"El coronavirus es una lupa que revela lo injusto e inviable que es el mundo" José Ignacio Calleja: "Esto no es un paréntesis hasta la vacuna"
"La Tierra se defiende contra el virus que somos nosotros, los depredadores despóticos de todo. La cruel pedagogía del virus, de eso se trata, antes de que sea demasiado tarde"
Me gustaría volver, si todavía hay fuerzas, a la pandemia nuestra de cada día, porque aprovechar este momento colectivo de lucidezimpuesta ha de ser casi lo único bueno que nos queda. En esta conmoción en que vivimos, al fin sabemos lo orgullosos que hemos sido, incrédulos de la fragilidad de nuestra vida, ignorantes de los límites que la definen. Y es ahí donde resuena que juntos es la única forma de vivir y juntos la enseñanza irrenunciable en la tragedia.
Pero las cosas no son tan sencillas como parece, porque también hay una pregunta esquiva. Es tan sencilla como, ¿pensaron y dijeron esto mismo otros en parecidas circunstancias? Sí, sin duda. Y ¿qué sucedió? Pasó que costó aceptarlo y siempre a medias. Y ¿por qué repetimos los errores? Es una pregunta que da vértigo responderla con realismo. Si repetimos mil veces lo que nos enseña la vida y no se produce el efecto positivo que evoca, es que la historia nos dice algo que no queremos conocer. Y así es.
Expresamos un deseo (lo que debe ser para vivir juntos y bien) y, a la vez, nos resistimos a ver quiénes somos y qué hacemos para impedirlo (antropológica y políticamente qué pasa para que algo no sea). A partir de aquí, reconocido esto, sin ensoñaciones sobre el ser humano, arranca el análisis social y la política posible una y otra vez. Luego detrás de cada pandemia, la del virus, la del hambre, la de malaria o la de la guerra, hay también un problema político (lucha de intereses en la comunidad humana) y antropológico (quiebra ética sobre qué es ser humano).
Poco a poco, este navegar en la pandemia de la Covid 19 nos ha hecho enfrentarnos a muchas preguntas que al principio ni imaginábamos. Teníamos la vacuna a mano, tal era la naturaleza respetada en sus ciclos y especies, y la hemos destruido. La Tierra se defiende contra el virus que somos nosotros, los depredadores despóticos de todo. La cruel pedagogía del virus, de eso se trata, antes de que sea demasiado tarde. Podemos extinguirnos por nuestra forma de desarrollo, estamos ya cerca. El coronavirus es una lupa que revela lo injusto e inviable que es el mundo. No podemos volver a ninguna normalidad, porque lo que había, desde los pueblos y la Tierra, no es normal. Los que creen que la pandemia es un paréntesis, juegan con fuego. El delicado equilibrio del ecosistema general de la vida en la Tierra está roto. La solución de la vacuna solo es una salida provisional para los humanos y no todos.
Esta lista de sentencias felices nos hace ver que es imposible evitar la cuestión fundamental que ya pocos niegan. No se trata de cómo se nos ha podido colar algo así, sino ¿por qué sucede esto? Y la respuesta casi ya gastada. Nuestro modo de producción capitalista y consumo masivo es insostenible; va a provocar mil veces este cruel proceso, con forma de virus o de catástrofe climática, con vacuna y sin vacuna. Esta es la cuestión y, por tanto, no es solo si juntos nos salvamos, sino que juntos solo lo haremos viviendo de otro modo, con menos y de otra manera, lejos del modelo de desarrollo devorador de recursos en que vagamos y el consumo hipertrofiado que lo sostiene; habrá que hablar, por tanto, de estilos de vida imposibles para todos los pueblos y así inaceptables, de estructuras legales internacionales que son profundamente desiguales, de megaciudades insostenibles, del uso de la naturaleza como un vertedero de residuos y personas sin valor; habrá que hablar de viajes, finanzas, acumulación de propiedad, en fin, de devoro de recursos materiales y valores.
A la mayoría de nosotros nos mueven las ganas de decir lo que debería suceder y lo que nos ilusiona que suceda; y hay buenos motivos para hacerlo; el mundo de la fe, como el humanismo integral, es muy estimulante en esto; pero un pequeño conocimiento de los mercados de dinero y de las instituciones sociales de poder nos hacen a muchos muy desconfiados. Todo es muy lento, logrado bajo presión, pactado bajo mínimos y llenando los márgenes de gentes en precario y excluidos. Los escritores con luces largas elaboran teorías de la historia como posibilidad de lo mejor bajo el prisma de lo que debe ser, pero los observadores sociales -aunque trabajemos la teología-, nos conducimos más por la condición del sujeto (conocimiento del alma humana) y la interdependencia presente de intereses en conflicto (estructuras de poder). Este es el motivo de que declaraciones desde la ética nos gusten tanto como inquietan: si pretenden estimular, merecen todo el apoyo y más; si pretenden describir la organización social como ella es, gustan menos; les falta contar con esa experiencia de la injusticia social hecha rutina. Sé que esto parece pesimismo de fondo, pero yo creo que obedece a los hechos. Nos pasará otra vez o de otro modo. A menos que cambie el modelo de desarrollo y consumo, el modo material y moral de vida en común entre los iguales en derechos y deberes, nos pasará. Confío en errar.
José Ignacio Calleja
Vitoria-Gasteiz