"La convivencia social española se enreda por momentos en todos sus grupos y expresiones" José Ignacio Calleja: "Nadie pone calma en un país de agraviados"
"¿Es tan inviable recuperar la actitud de pacto entre los ciudadanos y sus pueblos, cuando hoy sería más fácil forzar las posiciones blindadas de las élites del viejo Estado?"
"Nadie se fía de nadie, ¡ni puede intentarlo, esto es lo grave!, cada uno puede cambiar el trato al día siguiente de jurar por su vida que no lo hará"
"Mucha gente está ebria de democracia, pero no acepta que la democracia son reglas que nos permiten decir y defender lo que queremos, y valores sustantivos que nos prohíben exigir lo injusto por insolidario"
"Mucha gente está ebria de democracia, pero no acepta que la democracia son reglas que nos permiten decir y defender lo que queremos, y valores sustantivos que nos prohíben exigir lo injusto por insolidario"
Lo que les digo de inicio ya no es una impresión sino un hecho. La convivencia social española se enreda por momentos en todos sus grupos y expresiones. Es igual que mires a la estructura general del Estado que a otra más próxima como la escuela, que observes a los partidos políticos o que lo hagas a las iglesias, que te fijes en los medios o atiendas a la memoria de las víctimas de ayer y de hoy, el enredo es monumental. Todo discurre entre imanes que atrapan en un sentido u otro lo que pasa por delante.
Es como un territorio de zarzas en el que es inevitable que salgas malherido. Las razones que lo explican, apuntan en dos direcciones: la salida en falso de la crisis económica y cultural del 2008, y el reguero de precarios que permite reconocer todavía y para siempre su código genético: economicismo globalizado; y otra, sin agrandar tanto el plano, la que apunta a aquel lejano 1978 en que hubo que transigir entre tantos y sobre tantas cosas, y del que me siento bastante orgulloso.
Respeto las valoraciones contrarias a la mía, pero la mantengo, y, en consecuencia, me pregunto, ¿tantos son los agravios? ¿Es tan inviable recuperar la actitud de pacto entre los ciudadanos y sus pueblos, cuando hoy sería más fácil forzar las posiciones blindadas de las élites del viejo Estado?
Pensemos, por un momento, que no hay nada que hacer, que todo obedece a una ley interna de los procesos sociales, que llega un día en que todo tiene que revolverse para comenzar una nueva partida. En tal caso, esta lucha de neoconservadores, progresistas, cavernícolas y desencantados solo sería una casualidad que, sin remedio, los más listos aprovechan en su favor sin ninguna responsabilidad moral. Solo se trata de suerte y habilidad para coger el tren en la estación que se detiene. No pienso así, no. No somos juguetes de una mutación social que nos determina como viajeros de un tren de feria.
Tenemos mucha historia en nuestras manos, no toda, pero tenemos gran parte de la historia en nuestras manos; no creo en los diseños del tiempo hechos al detalle en las cloacas del poder. Somos responsables de muchas cosas. Y somos responsables de la irresponsabilidad. Cuando compartes esta premisa, sabes que es lógico el ir y venir en vueltas y discusiones sobre cómo podemos influir en el juego; pero, ante todo, es lógico exigir los porqués; y los porqués obligan a razonar y escuchar, y a rehacer lo dicho sobre las reglas de juego y sobre los valores que las sustentan. Sobre las actitudes que preceden a un pacto, el que corresponde a cada tiempo, en suma. Y esto no lo estamos haciendo bien, modestamente lo digo, pues poco puedo y sé, pero no lo hacemos bien.
Nadie se fía de nadie, ¡ni puede intentarlo, esto es lo grave!, cada uno puede cambiar el trato al día siguiente de jurar por su vida que no lo hará; si te citan en Cádiz es que la reunión que importa será en Oviedo, si te convocan a un plan de justicia social con los sectores más olvidados de la sociedad, tienes que hacerte cargo de todas las filias y fobias ideológicas que el político de turno trae desde el grupito en que se curtió; el presidente cambia de palabra al albur de cómo venga la negociación del día a día; se puede pasar del desprecio al abrazo en una mañana, del pacto de gobierno a la moción de censura en una semana, de la misa de hermanos solidarios a decir que nuestra voluntad democrática es superior a la ley, sin ningún rubor o duda de haber obrado con peligro para bien común; y puedes pasar del era necesario que ETA existiera para resolver el conflicto vasco, a ya no es necesaria para lo mismo, y todo es igual de democrático y moral.
Pero me he ido por la política. Se puede ensalzar la entrega de la Iglesia española para transitar a la democracia, y los mismos pueden llamar a la oración porque España se pierde si gobiernan las izquierdas que no les gustan; se puede ensalzar que no es posible un partido político confesionalmente cristiano, como se calla la sospecha de que el catolicismo más caduco se acomoda en la extrema derecha. Se pregona para la escuela toda la libertad que corresponde a este ámbito, pero nadie logra un pacto escolar de iguales en derechos y deberes, en potencial y calidad de enseñanza, ahormada entre todos sobre idearios humanistas y democráticos.
Qué momento tan enredado. Y un último detalle. Tan gastados de conflictos y bandos estamos, que es el País Vasco donde mejor parece aguantarse un punto de sensatez y mesura. De momento, veremos. Puede que las víctimas del terrorismo me lo reprochen porque “lo suyo” está pendiente, no me olvido ni lo callo.
Y más allá del País Vasco, les propongo a todos esta vía. Razonar en general no es decir cada uno lo que quiere, sino decir inteligiblemente algo y mantenerlo con prudencia el tiempo necesario para que se valide por la vida en común justa. Cómo convivir si no. Mucha gente está ebria de democracia, pero no acepta que la democracia son reglas que nos permiten decir y defender lo que queremos, y valores sustantivos que nos prohíben exigir lo injusto por insolidario.
Existe lo injusto por falto de equidad y existe lo injusto por insolidario, y ver las dos caras de la injusticia es determinante en ética social. No sé traducir esto a política con facilidad de taquígrafo, por eso es tan importante captarlo en la vida ciudadana. El último pleno del Parlamento español fue la antítesis de lo que propongo. Hay mucha gente joven en la política, me gustaría esperarlo todo de ellos para disfrutar de un buen pacto otros cuarenta años. ¡Ay, buena gente, lo que te debemos!