"No creemos que la caridad social tenga que avanzar por el camino de lo espectacular" José Ignacio Calleja: "El Estado y la sociedad nos van a apretar las clavijas económicas, mientras no se vea algo de luz a la crisis"
"Si el uso de internet se hace en serio y bien, suma testimonio y evangelización; si se hace chapuceramente y con mucha ideología, se banaliza el mensaje y el grupo al que representa"
"La caridad, por un tiempo al menos, ya no se reconocerá solo en colectas y donativos, sino que reclamará liquidar bienes ociosos, impropios o de lujo"
"Se ha visto en una crisis que el papel del laicado en el mundo era más urgente y claro que el de cura y religioso/a"
"Si, por seguridad, hay gente que va a seguir con la misa en televisión, es lógico; cada uno es dueño de su salud y de valorar el peligro"
"La Iglesia, con expresiones variadas, cuida los huecos que quedan en el muro de la intervención pública"
"Se ha visto en una crisis que el papel del laicado en el mundo era más urgente y claro que el de cura y religioso/a"
"Si, por seguridad, hay gente que va a seguir con la misa en televisión, es lógico; cada uno es dueño de su salud y de valorar el peligro"
"La Iglesia, con expresiones variadas, cuida los huecos que quedan en el muro de la intervención pública"
"La Iglesia, con expresiones variadas, cuida los huecos que quedan en el muro de la intervención pública"
Sacerdote en la diócesis de Vitoria-Gasteiz y profesor de Moral Social Cristiana, José Ignacio Calleja comparte con Religión Digital en esta entrevista su visión de la Iglesia en cuarentena y del camino hacia la desescalada y el post-coronavirus. Con palabras prudentes recomienda reducir doctrina y aumentar servicio a la sociedad, así como "una compresión política (estructural) de los problemas y de las responsabilidades tan distintas en la casa común".
¿Cómo está percibiendo la sociedad española la implicación de la Iglesia y el papel que está jugando en la pandemia? ¿Está cumpliendo su función social?
Es difícil decir qué valoración hace la sociedad española de esta implicación, por razón de que esa sociedad es diversa en posiciones y pareceres; por tanto, su juicio tiene mucho que ver con su idea previa de para qué sirve la Iglesia y la religión. Lo mismo pasa dentro de la variada autoconciencia de la Iglesia. Si además lo valoramos desde el confinamiento, podemos estar desinformados. La primera impresión fue de parálisis y hasta desconcierto, faltos de un mínimo gobierno pastoral de toda la iglesia española en torno a algunas personas, tareas, medios y objetivos. Con pocas personas y tareas, pero coordinadas, reconocidas y valoradas. Felizmente, fueron apareciendo acciones y llamadas que representaban cada vez mejor la diaconía samaritana y social de muchos cristianos y cristianas; durante un tiempo los sentí en paralelo al silencio oficial; diaconía modesta en sus posibilidades, pero intensa en la entrega de las personas; han sido muchas acciones de caridad inmediata en el cuidado de lo más imprescindible (alimentos, higiene, soledad…) y de los más excluidos (techo, comida, acogida, regularización…). A ella la ha acompañado, eso sí, una presencia clara de los capellanes en torno a hospitales, tanatorios y cementerios, hasta donde era posible y permitida en una pandemia.
Y, por supuesto, mucha presencia de Sacerdotes y Obispos en plataformas online de Eucaristías, Lectura Orante de la Palabra, Prácticas Espirituales y expresiones varias del Cuidado; durante la Semana Santa sentí este ofrecimiento de la fe demasiado “a lo suyo” y “ensimismado”. Siempre con alcance limitado, porque los medios también lo son. Y poco después, algunos Obispos y Vicarios, y las Instituciones Eclesiales de la Caridad, han cobrado más presencia; me ha parecido, no obstante, que más bien pensaban en el día después.
¿Por qué no ha conseguido como institución visibilizar bien su lucha contra la pandemia y no ha podido ni ha intentado romper el techo de cristal de los grandes medios, especialmente las televisiones?
La pregunta ya adelanta la respuesta, pero bien, no se ha visibilizado demasiado la respuesta eclesial porque en una pandemia el protagonismo es del Estado y de sus recursos profesionales y materiales; y es que los medios y tareas que puede desarrollar una Iglesia van a ser limitados y, sobre todo, van a cuidar los huecos que quedan en el muro de la intervención pública; cuidar esos huecos es cuidar a las personas que por ahí se cuelan sin atención alguna, las que rondan los límites de la vida social, y esto lleva su tiempo atenderlo, no es mediático, y no ha habido coordinación para decir, pronto y juntos, “esto es lo nuestro, buscadlo con ahínco y estos los medios que tenemos”… Sumando lo anterior, la fotografía final es que para romper con la caridad social el techo de los medios de comunicación, o pones cincuenta millones de euros sobre la mesa, o mueres como un mártir, o los Obispos van en fila como Capellanes a los Hospitales, o haces algo espectacular.
Y ni por formación creemos en que la caridad social avance por el camino de lo espectacular, ni por edad y modo de vida creíamos que una pandemia en una sociedad moderna es el momento del martirio, ni había nadie al timón de la Iglesia española durante un tiempo para aclarar qué hacer. Así puede pasar esto que dice la pregunta del techo de cristal de los medios. Pero también la selección de noticias en los medios… para otro día.
¿Cree usted que la Iglesia institucional va a formar parte del nuevo contrato social que parece estarse tejiendo?
Creía que nos iban a reprochar mil ausencias en la pandemia, y lo harán con derecho; pero ahora pienso que la Iglesia institucional está recomponiendo su figura y todavía puede cogerse a la cordada. Es decir, como la política está en confrontación absoluta y como los agentes sociales y económicos no pueden soportar ese nivel de conflicto, y mucho menos la gente en general, no es difícil que la Iglesia encuentre su manera de jugar un papel moral de agente pacificador, que presione sobre nombres, familias y partidos para rebajar la confrontación, y sujetarse, así, al concepto bien común como una obligación nacional; ella misma puede mostrar mucha ejemplaridad social si recupera su caridad social y la nutre de su voluntariado y de dinero propio, con ahínco y generosidad, si pacta con alguna ejemplaridad algunos desencuentros en torno a la educación, la financiación, la laicidad, los católicos conservadores, etc. En fin, esa Iglesia institucional pesa poco, pero en una situación de máxima tirantez representará un agente de equilibrio nada despreciable.
¿La crisis del coronavirus está haciendo aflorar el lado religioso de mucha gente, hasta ahora escondido o tapado? ¿Los indiferentes religiosos volverán al catolicismo o se irán definitivamente en busca de nuevas espiritualidades?
Esto de la vuelta de la gente a la religión hay que verlo con más tiempo; en situaciones extremas la mayoría nos volvemos como el personaje de Milan Kundera que era ateo, pero no podía dejar de creer en Dios. Y que esto derive, tomado más en serio, en una vuelta de muchos a la Iglesia, no lo veo; y ¿a las nuevas espiritualidades? Serán más valoradas por algunos otros, pero por el momento creo que la fe religiosa en la mayoría de las personas seguirá con el sesgo interior e individual que tenía; lo que se ha llamado una religiosidad a la carta, con expresiones espirituales religiosas o laicas. Pero a la carta, y no especialmente próximas al catolicismo de doctrina y reglas morales fijas. Hablo de incorporaciones nuevas, no de los que ya estamos.
¿El miedo a la muerte que ha recorrido el cuerpo social ha encontrado en la Iglesia sentido, consuelo y esperanza? Sin posibilidad de realizar funerales, ¿ha perdido la Iglesia el último rito de paso que le quedaba?
Creo que la sociedad, la parte de la sociedad que valora despedir cristianamente (religiosamente) a los suyos, está ahí, y lo ha entendido perfectamente. Y volverá a reclamar ese mismo modo. Lo que sucede es que si durante mucho tiempo los funerales hay que celebrarlos con una asistencia de una treintena de personas, es verdad que esto puede generar hábitos y modos nuevos de trasladar el pésame a la familia, y afectar a esa asistencia masiva que era habitual hasta hace poco. La realidad viene así y hay que asumirla en sus posibilidades como llega. Socialmente, nos debilita, pero todo depende de cuánto tiempo dure este distanciamiento social y cómo reflexionemos pastoralmente este reto. Lo necesitaba.
¿Se ha consagrado Internet (otrora demonizado por muchos clérigos) como un gran medio de humanización y de evangelización?
Se ha consagrado internet como lo que era, con sus pros y contras, como todo lo humano, un cauce de posibilidades. Si se hace en serio y bien, suma testimonio y evangelización; si se hace chapuceramente y con mucha ideología, se banaliza el mensaje y el grupo al que representa. Es así, esta es la sociedad de hoy y así se llega a mucha gente que en la plaza pública se queda finalmente con lo que significa honestidad y sentido, y detesta lo infantil y doctrinario. Hay otra gente que no busca esto y prefiere la improvisación, la mofa, el simplismo, pero éste no es el problema de internet, por sí mismo, sino de un modo de estar en el mundo para muchos. La religión se lo encuentra en internet y se lo encuentra en cualquier otro lugar; y ella misma, participa de esos vicios en boca y mano de muchos, en internet y en las iglesias. Es un problema en sí, que internet revela más que provoca; si bien el anonimato lo favorece, pero no lo provoca.
¿Cómo será la Iglesia del postcoronavirus? ¿Qué características tendrá? ¿Hacia qué líneas de fondo apuntará? ¿Afectará a las reformas del Papa Francisco?
Me había saltado esta pregunta, por despiste, lo cual es sin duda una premonición de que es la más difícil. 1) Esa Iglesia del postcoronavirus (¿cuándo será el después?) va a tener tiempo de pensarse, porque la urgencia de atender el devoro humano y social que viene nos va a reclamar con ganas y, a la vez, nos va a obligar a no distraernos en nimiedades. Es una ventaja.
2) Por tanto, otra vez la Caridad, trenzada con la Justicia, vuelve al centro, y con ella, todo el peso de la teología de justicia y del voluntariado social cristiano como sujeto determinante de la acción pastoral. Otra vez la identidad del cristianismo definida sin complejos desde la caridad samaritana (cuidado y justicia) como presupuesto de la fe creída, celebrada y practicada. Y de la Iglesia pensada y practicada. Todo un reto.
3) Evidentemente, una revisión a fondo del uso efectivamente social de los bienes materiales de que disponemos, justificando sin enredos alambicados su destino a las necesidades de los más pobres. La caridad, por un tiempo al menos, ya no se reconocerá solo en colectas y donativos, sino que reclamará liquidar bienes ociosos, impropios o de lujo.
4) Lógicamente, la Iglesia seguirá con su ofrecimiento de la fe, así pensada y testimoniada, para celebrarla con honestidad más explícita entre quienes la confiesan y como oferta con sentido a quienes no la comparten; el Misterio que se confiesa y se celebra, como un sacramento, estará más referido a la vida humana buena y justa de los que lo comparten. (Es un deseo, cobrará fuerza, pero no significa que todo el mundo lo vaya a compartir conmigo).
5) Pienso que junto a esa caridad social justa -proclamada y celebrada en la Liturgia y en la enseñanza del Credo-, la Iglesia verá como su espacio más natural el del cuidado de las personas en todas sus necesidades de sentido: espirituales, éticas y teologales; en sencillo, al celebrar la fe en el Dios de la Vida y el Amor, al contar el Credo desde la Caridad integral, mirará de llegar a los que buscan sentido en la vida y cuidado espiritual y perdón, pidiéndoles no aislar su mirada y su dolor del dolor del mundo más débil; al contrario, les mostrará que ella busca sumar su vida honesta a las causas humanas y sociales que más vigor presentan para los desposeídos de dignidad, los más débiles del mundo, y que en ellas ve a Dios de un modo inigualable a cualquier otro, porque así lo hizo Jesús, el Cristo; y ella lo hará sin ocultar una compresión política (estructural) de los problemas y de las responsabilidades tan distintas en la casa común. Pero todo esto me temo que canse al lector y lo dejo.
¿Podrá seguir manteniendo su actual estructura económica, territorial y funcional?
Digamos que el revolcón es muy fuerte y por tanto que hay que poner sobre la mesa muchos factores. Los territoriales y funcionales, me pierdo en cuáles son, pero seguro que se puede aligerar la estructura institucional de la Iglesia. Luego, la verdad es que cada uno conocemos nuestra Diócesis y la infraestructura es bastante sencilla y barata. Donde más se nos ha ido la mano es en construcciones para el culto (templos) y en patrimonio inmobiliario (histórico y heredado) que, sin claro servicio social, nos sobra. Otra realidad que se ha visto clara es que somos muy pobres en contar con algún equipo de coordinación ante emergencias; se ha visto que somos un reino de taifas; y que la Permanente de la CEE es un Senado a lo eclesiástico. No sirve para momentos de crisis. Y los económicos, desde luego, y vienen de atrás y se les dará una salida. El Estado, la sociedad, nos va a apretar las clavijas económicas mientras no se vea algo de luz a la crisis social y económica en que hemos entrado. Volverá la cuestión de la autofinanciación y seguramente la reducción progresiva del porcentaje en el IRPF. Y se nos pedirá, desde dentro y fuera, que el patrimonio inmobiliario no artístico y en uso, vayamos realizándolo en un claro instrumento social del bien común, en dinero o en especie.
"Donde más se nos ha ido la mano es en construcciones para el culto (templos) y en patrimonio inmobiliario (histórico y heredado) que, sin claro servicio social, nos sobra"
¿La pandemia ha despertado en el laicado la conciencia de su ser 'pueblo sacerdotal' y, por tanto, la exigencia de asumir ministerios ordenados?
Creo que el laicado más activo y concienciado socialmente, hablo de la caridad social que se alimenta de la misericordia y alcanza hasta la justicia social -que cuida, promueve, restaura y transforma-, se sabe Iglesia de pleno derecho; pienso también que no le da vueltas a eso de pueblo sacerdotal, sino a pueblo de Dios en medio del mundo, compañero de sus luchas y empeños, y testigo del amor de Dios y del sentido de la vida en Jesús. Su exigencia de estar más representado y con más peso en la vida eclesial puede crecer con esta experiencia, porque se ha visto en una crisis que su papel en el mundo era más urgente y claro que el de cura y religioso/a. Pero no me parece que ésta vaya a ser la gran lección.
El laicado sale fortalecido porque sin ellos no teníamos más opciones que las capellanías y esos pocos curas y religiosos/as, que se echan a la calle en cuanto se mueve un mal aire. Nos salvan. Gracias. Hay otro laicado, el que ha demandado al final de la pandemia su derecho a la eucaristía, pero no son los más, políticamente los veo muy ideologizados y, religiosamente, no conectan bien con el Evangelio de Jesucristo, sino con Trento. Pueden ser fuertes, no lo sé, me decepcionan.
¿Habrá que revisar la actual praxis sacramental, especialmente de la eucaristía y de la penitencia?
Son aspectos que a mí ahora y aquí no me han llamado mucho la atención. Los detalles de que no podremos darnos la paz o que la comunión haya de ser en la mano… Esto es elemental. Hace muchos años que no veo adecuado dar o recibir la comunión en la boca. Me cuesta entender por higiene que otros no lo vean. O la confesión personal, guardando la distancia mínima o con mampara de seguridad, algo “harán”. Creo que la fórmula de celebración comunitaria de la penitencia está muy bien.
Hay modos sanos de seguir con el diálogo espiritual a petición de las necesidades de los fieles. No sé. No veo mucho problema en esto. Y si, por seguridad, hay gente que va a seguir con la misa en televisión, es lógico; cada uno es dueño de su salud y de valorar el peligro. Pero bueno, todo esto viene después de plantearnos dónde estamos de nuevo, cómo nos afecta el des-escalamiento en toda la acción pastoral y litúrgica de la iglesia, y estoy seguro que la gente que quiere seguir en este proyecto de la fe vamos a encontrar modos sensatos y serios de seguir el camino del Evangelio. Paz y bien.