"Gracias, Padre, por el regalo de Luis. Te llevas a un excelente cura y a un mejor amigo" In memoriam: Luis Salazar, un excelente cura y una mejor persona
"Su vida estuvo presidida por esta máxima: 'Platón es mi amigo, pero más lo es la verdad'. Por eso, no se andaba con chiquitas ni peloteos ni atendía a intereses no siempre confesables. Era de una pieza"
"Luis tenía unos ojos especiales para ver la vida y las personas con estos ojos. Yo le agradecía que me los prestara de vez en cuando. Y a Dios, por haber tenido este maestro"
"Por su sensibilidad por la gente sencilla y sufriente. Luis hacía el esfuerzo de ponerse en su piel. Y la verdad es que no le costaba mucho"
"Por su sensibilidad por la gente sencilla y sufriente. Luis hacía el esfuerzo de ponerse en su piel. Y la verdad es que no le costaba mucho"
Somos muchos los que tenemos motivos para dar gracias a Dios por haber conocido a Luis. Yo, lo hago hoy por haber compartido sus últimos años de trabajo pastoral en Basauri. Y lo quiero hacer, en concreto, por tres detalles.
En primer lugar, por su capacidad para renovarse y ponerse al día en teología y pastoral, como tantos otros muchos compañeros de fatigas. Recibir el Vaticano II y estar al día fue una de sus preocupaciones. Leía y se interesaba por ello. Y, sobre todo, era coherente con lo que fue asumiendo. Su vida estuvo presidida por esta máxima: “Platón es mi amigo, pero más lo es la verdad”. Por eso, no se andaba con chiquitas ni peloteos ni atendía a intereses no siempre confesables. Era de una pieza.
Se lo agradezco porque lo suyo era la coherencia con el Evangelio y con el Vaticano II, no lo políticamente correcto o la amigocracia que finaliza vendiendo los principios y la verdad por motivos, casi siempre extraños. Y que acaba haciendo daño.
En segundo lugar, tengo que decir que Luis era, además de un buen jugador de fútbol, un excelente compañero y amigo siempre dispuesto a echar una mano en lo que buenamente pudiera hacer y se le daba mejor. En concreto, se le daba mal la cocina, pero, consciente de ello, siempre estaba dispuesto a fregar los platos o preparar el café y calentar la leche para desayunar juntos.
Sabía en qué campos y terrenos podía entrar y, dadas sus limitaciones, dónde era mejor que lo hicieran otros. A estos los escuchaba y si le parecía razonable lo que se proponía, lo asumía y hacía propio. Y, más, si se había aprobado colegialmente. Luego, procedía con responsabilidad en el cumplimiento de lo acordado, pidiendo, cuando era el caso, explicaciones a quien se hacía el loco, silbaba, miraba a otro lado o estaba solo interesado en el desmarque y en la notoriedad personal.
Siempre di gracias a Dios por compartir unos cuantos años de ministerio pastoral con este hombre. Con Luis se sabía a dónde se iba; se tenía la certeza de que no te iba a dejar en la cuneta y que estaría con lo acordado hasta el final o hasta que lo cambiáramos de común acuerdo.
Gracias, Señor, por su amistad y compañía. Y también por su capacidad para soportarnos cuando le poníamos un simulacro de barricada en la entrada de casa para sacarle de su rutina y, de paso, de sus casillas. Era entonces cuando ponía cara de pocos amigos, pero eran momentos que, pasados, le hacían reír cuando se los recordábamos e, incluso, cuando se los repetíamos. Ese u otros.
En tercer lugar, por su sensibilidad por la gente sencilla y sufriente. Luis hacía el esfuerzo de ponerse en su piel. Y la verdad es que no le costaba mucho. Eran más importantes las personas en su dolor y sufrimiento o con sus inquietudes y urgencias (y también con sus cuitas) que las normas canónicas, en particular, cuando éstas eran asépticas y frías. Creo que esta cercanía, en la discreción, con este tipo de gente brotaba desde lo más hondo de su corazón y con sorprendente naturalidad.
De vez en cuando recordaba cómo su aita era un hombre sencillo, que se levantaba muy de mañana, cogía el tren en Arrancudiaga para ir a trabajar y llegaba a la noche derrengado a casa para sacar a delante a la familia y volver a empezar al día siguiente. La referencia de su aita, persona discreta, trabajadora y eficaz presidió su vida y creo que explica esta preferencia que tuvo Luis con la gente de parecido perfil, gente a la que los medios de comunicación y los amantes de lo exótico, indiscreto y paranormal (tan al uso en algunos medios) no quieren conocer y no se molestan en tener presente, pero que son fundamentales en nuestros pueblos, familias y en la Iglesia.
Luis tenía unos ojos especiales para ver la vida y las personas con estos ojos. Yo le agradecía que me los prestara de vez en cuando. Y a Dios, por haber tenido este maestro.
Acabo, bien a mi pesar. Sospecho que sois muchos los que, como he dicho, podéis añadir otros tantos detalles de este singular y excepcional cura. No darán su nombre a ninguna calle ni le harán homenajes. Tengo que decir que estas cosas le molestaban de manera particular. Prueba de ello es, como muy bien sabéis tantos de vosotros, lo difícil que fue hacerle la despedida en esta parroquia.
El mejor y más importante homenaje que le podemos hacer es agradecer a Dios por haberle conocido, por haberle tenido como compañero y, en mi caso, como amigo, y por haber compartido un tramo de nuestras respectivas vidas. Eso y recordarle de vez en cuando; en particular cuando nos encontremos con situaciones parecidas a las que tenía que afrontar Luis.
Gracias, Padre, por el regalo de Luis. Te llevas a un excelente cura y a un mejor amigo. Dale alguna tarea por allí, que la hará muy bien. Somos muchos los que esperamos poder estar lo suficientemente cerca de él cuando nos encontremos contigo para poder abrazarle, aunque todavía no sepamos si será posible ponerle, de vez en cuando, en los pasillos de eso que decimos cuando decimos “cielo”, alguna que otra barricada doméstica.