"Esta devoción tiene un sabor medieval propio de víctimas, no de hijos de Dios" Macario Ofilada: "El 13 de mayo los obispos filipinos consagrarán sus diócesis y ciudades a la Virgen María"
"Es evidente, incluso entre los obispos y clérigos filipinos y en algunas partes del mundo -como los estadounidenses quienes consagrarán su país a María Madre de la Iglesia el 01.05.20-, que nuestra devoción mariana no ha madurado"
"El Hijo de Dios se dejó criar y cuidar por José y María. Pero sabía desde joven, cuando lo encontraron en el Templo de Jerusalén tras unos días, que él debía centrarse en los asuntos de su Padre, que era Dios"
| Macario Ofilada Mina
El 13 de mayo de 2020 los obispos filipinos consagrarán sus diócesis y ciudades a la Virgen María. El presidente de la Conferencia Episcopal Filipina (Catholic Bishops Conference of the Philippines o CBCP), Mons. Rómulo Valles de Davao, en una carta fechada el 17.04.20 ha alabado esta iniciativa pastoral que es una respuesta a la invitación enviada por el Santuario Nacional de Nuestro Señora de Fátima en Ciudad de Valenzuela. Ayer (28.04.20) se difundió una carta del administrador apostólico de la Archidiócesis de Manila, Mons. Broderick Pabillo, que en la Catedral de la Metrópoli el 13.05.20, contando con la presencia de los alcaldes de las ciudades de la sede principal filipina (Manila, Mandaluyong, Makati, Pasay y San Juan). Refiere este prelado: “Será bello que todo el pueblo de Dios, dirigido por sus líderes civiles y religiosos, se ponga bajo la protección de la Virgen Santa”. Sobre todo en estos tiempos difíciles sin precedentes.
Siempre ha sido conocida Filipinas por ser tierra amante de María, -expresión esta que se remonta a los tiempos coloniales-, una frase muy repetida entre beatas y devotas, muchas de ellas sin saber español. Es laudable esta devoción de los filipinos a la Virgen. De hecho, yo creo que en esto los filipinos somos inigualables. Pero me preocupa varias cosas.
Es una devoción con sabor medieval, con sus reinas y caballeros, espadas y dominios, feudos y esclavos. No ha pasado por la modernidad. No ha sido purificada experiencialmente desde el evangelio. Es una devoción ciega que va más allá de la fe. Me viene a la mente la consagración total a la Virgen de san Luis de Monfort, con buenas intenciones pero dista de ser una devoción verdaderamente cristiana. Una esclavitud a María, tal como aboga este santo, no es un concepto cristiano, pues para los redimidos, no hay esclavitud, solo libertad. Aquélla es un estado ontológico, por así decirlo, propio de las víctimas del pecado y no de los hijos de Dios. La Virgen en las palabras puestas en su boca por el evangelista Lucas protesta en contra de las esclavitudes y es una clama por las libertades, por un nuevo orden social, por la venida reino de Dios.
Es buena, en el sentido genérico, esta devoción pero no es evangélica y cristiana. También interesante, curiosa pero desequilibrada. Es evidente, incluso entre los obispos y clérigos filipinos y en algunas partes del mundo -como los estadounidenses quienes consagrarán su país a María Madre de la Iglesia el 01.05.20-, que nuestra devoción mariana no ha madurado, crecido por un retorno a los evangelios, impulsada por el Concilio. Recuérdese el debate en el Concilio entre los cardenales Rufino Santos de Filipinas y Franz König de Austria. Este ganó el debate por lo que no se redactó un documento conciliar sobre la Virgen sino que se la colocó dentro de la Iglesia, como miembro de la Iglesia. Era un paso significativo en la recuperación de una mariología evangélica, recuperando la pneumatología, pues durante mucho tiempo se le asignaron atributos y funciones propias de la tercera persona de la Trinidad a la Madre de Jesús. Pablo VI intentó apaciguar los ánimos cuando proclamó a la Virgen Madre de la Iglesia, el 24.11.64.
La verdadera madre de la Iglesia es el Espíritu Santo, la ruah, el aliento, la fuente de la vida de la Iglesia que es comunión en Cristo compuesta del Pueblo de Dios, constituyendo el Cuerpo Místico de Cristo, y no su cuerpo físico y glorificado que está ahora en el cielo y que volverá para juzgar a los vivos y a los muertos.
María es hija de Dios Padre y hermana nuestra, porque todos somos hijos de Dios, somos hijos de la Iglesia. Incluyendo la Virgen. Como dice la tradición carmelitana medieval, María es Madre y Hermana. María es madre de Dios Hijo, Theotokos, y también de los hermanos de Jesús que somos nosotros. Pero es ante todo criatura de Dios, agraciada del Altísimo, del Padre, como dijo el ángel Gabriel. Se hace familiar nuestra, pues la familia de Jesús, que es la iglesia, no depende de la sangre, como ha subrayado el evangelista Marcos. No es privilegio sino deber, vocación de cuidarnos mutuamente como madres o padres, como hermanos. Este deber se expresa sobre todo en la ser Esposa de María del Espíritu. Todos somos llamados a esta intimidad con Dios, a ser colaboradores en la gracia, compartiendo la gracia. El Espíritu que es la tercera persona en la Trinidad hace posible por la gracia que Cristo viva en nosotros, conforme al planteamiento paulino.
La vida espiritual de un cristiano es una vida caracterizada por la fuerza del Espíritu que hace posible que Cristo viva en nosotros, que Cristo sea nuestro camino, verdad y vida hacia el Padre de quien somos hijos. La esponsalidad, desde el Cantar y predicado por los místicos como Orígenes y la escuela alejandrina, santa Catalina de Siena, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, es una llamada a la intimidad que es igualdad de amor con Dios en Cristo, que es el amor incondicional del Padre y entregado a los hombres. El amor infinito y eterno del Padre y el Hijo es el Espíritu que ha sido derramado a nosotros para que vivamos como el Hijo de Dios, Jesucristo.
El Hijo de Dios se dejó criar y cuidar por José y María. Pero sabía desde joven, cuando lo encontraron en el Templo de Jerusalén tras unos días, que él debía centrarse en los asuntos de su Padre, que era Dios. Su vida era una entrega total a Dios, a la venida del reino de Dios, reino de los cielos en el lenguaje de Marcos. Sus palabras en el patíbulo, recogidas por los evangelios e inmortalizadas cada Semana Santa -En tus manos encomiendo mi Espíritu- son resumen de su existencia, de su misión, de su herencia para la iglesia nacida de su costado y animado por el mismo Espíritu con quien el Padre le ungió y que Jesús mismo entregó al Padre.
Como cristianos y hermanos (también de su madre, María) debemos consagrarnos a Dios, al Padre que nos quiere con locura, que ha permitido esta pandemia para sacar lo bueno de esta peste, para mostrar su grandeza, para renovar con el poder de su Espíritu esta tierra enferma, herida, dividida, dolida nuestra.
Jesús se consagró a su Padre. Se entregó a Él. Vivió por Él y murió por Él. También por nosotros porque todos, incluyendo a María, somos hijos de Dios, hijos de su familia que es la Iglesia. Todos fuimos salvados por Cristo. También su Madre que jugó un papel decisivo en el cumplimiento del plan salvífico. Jesús quería mucho a su madre pero en Marcos le vimos enseñándola la importancia de su familia espiritual (caracterizada por la gracia) frente a la caracterizada por la sangre (y por los privilegios como el nepotismo), en Lucas (y en Hechos) la vimos entre la familia de Jesús, cumpliendo la voluntad de Dios, dejándose tocar por Dios en clave de gracia, colaborando con su voluntad, consagrándose al Padre como su Hijo. En Juan, la vemos al pie de la cruz, recibiendo, acogiendo la misión encomendada por su Hijo, junto con el discípulo amado, de formar una nueva familia, de cuidarse, de seguir.
Es al Padre a quien nos debemos consagrar. No una vez o en contadas ocasiones sino todos los días, todos los momentos de nuestro existir. Que las palabras de Jesús sean consignas de nuestra existencia cristiana: ¡Venga a nos tu reino! ¡Hágase tu voluntad y no la mía! ¡En tus manos encomiendo mi espíritu!
He de confesar que santo Tomás de Aquino en sus cinco vías (Quinquae viae) es quien me enseñó a distinguir bien entre latria, hiperdulia y dulia. Fue la tercera vía, la distinción entre un ser necesario (Dios) y los seres contingentes (las criaturas). Creo que esta fue la más genial de las cinco propuestas que constituyen una piedra angular para comprender adecuadamente el sentido de su obra ingente. Cuando rezamos a la Virgen o a los Santos, nos dirigimos a seres contingentes como nosotros que solo pueden ayudarnos, interceder por nosotros. Pero todo depende de la voluntad del único ser necesario que es Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, del que más adelante en la misma obra (Summa Theologiae) hablará con intensidad y precisión difíciles de igualar el mismo Doctor Angélico.
"Cuando rezamos a la Virgen o a los Santos, nos dirigimos a seres contingentes como nosotros que solo pueden ayudarnos, interceder por nosotros"
Como cristianos, aprendemos de seres contingentes como nosotros, y de su ejemplo, de su vida ejemplar. Con sus imperfecciones. Puede que sea María inmaculada pero no es, como pretenden algunas corrientes mariológicas excesivas, omnisciente, omnipotente, omnipresente. Ella no es todopoderosa, como reza la letanía laurentiana. De ella no depende la salvación del mundo, como claman muchos fatimólogos de derechas. Amamos mucho a María y a los santos, puesto que todos somos santos como dice el Hecho de los Apóstoles por ser miembros de la iglesia, pero de ellos, no podemos depender. Como dice un himno: Porque solo (Él) nos puede sostener... No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. Solo en Dios, en el Padre a quien Jesús se consagró. Esta pandemia es su voluntad con todo su sufrimiento, penalidades, privaciones. Es a Él a quien nos debemos consagrar porque le necesitamos todos pero no a un ser contingente como nosotros, quien es sin duda un gran modelo a seguir en la entrega al Padre y a su voluntad quien nos ama con locura.
Yo dije una vez a una gran devota de María, muy buena persona y socia de los cenáculos del padre Gobbi: la Virgen no puede cambiar la mente de Dios por mucho que lo intente y por mucho que recemos el Ave María. Y la Virgen nunca lo intentará. Ella no es más misericordiosa que el Hijo. Jesucristo es el Amor Misericordioso del Padre a los hombres. Ella nunca permitiría la entrada al cielo de las cabras rechazadas por su Hijo, como afirman muchas imágenes que van circulando por los distintos medios de comunicación. Ella siempre estará pendiente de su Hijo, siempre obediente como éste al Padre. Siguiendo el ejemplo de su Hijo, ella también pedirá por y con nosotros, al Padre en el nombre de su Hijo, la efusión del Espíritu santificador, renovador, curador. En Caná, María no logró que Jesús cambiara de parecer. Lo que logró era que mostrara un signo de la plenitud de los tiempos de la misión de Jesús, de su hora, de su cumplimiento que es un banquete pascual a precio de la sangre por fidelidad a la voluntad del Padre quien hizo posible aquel signo en aquellas bodas, ahora conmemorado por el primer misterio luminoso del Rosario, por el poder de su Espíritu. ¡Basta ya de la mariolatría y adoremos al Dios vivo y verdadero en Espíritu y Verdad! ¡Consagrémonos al Padre, al Dios de Jesús que nos da su Espíritu todos los días!