a intentar curarlos, a llevar comida a la gente necesitada, a prestar su coches, o a estar pendientes con un teléfono de los otros. Vida resucitada desde el Jesús resucitado que antes ha dado también la vida.
El papa Francisco, como siempre, quiso tener presente a los presos en esta Semana Santa. Siempre hace el lavatorio de los pies en algún centro penitenciario, y en esta ocasión, al no poder, se unió a los privados de libertad desde el “Via crucis”, que este año también fue muy especial. Primero porque el lugar era impresionante: la inmensa plaza de San Pedro, absolutamente vacía, con un silencio que lo inundaba todo, y solo recorrida con un puñado de personas que iban llevando la cruz y haciendo las diferentes estaciones.
Pero en esta ocasión, las estaciones habían sido preparadas por presos, o personas vinculadas a ellos, como familiares de los internos o trabajadores y funcionarios de la prisión. Los testimonios que escuchamos de todos ellos fueron estremecedores, pero tremendamente reales; conforme se iban leyendo cada una de las reflexiones, nosotros íbamos poniendo rostro concreto a lo que se decía, para nosotros no eran anónimas, sino tan reales que es lo que vamos viviendo cada día en Navalcarnero. Un "Via crucis" que nos hizo descubrir la cara real de dolor y sufrimiento de los encarcelados y de sus familias, y a la vez , cómo es posible la conversión y la reinserción de ellos, como en algunas estaciones se nos repetía.
No hemos entrado en la cárcel en esta Semana Santa, no hemos pisado físicamente “tierra santa”, en estos días, como lo hacemos otros años, pero esa tierra nos ha acompañado en todo momento, y nos acompaña. No podemos abrazar a los chavales como lo hacemos siempre, pero sí que los seguimos teniendo en el corazón y nos van acompañando en todo momento. Ojalá que pronto todo esto termine y la vida pueda volver a ser como antes, y ojalá que también aprendamos de toda esta situación de angustia. Y, sobre todo, que vayamos también cada día aprendiendo a liberarnos de tantas ataduras que nos oprimen. Que este tiempo de Pascua que hemos estrenado nos llene de vida, pero de vida auténtica, entregada y llena, al estilo del Maestro. Que esa vida sea la que comuniquemos cada vez que vayamos a la cárcel, y sobre todo que descubramos que la pascua, vida y muerte de Jesús, acontece cada día en ella. Que entre todos hagamos florecer la esperanza, la vida y un futuro mejor en este lugar de muerte, de dolor y de cruz, que se llama Navalcarnero, pero en el que la vida Resucitada de Jesús, fluye por los cuatro costados.